Cuarto domingo de Cuaresma: Una Iglesia acogedora





Lucas 15,1-3.11b-32
La parábola del padre y sus dos hijos



El relato evangélico de hoy corresponde a las parábolas de la misericordia: la oveja perdida que el pastor buscó hasta encontrar (versículos 4-7), la moneda perdida que, también la mujer buscó hasta encontrar (versículos 8-10) y el padre que ama a sus dos hijos (versículos 11-32).


El texto en su contexto:

El evangelista nos presta un escenario hostil con tres actores: la gente de mala fama que busca a Jesús (versículo 1), los maestros de la ley y los fariseos criticando a Jesús por juntarse con esa gente (versículo 2), y Jesús respondiendo a las acusaciones (versículo 3).

La gente de mala fama, también denominada por la dirigencia religiosa como “pecadores”, eran aquellas personas que no interpretaban las Escrituras como ellos, o desempeñaban tareas dudosas o despreciables.

Los maestros de la ley y los fariseos, eran aquellas personas que integraban la clase dirigente, tanto política como religiosa, formando parte del Sanedrín o Tribunal Supremo. Estos acusaban a Jesús de simpatizar con la gente de mala vida, ya que sentarse a la mesa para comer juntos era un gesto de aceptación.

Jesús, encarnando claramente el proyecto divino se ubica dentro de la corriente profética (Lucas 4,16-21) enfrentada a la dirigencia religiosa que ponía énfasis en la ley, los ritos o tradiciones recibida de sus antepasados y el culto. En este contexto, Jesús responde con tres parábolas, denominadas comúnmente como parábolas de la misericordia.

La liturgia propone para la reflexión de hoy una de ellas, la mal llamada “el hijo pródigo”. Una parábola es la narración de una historia creada, con la finalidad de compararla con un suceso real, brindando una nueva perspectiva del mismo. Para ello, utilizan figuras literarias como metáforas o símil que se aplica a una historia breve para revelar una enseñanza o una verdad importante.

La parábola que se nos propone para la reflexión de hoy es inmensamente rica en simbolismo y contenido, presentándose en tres escenas:


Primera escena: “el padre y el hijo menor” (versículos 13-24).

Un hombre tenía dos hijos y el menor pidió la parte de la herencia que le correspondía (versículos 11 - 12). Según la ley de Moisés, al hijo mayor le correspondía doble parte de la herencia (Deuteronomio 21,17); y si bien la herencia se reparte después de muerto el padre, en casos especiales, éste podía hacer el reparto cuanto estaba aún vivo.

Continúa la parábola diciendo que el hijo menor vendió la herencia recibida, se fue lejos y malgastó su dinero; enfrentando una difícil situación económica consiguió trabajo cuidando cerdos, y la pasaba tan mal que quería comer la comida de los cerdos (versículos 13-16). Los cerdos eran animales que los judíos consideraban impuros (Levítico 11,7-8; Deuteronomio 14,8) por lo que podemos suponer dos cosas: la primera, que el dueño de los cerdos no era judío, por lo tanto, el joven trabajaba para un extranjero, los extranjeros eran considerados paganos por el sistema religioso judío; la segunda, que en la manipulación de los alimentos y en el procedimiento de darles la ración a los animales podría entrar en contacto directo con alguno de ellos, y eso lo convertía en una persona impura. Otro aspecto a tener en cuenta, es que cuidar de cerdos, era el trabajo más despreciable que un judío podía imaginar, por lo que más degradante sería entonces, compartir la comida con esos animales. Las algarrobas, era una fruta común en esa zona, con forma de vaina, que se daba a los animales como alimento, pero en caso de necesidad, las personas empobrecidas recurrían a ellas para saciar el hambre.

El hijo menor entonces, es visto por el sistema religioso como una persona desagradecida con su padre, al derrochar la herencia recibida, excluido de la participación en el sistema religioso por residir fuera de la tierra prometida (recordemos que vivía en el extranjero y ese intercambio cultural lo hacía impuro) y realizar un trabajo despreciable (el cuidado y contacto con los cerdos también lo hacía impuro).

En esta situación, el joven decide retornar a la casa paterna y antes de llegar el padre lo ve, sale a su encuentro lo abrazó, ordenó que le colocaron un anillo y sandalias, que mataran el becerro más gordo e hizo fiesta (versículos 17-24).

Algunos aspectos a tener en cuenta: 

-       el padre se desinstala, deja su lugar en la casa y sale al encuentro del hijo menor, a quien abraza sin preocuparse se estaba en estado de pureza ritual o no, por el solo acto de abrazarlo, para el sistema religioso, el padre también se hizo impuro, pues el hijo menor venía de tierra de paganos y de trabajar con animales impuros;

-       el padre no tiene en cuenta las palabras del hijo sino sus acciones, notemos que no lo deja terminar de hablar y le restituye su categoría de hijo mediante el anillo, signo de autoridad, y mediante las sandalias, signo de que era una persona libre, pues las personas esclavas andaban descalzas;

-       el padre celebra el retorno del hijo menor con un banquete, hay comida y fiesta.


Segunda escena: “el padre y el hijo mayor” (versículos 25 – 32).

El hijo mayor regresa de la casa, luego de la jornada laboral, y antes de entrar escucha que dentro de la casa hay fiesta, por lo que pregunta el motivo a uno de los empleados, y éste responde que la fiesta fue ordenada por el padre porque el hijo menor había retornado. El hijo mayor se enojó y no quiso entrar, por lo que el padre tuvo que salir a dialogar con él (versículos 25 - 32).

Algunos aspectos a tener en cuenta:

-       nuevamente el padre se desinstala, deja la casa y sale al encuentro del hijo mayor;

-       éste le recrimina al padre su compasión y generosidad con el hijo menor; compara ambas actitudes de vida, la suya que siempre se mantuvo junto a su padre y la de su hermano que lo abandonó para irse;

-       el padre le recuerda su dignidad de hijo: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo  lo que tengo es tuyo” (versículo 31) y le invita a entrar a la casa y celebrar.

La parábola concluye con una frase cuyo contenido central se repite en el contexto y le da unidad literaria a la exposición de Jesús: “alegrarnos”, “perdido”, “encontrado”:

-       versículo 6 en la parábola de la oveja perdida: y al llegar a casa junta a sus  amigos y vecinos, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque  ya encontré la oveja que se me había perdido”

-       versículo 9 en la parábola de la moneda perdida: “Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y  les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que había perdido”

-       versículo 32 en la parábola que estamos analizando: “Pero había que celebrar esto con un banquete y alegrarnos,  porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se  había perdido y lo hemos encontrado”. 

Jesús, dirige con muy fina ironía, a los dirigentes religiosos que se consideraban a sí mismos, fieles a la ley de Dios (versículo 31).

Finalmente, la parábola queda abierta, el evangelista no nos cuenta si el hijo mayor entra o no a la fiesta, si el padre se queda fuera de la casa o retorna al banquete, si el hijo menor también sale en busca de su hermano o no.


El texto en nuestro contexto:

Sabemos que “Dios no hace diferencia entre las personas” (Hechos 10,34). Y por las palabras y las acciones de Jesús, el rostro humano de Dios, que Dios tiene una preferencia especial por quienes sus derechos y su dignidad son vulnerados por los distintos sistemas, especialmente por el religioso, que se atribuye la representación de Dios frente al resto de las personas.


 Primera escena: “el padre y el hijo menor”

Las comunidades eclesiales necesitamos convertirnos al mensaje liberador e inclusivo de Jesucristo. Únicamente su evangelio, que es buena noticia para las personas discriminadas y excluidas puede fortalecernos en el camino del discipulado. Para ser la Iglesia de Jesús, tenemos que ser una Iglesia de puertas abiertas y de mesa tendida para festejar la llegada de cada persona que se acerque a nosotros y nosotras.

En la actualidad, enfrentamos el desafío de identificar a aquellas personas discriminadas y excluidas por el sistema religioso, cualquiera que éste sea, para, como el padre en la primera escena del relato, desinstalarnos y salir a su encuentro.

No le corresponde a la comunidad eclesial juzgar a nadie. Como el padre, en la primera escena del relato, sentimos la necesidad evangélica de abrazar a quien llega expresándole nuestra alegría (versículos 6, 9, 32) y nuestro compromiso con la restitución de sus derechos y dignidad.


Segunda escena: “el padre y el hijo mayor”.

Muchas veces, corremos el riesgo de cerrarnos en nosotras mismas y dejar de dialogar con la cultura y la sociedad contemporáneas, al igual que lo hizo el sistema religioso contemporáneo a Jesús. Considerar que todo lo que no aceptamos o no entendemos está equivocado o lo que es peor, lo catalogamos de pecado.

Como el hijo mayor, no comprendemos y recriminamos a Dios, o a las comunidades eclesiales que siguen el ejemplo evangélico, porque reciben gente de dudosa reputación (versículo 30). De esa forma, nos erigimos en jueces de nuestros hermanos y hermanas, promovemos la discriminación y generamos exclusión, vulnerando los derechos y la dignidad de aquellas personas que de hecho, ya fueron vulneradas, generando revictimizaciones.

La comunidad eclesial que no es capaz de aceptar a quien llega, tal como llega y tal como es, y le impone exigencias que no están contempladas en el evangelio de Jesús, no forma parte de la Iglesia de Jesús.


A manera de conclusión:

Esta parábola, en su desarrollo contiene tres pequeñas parábolas con un mensaje cada una: la parábola del hijo menor que en su imperfección reconoce la necesidad de retornar a la casa familiar, la parábola del padre que ama por igual a sus dos hijos, al que lo abandonó y luego retornó y al otro que siempre estuvo a su lado (cf. Hechos 10,34), y la parábola del hijo mayor que se cerró a la posibilidad del reencuentro con su hermano.

El evangelista Lucas, desafía a las comunidades eclesiales, pero fundamentalmente a sus líderes, dirigentes y jerarquía, a no repetir las historias de discriminación, opresión y exclusión del sistema religioso de su tiempo, sino a seguir el ejemplo de Jesús, profético en cuanto que, por un lado denuncia que ese sistema religioso al que él también pertenece, vulnera los derechos y la dignidad de las personas, pero también, anuncia a quienes se le vulneraron sus derechos y dignidad, que Dios libera e incluye, a pesar de que el sistema religioso diga lo contrario.

Buena semana a todos y todas.
Cuarto domingo de Cuaresma.
+Julio, obispo de Diversidad Cristiana.

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