Reflexión del 21 Domingo después de Pentecostés – Mt. 22:34-40

 




22  34 Cuando los fariseos oyeron que Jesús dejó callados a los saduceos, se reunieron. 35 Uno de ellos, que era experto en la ley, quería tenderle una trampa a Jesús y le preguntó:

36 —Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?

37 Jesús le dijo:

—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”.[a] 38 Este es el primer mandamiento y el más importante. 39 Hay un segundo mandamiento parecido a este: “Ama a tu semejante como te amas a ti mismo”. 40 Toda la ley y los escritos de los profetas dependen de estos dos mandamientos.

 

1.     El texto en su contexto

Como veníamos reflexionando semanas atrás, el capítulo 22 presenta el enfrentamiento entre Jesús y las autoridades civiles y religiosas de Israel. El capítulo inicia con una desafiante parábola de la Fiesta de Bodas (vv 1-14) donde, los invitados que representaban al pueblo y fundamentalmente a sus representantes se negaron a participar y la gente de los caminos que representaban a los pueblos gentiles y a la gente pecadora, tomaron su lugar en la Fiesta. Frente a esta provocadora historia de Jesús, las autoridades civiles y religiosas reaccionan buscando arrestarlo y enjuiciarlo (21:45), para ello se organizan y preparan algunas estrategias para descalificarlo; la primera es la pregunta sobre los impuestos (vv 15-22), la segunda es la pregunta sobre la resurrección (vv 23-33) y la tercera es el relato de hoy: el mandamiento más importante (vv 34-40). El capítulo finaliza nuevamente con un desafío de Jesús a las autoridades, de quién es hijo el Mesías (vv 41-45).

Los fariseos, representados por un perito en la Ley de Moisés, pregunta a Jesús, sobre el mandamiento más importante (vv 36) y es que los fariseos identificaban 613 mandamientos o preceptos en la Ley que exigían se supieran y se practicaran.

Jesús, responde utilizando dos textos de la Ley:

Por eso ama al SEÑOR tú Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con todas tu fuerzas (Dt. 6:5);

No abriguen rencores ni sean vengativos con sus compatriotas; más bien amen a sus semejantes como a sí mismos, porque yo soy el SEÑOR (Lv. 19:16).

El amor a Dios y el amor al prójimo son los mandamientos más importantes que resumen la Ley y los Profetas (7:12). Están tan ligados uno al otro que el Apóstol Juan escribirá más tarde:

Si alguno dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso. Porque si no ama a su hermano, a quien puede ver, mucho menos va a amar a Dios, a quien no puede ver (1Jn. 4:20).

Para Jesús este es el mandamiento fundamental, el más importante, el que transmite a la comunidad discipular como resumen de toda la Biblia.

 

2.     El texto en nuestro contexto:

Para las discípulas y discípulos de Jesús no existe otro mandamiento que el amor a Dios a las personas. Es el testamento de Jesús:

Les estoy dando un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ámense tal como yo los amé (Jn. 13:34).

El Apóstol Pablo escribía:

Si yo puedo hablar varios idiomas humanos e incluso idiomas de ángeles, pero no tengo amor, soy como un metal que resuena o una campanilla que repica.

Yo puedo tener el don de profetizar y conocer todos los secretos de Dios. También puedo tener todo el conocimiento y tener una fe que mueva montañas. Pero si no tengo amor, no soy nada.

Puedo entregar todo lo que tengo para ayudar a los demás, hasta ofrecer mi cuerpo para que lo quemen. Pero si no tengo amor, eso no me sirve de nada.

El amor es paciente y bondadoso. El amor no es envidioso. No es presumido ni orgulloso. El amor no es descortés ni egoísta. No se enoja fácilmente. El amor no lleva cuenta de las ofensas. No se alegra de la injusticia, sino de la verdad. El amor acepta todo con paciencia. Siempre confía. Nunca pierde la esperanza. Todo lo soporta (1 Cor. 13:1-7).

Fue el distintivo de las comunidades discipulares de la iglesia primitiva (Hch. 4:32-37). Tertuliano en el siglo II afirma que los paganos decían:

“Miren como se aman; miren como están dispuestos a dar la vida unos por otros”.

Sin lugar a dudas, estos tres escritos de la Iglesia primitiva marcan un camino a seguir, en este siglo XXI, donde el cristianismo ha creado mandamientos, preceptos, normas, reglas, teologías, devociones, etc. Sin amor a Dios y sin amor a las personas concretas, aquellas que se ven, se oyen, se tocan, se huelen, se escuchan (1Jn. 4:20) de nada sirve amar a la Iglesia, a la Virgen, rezar rosarios o novenas, ir a misa, hablar en lenguas, diezmar o lo que se les ocurra.

Urge, que las iglesias retomemos las enseñanzas de los Apóstoles. Nos empapemos de las enseñanzas de los Padres Apostólicos. Vivamos radicalmente el mandamiento de Jesús.

Nos encontramos en un contexto privilegiado para dar testimonio a quienes no creen, debido a la pandemia, a las migraciones “ilegales”, a los enfrentamientos armados, al hambre, al desempleo, a la violencia familiar, al bullying, a la homofobia, a la contaminación ambiental, a la explotación de los pueblos originarios … el siglo XXI nos ofrece la oportunidad de que, quienes no creen, puedan decir de las cristianas y los cristianos: “miren como se aman”, pero hasta ahora, pasamos desapercibidos, no logramos que nos reconozcan, salvo a la entrada o salida del templo.

Lamentable!

 

Buena semana para todos y todas.

+Julio V.


Comentarios

Entradas populares