¿Una Divinidad Queer para una eclesiología queer?
Presentación.
Inicié el curso de Teología Queer en GREMRIP,
con la expectativa de profundizar aspectos que enriquecieran mi práctica
pastoral, en Diversidad Cristiana, una comunidad ecuménica e inclusiva en la
que me desempeño como pastor. A lo largo del curso, tuve un primer acercamiento
a la teología indecente que ignoraba, instancias de profundización en aspectos
de la teología queer en los que había incurrido años atrás, la posibilidad de
compartir con otras personas la reflexión teológica y la práctica pastoral. Al
finalizar, descubrí que sabía menos de lo que creía saber sobre teología queer,
siento la necesidad de continuar explorando en este camino teológico,
experimento el desafío de revisar mi práctica pastoral a la luz de este camino
teológico.
Al ir confrontando mi práctica pastoral en
Diversidad Cristiana, con los aportes teóricos del curso, descubrí que habíamos
implementado una eclesiología queer y una pastoral queer casi sin darnos
cuenta; donde no desarrollamos acciones alternativas a los modelos propuestos
desde el macrosistema cultural normativo, sino que, algunas de nuestras
acciones eran alterativas, habiendo corrompido los mandatos y levantado
propuestas escandalosamente revolucionarias.
En el marco de la consigna del trabajo final
del curso, en estos párrafos pretendo realizar una integración de los
principales elementos teóricos aprendidos, buscando enfatizar la síntesis de
los conocimientos adquiridos. El escenario para ello es Uruguay y los ejes de
reflexión: el misterio divino y la eclesiología.
1. Uruguay: el
misterio divino a la luz del cristianismo del siglo XXI
“nos hallamos en un momento en que debemos reevaluar
nuestro entendimiento del misterio de Dios en torno a nuevas situaciones
sociales y humanas que antes no podíamos comprender” (Hugo Córdova Quero.
Sexualizando la Trinidad: aportes desde una teología de la liberación queer a
la comprensión del misterio divino. Materiales del curso).
Uruguay se caracteriza por un laicismo
predominante donde subsisten un número grande de comunidades de fe, con
diversas concepciones de la Divinidad y por lo tanto, de la vida, donde se
legitima desde cada creencia las diversas prácticas. Sin lugar a dudas, el
cristianismo es la comunidad de fe más numerosa y con mayor influencia y dentro
de éste, el catolicismo romano.
Si bien las comunidades de fe cristianas,
creen en un Ser Indecible Espiritual, en su lenguaje aparece como Dios y no
Diosa, tampoco se busca un neutro como Divinidad; como afirma Loreto Fernández
Martínez, Dios “es lo masculino
imaginado, identificado y representado como varón, al que además, asumimos como
blanco y heterosexual” (material del curso: “Tortilleras, colas, trans ¿se
puede ser quien se es al interior de las comunidades cristianas?”). Ciertamente
se agregan atributos masculinos como padre, juez, rey, maestro, vengador,
novio, esposo …
Reevaluar nuestro entendimiento de la
Divinidad me recuerda la obra de Rogger Lenaers “Otro Dios es posible”, donde
plantea que la dificultad está en el lenguaje. Si bien el autor se limita a
establecer una diferencia entre el lenguaje de la tradición eclesiástica y el
lenguaje de la modernidad, afirmando que la Iglesia habla sin darse a entender
(Otro Dios es posible: Introducción y capítulo 1), no llega a cuestionar la
cultura y el sistema de valores donde se genera ese lenguaje que afecta la
construcción de identidades, la vida cotidiana, y como afirma Hugo Córdova
Quero en Sexualizando la Trinidad, “la
teología no ha sido inmune a esta colonización heterosexista”.
En efecto, nuestro sistema teológico y la
concepción de la Divinidad que propone, es producto del macrosistema cultural
que se caracteriza por ser patriarcal, machista y heterosexista, erigiéndose
como una frágil estatua de pies de barro (cf Daniel 2,28-35), a la que hay que
proteger para mantener los privilegios del poder.
El primer desafío que me dejó planteado este
curso, es tratar de decodificar la influencia de la cultura en los postulados
teológicos, y una herramienta para ello, es establecer, como afirma Juan Luis
Segundo, la sospecha hermenéutica como clave de interpretación.
El segundo desafío que me dejó planteado el
curso, es tratar de responder a la pregunta ¿cómo entiendo yo el misterio
divino?
2. Uruguay: una
eclesiología en permanente revisión.
El Uruguay del siglo XXI, avanzó en materia
de derechos reivindicados durante años, por la comunidad GLTBQ: las personas
gays y lesbianas acceden a la unión de parejas y la adpción, las personas trans
acceden a cambio de nombre y documentación reinscribiéndose en el Registro
Civil, actualmente se encuentra en el Parlamento el proyecto de ley sobre
matrimonio igualitario. Esto sucede, mientras la Iglesia Católica Romana y las corrientes
evangélicas fundamentalistas levanta su voz de condena y el resto de las
Iglesias cristinas, permanecen en el más absoluto silencio al respecto. No hay
un pronunciamiento de los liderazgos cristianos de estas denominaciones, si
bien, la práctica pastoral demuestra, en algunas ellas, una adaptación a los
nuevos escenarios socio culturales. Este silencio institucional no es casual.
La sociedad uruguaya avanza en materia de
inclusión social y de equidad para las personas y colectivos cuyos derechos y
dignidad se encuentran vulnerados; sin embargo, no ha podido consolidar una
nueva matriz cultural, por lo que coexisten:
-
fuertes núcleos de resistencia que se oponen a
estos cambios;
- otros
núcleos de discurso inclusivo pero de práctica excluyente, donde se continúa llamando
a las personas gays: “trolos” o “putos”, a las personas lesbianas “tortas” y a
las personas trans “los traba”;
-
otros
núcleos de doble moral, donde se condena la práctica de la homosexualidad pero
no la homosexualidad, como si las personas heterosexuales fueran las únicas en
tener derecho al ejercicio del deseo y el placer sexual; sin embargo, en estos
núcleos se practican relaciones homosexuales, afirmando que mientras que no se
sepa no existen.
Las Iglesias son producto de la sociedad y la
cultura, están constituidas por las mismas personas que integran los núcleos
antes mencionados, por lo tanto, no escapan a esta realidad, impregnada por el
poder heteropatriarcal y sexista, reproduciendo a su interior, realidades
similares a las que se dan en la sociedad y la cultura; en algunos casos,
agravadas por los fundamentalismos religiosos, sustentados en los textos de
terror de las Sagradas Escrituras, que dan vigencia a prejuicios que sostienen “a la heterosexualidad como normativa para
juzgar todas las formas de sexualidad” (cf.Robert E. Goss: La
homosexualidad, la Biblia y la Práctica de Textos Seguros).
Un
tercer desafío que me plantó el curso es tratar de responder a la pregunta ¿qué
Iglesia para el siglo XXI?
Algunas conclusiones.
El primer desafío: decodificar la influencia
de la cultura en los postulados teológicos, exige una permanente crítica y autocrítica,
pues el sistema cultural heteropatriarcal está instalado y permea todos los
espacios socio culturales. A manera de ejemplo, en la comunidad eclesial que
lidero, que se denomina inclusiva, una de las miembros que es heterosexual
estaba hablando con tres mujeres lesbianas y cuando una de ellas dijo en plural
“nosotras las lesbianas”, la primera me pidió que aclarara en la comunidad que
ella no lo era.
Las comunidades de fe inclusivas, tenemos el
inmenso desafío de revisar, evaluar, reformular nuestro cuerpo doctrinal para
que este sea realmente inclusivo de la diversidad humana, que no es sólo
heterosexual y por supuesto no es heteropatriarcal, pues las identidades se van
construyendo a partir de matrices culturales diversas.
El segundo desafío: responder a la pregunta
¿cómo entiendo yo el misterio divino? A partir de mi vinculación a comunidades
de fe inclusivas, incorporé el término “Dios, Padre y Madre”, sin embargo en la
actualidad no logra convencerme. En primer lugar sigue siendo masculino: Dios.
En segundo lugar, no importa el orden “Padre y Madre” o “Madre y Padre”, sigue
proponiendo un modelo de pareja y/o familia, producto del macrosistema
heteropatriarcal; aunque la realidad nos dice que hay familias donde son padre
– padre, madre – madre, padres solos, madres solas, entre otros modelos. Estas
realidades no se ven contempladas en nuestra conceptualización del misterio
divino.
En los escritos utilizo el término Divinidad,
pero en la práctica pastoral, en la liturgia, resulta un término duro,
distante; entonces vuelvo a replantearme nuevamente ¿cómo entiendo el misterio
divino? A lo que se agrega ¿cómo puedo transmitirlo a una comunidad diversa como
la que lidero, con mayoría de personas GLTBQ pero también con presencia
heterosexual, para hacerles entendible el misterio divino?. Entonces, el
lenguaje y los moldes culturales funcionan como los grandes obstáculos.
Un aspecto importante a tener en cuenta en
las posibles respuestas, es que naturalicemos “lo sagrado presente en las personas reales y no en estereotipos deshumanizantes”
atreviéndonos a decir “Dios marica, dios loca, dios lesbiana, dios mujer …”
(cf. Marcella Althaus-Ried: “La teología indecente”. Loreto Fernández Martínez:
“Tortilleras, colas, trans ¿Se puede ser quien se es al interior de las
comunidades crisitanas?”).
El
tercer desafío: responder a la pregunta ¿qué Iglesia para el siglo XXI?
El siglo XXI, los nuevos escenarios por los
que transita la humanidad, el logro en cuanto a derechos de grupos vulnerados
por el macrosistema heteropatriarcal y otros aspectos, nos desafían a una
revisión eclesiológica. Para unas comunidades de fe será muy difícil dada la
rigidez de sus estructuras; para otras tal vez más fácil por la flexibilidad en
las estructuras y la dirigencia; para otras, como la comunidad que
lidero, que se autodenomina ecuménica e inclusiva, es un verdadero proceso de
aprendizaje continuo, donde todo está sujeto a revisión. A manera de ejemplo: una
de las miembros pidió que a ella se le diera de beber de la copa de la comunión
antes que a otra mujer que tenía VIH porque temía hacerlo después que ella.
En todos los casos, algunos elementos que no
pueden faltar son:
-
la
democratización de las estructuras de poder, que el liderazgo pueda rotarse;
-
la
apertura al diálogo con la sociedad y la cultura;
- la
igualdad de oportunidades y acceso de todas las personas, sin importar sexo y
orientación sexual;
-
una
liturgia inclusiva que exprese la experiencia que las personas y la comunidad
tienen de la Divinidad;
- la
generación de espacios de encuentro personal y comunitario que vitalicen la
experiencia de fe;
-
la
integración en la experiencia litúrgica de elementos que sean referentes para
quienes participan;
-
la
revisión de los espacios sagrados y de los signos y gestos utilizados.
Finalmente, considero que lo vertido en estos
párrafos, apenas son un esbozo del movimiento interno que me generaron los
diversos materiales teóricos del curso, que seguramente serán leídos y releídos
para alimentar una práctica pastoral, que como mencionaba al principio, era más
queer de lo que creía, aunque siempre con el riesgo de estar contaminada por el
macrosistema normativo heteropatriarcal.
Uruguay, 2 de diciembre de 2012.
Julio Vallarino Cruz.
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