Reflexiones del domingo 11 de julio.-

La parábola del "maricón bueno".

Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerlo a prueba le preguntó: —Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: —¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees? El maestro de la ley contestó: —‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y, con toda tu mente’; y ‘ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Jesús le dijo: —Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida.

Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo? Jesús entonces le contestó: —Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero al verlo, dio un rodeo y siguió adelante. También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante. Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del alojamiento y le dijo: ‘Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva.’ Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la ley contestó: —El que tuvo compasión de él.

Jesús le dijo: —Pues ve y haz tú lo mismo (Lc. 10,25-37 – Versión “Dios Habla Hoy” Biblia de Estudio).


En la parábola del buen samaritano, Jesús nos presenta dos temas centrales para las comunidades cristianas.

En primer lugar presenta lo esencial de la vida cristiana: el amor a Dios que no se puede separar del amor al prójimo. Ambos están profundamente ligados.

En segundo lugar presenta una situación realmente revolucionaria. Un hombre iba de Jerusalén a Jericó y fue asaltado y herido. Por el trayecto nos permite suponer que era judío. Un sacerdote y un levita, ambos integrantes de la clase religiosa del pueblo judío lo ven y siguen de largo, no lo asisten. Fue un habitante de Samaría quien lo socorrió.

Los habitantes de Samaría eran despreciados por los de Judea. Era considerada gente impura por la mezcla de razas consecuencia de la deportación asiria en el 722 aC. Era considerada gente hereje porque consideraban sagrados sólo una parte de las Escrituras Hebreas (Antiguo o Primer Testamento). Eran considerados cismáticos porque no adoraban a Dios en el templo de Jerusalén. El pueblo judío discriminaba y excluía al pueblo samaritano.

Jesús es radicalmente duro con sus contemporáneos judíos. Presenta al samaritano despreciado, discriminado y excluido por el pueblo judío como un hombre bueno, solidario y piadoso que comprendió lo esencial del mandamiento divino: el amor a Dios solamente es real cuando se expresa a los seres humanos sin hacer diferencia.

Haciendo una actualización de este texto, perfectamente podríamos ubicar en el lugar del buen samaritano, a personas GLTTB, víctimas del prejuicio y la discriminación de algunas Iglesias cristianas, que sin embargo, aunque no frecuentan los templos, ni participan de las oraciones, se acercan y cuidan de otras personas ofreciendo su solidaridad. Así surgen los movimientos por los derechos civiles de las personas GLTTB, los movimientos a favor de las personas que viven con VIH, los movimientos por la equidad e igualdad de género.

Desde esta perspectiva podríamos leer la parábola del “buen maricón”:


Un obispo fue a hablar con Jesús y para ponerlo a prueba le preguntó: —Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: —¿Qué está escrito en la Biblia? ¿Qué es lo que lees cada domingo? El obispo contestó: —‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y, con toda tu mente’; y ‘ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Jesús le dijo: —Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida.

Pero el obispo, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo? Jesús entonces le contestó: —Un cristiano iba por la calle de regreso de la Iglesia, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote transitaba en su auto por la misma calle; pero al verlo, no se detuvo y siguió adelante. También una camioneta con monjitas pasaba por aquel lugar, y cuando lo vieron, tampoco detuvieron la marcha y siguieron adelante. Pero una travesti que estaba haciendo la prostitución en esa calle, al verlo sintió compasión. Se acercó a él, llamó un taxímetro y lo cargó hasta introducirlo dentro, lo acompañó hasta el servicio de salud más próximo, pagó el taxímetro y se quedó con él en la emergencia hasta que fue atendido, luego avisó a la familia del cristiano herido y lo acompañó hasta su casa. Pues bien, ¿quién te parece que se hizo prójimo del cristiano asaltado por los bandidos: el sacerdote, las monjitas o la travesti? El obispo contestó: —Quien tuvo compasión de él. Jesús le dijo: —Pues ve y haz tú lo mismo

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