Cuarto domingo de Cuaresma: Conversión al Evangelio


Cuarto domingo de cuaresma: Conversión al Evangelio

3 14Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, 15para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

16“Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. 17Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.

18“El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. 19Los que no creen, ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. 20Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. 21Pero los que viven de acuerdo con la verdad, se acercan a la luz para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios.” (Juan 3,14-22 versión BIBLIA DE ESTUDIO DIOS HABLA HOY).


1.    El texto y su contexto:

El texto evangélico que nos propone la liturgia en este cuarto domingo de cuaresma, forma parte de un contexto literario más amplio. El discurso que Juan pone en boca de Jesús, es la respuesta a la pregunta de Nicodemo sobre nacer de nuevo (versículo 9). El Evangelio presenta el diálogo entre Nicodemo, representante de la Ley de Moisés y la Tradición y Jesús, representante de los Profetas y portador de la novedad del Espíritu.


Los versículos 14-15 presentan a Jesús como el acceso a la vida eterna. La Biblia nos enseña, que la vida es el regalo más preciado que Dios hace a la creación (Gn 1,1-2,4) y que ella no termina con la muerte (Jn 11,25). Es por esta razón, que se la denomina “vida eterna” y se accede a ella por la fe en Jesús (Jn 3,16), ya desde ahora (Jn 5,24). Este concepto de “vida eterna” que nos propone Juan es similar al de “Reino” que nos proponen Marcos, Mateo y Lucas en sus evangelios (cf. Jn 5,24; 6,33-54; 20,31).  Entonces, no estamos hablando de otra vida después de la muerte, sino de una experiencia de ser, hacer y tener que comienza aquí y ahora.

Esta nueva forma de vida (ser – hacer – tener), que Juan llama “vida eterna” y los evangelios sinópticos llaman “Reino” es la novedad que Jesús comunica a la humanidad de parte de Dios. Una novedad que está claramente enfrentada a la lógica del mundo que terminará matando al enviado e intentando destruir el mensaje (Num 21,4-9; Is 52,13; Sab 16,5-8; Jn 8,28; 12,32-43; 13,1; 17,11).


Los versículos 16-17 presentan el amor incondicional de Dios al mundo. Un mundo que no entendió y dejó de lado el designio divino y sin embargo Dios no lo dejó librado a su suerte, ni lo castigó, ni lo condenó. Por el contrario, envió “a su Hijo único para que todo aquel que cree no muera sino que tenga vida eterna”. Y aquí dos precisiones. La primera, el término “no muera” es una interpretación epocal del traductor, literalmente la traducción sería “no se pierda”. Si bien desde una interpretación alegórica podrían entenderse como sinónimos, no es lo mismo, literalmente, morirse que perderse. La segunda, el término “cree (en él)” implica, no una aceptación racional, sino una respuesta humana con la mente, con el corazón, con las acciones, involucrando a toda la persona, a la acción divina, que se realiza por medio de Jesús.

A esta nueva forma de vida (ser – tener – hacer) que Juan vuelve a llamar “vida eterna” y que los evangelios sinópticos llaman “Reino”  se accede por la fe en Jesús. Una fe que involucra a la totalidad del ser humano: lo que es como persona, lo que tiene como persona, lo que hace como persona (Jn 3,14-16; 6,40; 11,25-26; 20,31).


Los versículos 18-21 retoman el conflicto entre las lógicas de Dios y del mundo, entre los que creen y no creen en Jesús, e introducen los conceptos de “luz” y “oscuridad” como irreconciliablemente antagónicos y a los que Juan recurrirá una y otra vez a lo largo de su evangelio, para referirse a Jesús como la “luz” y al mundo lugar del pecado como la “oscuridad”.

Pero lo realmente importante, es que los versículos 16-17 afirman que Dios ama al mundo y envía su mensajero con esa noticia, y los versículos 18-21 no afirman que Dios condena al mundo cuando éste lo rechaza. Dios no condena. Dios no margina. Dios no excluye. Los propios seres humanos son, quienes por su forma de ser, su forma de tener, su forma de hacer, se excluyen o excluyen a otros seres humanos, de la vida plena, digna y abundante que Dios ofrece a toda la humanidad por igual.


2.    El texto hoy:

Las comunidades cristianas, en nuestra experiencia de fe tenemos que ir optando por la Ley o el Espíritu, por la tradición o el carisma profético, por las doctrinas o la práctica del amor, por la fe racional o por la fe que involucra a toda la persona. Elegir es renunciar.

Nuestra misión es comunicar a la sociedad y la cultura contemporánea el mensaje que Dios confió a Jesús: Dios ama al mundo porque es su creación. Dios no condena al mundo sino que envió primeramente a los profetas y luego a Jesús convocando a la humanidad, a participar de su proyecto inclusivo y liberador, donde todas las personas sin exclusión, tuvieran vida digna, plena y abundante; lo que Juan llamó “vida eterna” y Marcos, Mateo y Lucas llamaron “Reino”.

Para construir “otro mundo posible” donde la justicia y la paz sean realidad para todas las personas; donde “otra Iglesia sea posible”, liberadora e inclusiva, generadora de  “otro cristianismo” menos dogmático y profético y carismático, es necesario “un nuevo nacimiento”.

Nacer, implica dejar atrás las seguridades y comodidades intrauterinas, exige desinstalarse y afrontar los riesgo que la vida, fuera del útero, nos ofrece. Nacer de nuevo –según el Evangelio- implica:

-       dejar atrás las seguridades que nos ofrece el marco dogmático y doctrinal de la tradición –representados en Nicodemo-, para asumir la novedad del Espíritu que Jesús nos comunica de parte del Padre;

-       interpelar las Escrituras buscando el mensaje para la sociedad y la cultura contemporánea e interpretarlas con fidelidad creativa –como lo hizo Juan para la comunidad destinataria de su Evangelio, hacia fines del siglo I-;

-       convertirnos al Evangelio de Jesucristo, que es Buena Notica de liberación e inclusión, para todas las personas, en todos los lugares y de todos los tiempos (Lc 4,18-19).

En este cuarto domingo de cuaresma, el Evangelio de Juan nos desafía a dejar atrás nuestra fe mágica e ingenua, para asumir el desafío de una fe adulta y comprometida con el Evangelio de Jesucristo.

Buena semana para todas y todos.
+Julio  

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