¿Bautismo de niños? - Entrevista 34 de la serie "Otro Dios es posible"

 
RAQUEL Nuestra unidad móvil se traslada ahora al sur del país, a Judea, hasta las mismas orillas del río Jordán donde hace dos mil años Juan bautizaba multitudes. ¿Escuchan el río?... A nuestro lado, Jesucristo. Usted recordará aquel día tan especial cuando fue bautizado por Juan. ¿Fue aquí, verdad?

JESÚS Sí, creo que sí. Es que había tanta gente... Estoy viendo a Juan, vestido con piel de camello, metido en el agua hasta la cintura... ¡Juan el Bautista, gran profeta aquel!

RAQUEL En su tiempo, las personas se bautizaban adultas. En el nuestro, en cambio, el bautismo se hace lo antes posible, cuando los niños están recién nacidos.

JESÚS ¿Ustedes bautizan a los niños?

RAQUEL Sí, claro. Es la costumbre.

JESÚS Pero, ¿para qué?... Un niño o una niña chiquitos, ¿cómo van a convertirse a una nueva vida si todavía no han vivido nada?...

RAQUEL No entiendo por qué nos dice eso.

JESÚS El bautismo es para aprender a compartir. Juan lo gritaba: Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene. Para eso sirve el bautismo: para cambiar de vida.

RAQUEL Pues sus seguidores dicen otra cosa. Dicen que el bautismo sirve para borrar el pecado original.

JESÚS ¿El pecado original?

RAQUEL Sí, el que cometieron Adán y Eva en el paraíso. Dios les prohibió comer del árbol del bien y del mal. Pero la serpiente los tentó y… comieron la manzana.

JESÚS Esa historia ya la sé. Pero, ¿qué tiene que ver con el bautismo?

RAQUEL Eso se lo preguntamos nosotros a usted, que lo sabrá mejor que nadie, porque vino a este mundo para limpiarnos de ese pecado.

JESÚS ¿Que yo vine a limpiar qué?

RAQUEL El pecado original. ¿Usted no sabe que ese pecado se hereda, pasa de padres a hijos a nietos a bisnietos?... Así nos lo enseñan. Todos nacemos con esa culpa. Por eso hay que bautizarse, para limpiarla. Y cuanto antes, mejor.

JESÚS Explícame por qué.

RAQUEL Porque los niños no pueden entrar al cielo sucios, con la mancha de Adán y Eva.

JESÚS ¡Qué vueltas da la vida!... Fíjate, Raquel, también en mi tiempo los sacerdotes decían que la gente se enfermaba por culpa de los pecados que habían cometido en su familia. Una vez me trajeron a un ciego de nacimiento y me preguntaron: ¿quien pecó, él o sus padres?

RAQUEL ¿Y usted qué les respondió?

JESÚS Ni él ni sus padres. Porque la enfermedad no es hija del pecado. Ellos veían pecado en los enfermos. Y ustedes, ahora, ven pecado en los niños. Qué error tan grande.

RAQUEL Ahora soy yo quién le pregunta por qué.

JESÚS Porque ningún pecado se hereda. Ninguno. Si los padres comieron uvas verdes, los hijos no tienen por qué sufrir la dentera.

RAQUEL No podemos evitar la pregunta. Si los niños, como usted dice, no nacen con pecado, ¿para qué los bautizan, entonces?

JESÚS No lo sé. Lo que sí te aseguro es que, con agua o sin agua, serán los primeros en entrar en el Reino de Dios.

RAQUEL ¿Y los adultos?

JESÚS Quienes estén dispuestos a cambiar de vida, a luchar por la justicia, que se bauticen. Recibirán el Espíritu de Dios, como yo lo recibí aquí de manos del profeta Juan.


RAQUEL A orillas del río Jordán, testigo hace dos mil años del bautismo de Jesús y testigo hoy de estas polémicas declaraciones, despedimos nuestro programa. Soy Raquel Pérez, enviada especial de Emisoras Latinas.

LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

Más información sobre el tema:
El río Jordán

El Jordán es prácticamente el único río que riega las tierras de Is­rael. Nace en el norte, cerca del monte Hermón, y desemboca en las aguas salobres del Mar Muerto, el lugar más bajo del planeta, a casi 400 metros bajo el nivel del mar. El valle del Jordán es una prolongación del valle del Rift, formado hace 10 millones de años al fracturarse el continente africano, evento geológico decisivo en la aparición de la especie humana.
El bautismo de Juan 

El agua y su capacidad de purificación ritual es un elemento presente en prácticamente todas las religiones y corrientes espirituales del mundo.
El rito del bautismo que Juan popularizó, y que Jesús recibió, significaba un reconocimiento público de estar dispuesto a preparar el camino al Mesías. Tenía el sentido de decidirse a un cambio de vida, a una “conversión”. El bautismo de Jesús fue el punto de partida de su “vida pública”, el momento en que Jesús sintió que quería hacer con su vida algo para cambiar la situación de su país, para compartir con sus paisanos la idea que él tenía de Dios, para cambiar la idea que de Dios prevalecía entre sus paisanos y que les impedía liberarse y vivir.
El rito de Juan era colectivo y simbólico. Después de confesar sus faltas, Juan hundía a la gente en las aguas del río como señal de limpieza y de renacimiento: el agua purifica y de las aguas nace la vida. Los esenios practicaban abluciones purificadoras, como lo evidencian las piscinas rituales encontradas en las ruinas del monasterio esenio de Qumran. Muy probablemente, Juan estuvo vinculado a este grupo religioso.
Bautizarse es sumergirse

Los primeros cristianos que vivieron en tierras de Israel se bautizaban sumergiéndose en las aguas del río Jordán, repitiendo el rito de Juan. Los de otros lugares lo hacían en ríos o en estanques. La misma palabra “bautismo” viene de la palabra griega que significa “sumergirse”, “hundirse en el agua”. Con los siglos, esta costumbre se fue perdiendo y hoy, en el rito católico sólo han quedado unas pocas gotas de agua que el sacerdote derrama sobre la cabeza del nuevo cristiano. Los cristianos de rito ortodoxo y algunos cristianos evangélicos siguen practicando el bautismo por inmersión en ríos y aún en las aguas del mar.
Porque los bebés nacen en pecado…

La costumbre del bautismo por inmersión fue retrocediendo en la medida en que se generalizó el bautismo de niños, una práctica que ya aparece en escritos del siglo II, y que fue alentada en la medida en que la teología cristiana se aferró más y más a la idea de que todos nacemos en pecado, lo que desembocaría muy pronto en el dogma del “pecado original”. 

La base para alentar esta idea la encuentra esta teología en una interpretación literal del texto de Pablo en 1 Corintios 15,21 y en Romanos 5,12. La idea fue sistematizada y adornada en el siglo IV por el obispo Agustín de Hipona, el gran San Agustín ―el teólogo más influyente en la teología cristiana entre Pablo y Lutero―, a quien puede considerarse el “padre” de la doctrina del pecado original y en consecuencia, el padre de la tradición que denigra la sexualidad humana, por ser la vía para la “transmisión” de ese pecado. Esta nefasta doctrina es aún central para la teología oficial católica. 

Hasta la actualidad ese “pecado original” sería la principal razón del bautismo de recién nacidos. Razón y hasta obsesión, porque ha habido campañas para bautizar a los bebés inmediatamente que nacen y hay campañas para bautizar hasta a los fetos abortados. Obsesión basada en el miedo: la creencia de que las almas de esas criaturas, aún de las no formadas, irían a parar por causa del “pecado original” al limbo, un “lugar” en el que ni ven a Dios ni vuelven a ver a sus padres. Después de siglos alimentando esta absurda creencia, en mayo de 2007 el limbo “fue cerrado” oficialmente por los teólogos vaticanos. ¿Desaparecerá, en consecuencia, la costumbre del bautismo de bebés?
Bautismo de niños: un tema polémico
El sentido del bautismo de los niños fue debatido por los pelagianos, quienes por negar el dogma del pecado original fueron considerados herejes por la iglesia oficial. Sostenían los pelagianos (siglo IV y V) que a los niños se les bautizaba no para perdonarles ningún pecado, sino para hacerlos mejores y darles la categoría de hijos adoptivos de Dios. La iglesia oficial los persiguió cruelmente, insistiendo en que aun el niño recién nacido está bajo el poder del mal. 

El Concilio de Florencia (1442), en su decreto contra los jacobitas ―otro grupo considerado hereje―, reafirmó esta doctrina, declarando que el bautismo no debía ser pospuesto ni siquiera por 40 u 80 días, como era la costumbre de algunas personas. La razón: El peligro de muerte, que puede suceder a menudo, porque no hay otro remedio disponible para estos infantes excepto el sacramento del bautismo, que los libra de los poderes del demonio y los hace hijos adoptados de Dios. Esta creencia de inocentes bebés en manos del diablo se expresa en el rito del bautismo católico, en el que se incorporan exorcismos en rechazo “a Satanás, a sus pompas y a sus obras”, que los padrinos deben hacer en nombre de la criatura. 

A partir de la Reforma protestante en el siglo XVI, empieza a haber entre los cristianos reformados opiniones contrarias al bautismo infantil, aun cuando Lutero sí lo mantuvo. Los anabaptistas, por ejemplo, enfrentaron a los luteranos por negarse a bautizar niños, lo que provocó hasta guerras. Las únicas denominaciones protestantes que mantienen actualmente el bautismo infantil son la luterana y la morava. En la iglesia anglicana, en la copta, en la maronita y en las iglesias ortodoxas de Europa oriental y Medio Oriente también se practica el bautismo de bebés.
El ciego, las uvas verdes y la dentera

En tiempos de Jesús se creía que toda desgracia y toda enfermedad eran consecuencia de un pecado cometido por quien las padecía. Esta creencia estaba basada en las Escrituras. En el libro del Éxodo Dios advierte que castigará las faltas de los padres en las tres generaciones siguientes (20,5), y aunque posteriormente el profeta Jeremías y el profeta Ezequiel cuestionaron esta idea y enfatizaron la responsabilidad individual, muchos contemporáneos de Jesús seguían creyendo en males heredados por causa de pecados de los antepasados. 

Creían que Dios castigaba en proporción exacta a la gravedad de la falta. Se creía también que Dios podía castigar “por amor”, para poner a prueba a los seres humanos. Si acep­taban estos castigos con fe, el mal se convertía en una bendición que ayudaba a tener un más profundo conocimiento de la Ley y se facilitaba el perdón de los pecados. Los maestros de la Ley, detallistas y escrupulosos en la discusión de estas ideas, enseñaban que ningún castigo que viniera del “amor” de Dios podía impedirle al ser humano la lectura y el estudio de la Ley. Por eso, la ceguera era vista siempre como gran maldición y auténtico castigo, clara prueba de un pecado personal o de un pecado heredado de los antepasados del enfermo. 

Es precisamente ante ese caso extremo del castigo divino, el caso de un ciego de nacimiento, que Jesús cuestionó estas creencias: ni el ciego había pecado ni tampoco había heredado ningún pecado de sus padres (Juan 9,1-41). Jesús fue categórico: ninguna enfermedad es castigo de Dios, la responsabilidad por los pecados es individual, los pecados no se transmiten. Para explicarlo, Jesús emplea la reflexión que siglos antes ya había hecho el profeta Jeremías: si los padres comieron uvas verdes los hijos no sufrirán la dentera (Jeremías 31,29-30).
 


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