Tercer domingo del Tiempo de Dios para todos los pueblos: sentimos el llamado a anunciar un tiempo de paz con justicia




3 er Domingo del Tiempo de Dios para todos los Pueblos
Is 62,1-5


1.     El texto en su contexto:

El texto que nos propone la liturgia corresponde al tercer Isaías. El profeta se siente urgido a anunciar justicia y liberación. Anuncia un nuevo tiempo que es como la aurora, la primera luz entre penumbras que anuncia el amanecer de un nuevo día (vv 1). Orígenes (Padre de la Iglesia, 185-254) decía que Jesús es la aurora del Reinado de Dios, pues bien, para el profeta Isaías, el tiempo que se avecina es tiempo de liberación donde Dios reina en la ciudad santa, pero no reina solo para ella sino para todos los pueblos (vv2-4).

El profeta introduce la imagen de las bodas entre Dios y su pueblo (vv 5) imagen que es tomada en Apocalipsis representada en las bodas del Cordero, la unión entre Jesucristo glorificado y la Iglesia, pueblo de Dios, liberado, sanado e incluido, introducido ya en el Reinado de Paz con Justicia (Ap. 19,1-10).


2.     El texto en nuestro contexto:

Sin lugar a dudas, en nuestro contexto latinoamericano y mundial, esta profecía está llena de esperanza para todo el hemisferio sur, especialmente para los países del tercer y cuarto mundo, para los grupos vulnerados en sus derechos y su dignidad de todo el planeta.

Asistimos a un complejo escenario planetario, donde los poderosos de este mundo invierten más en armas para destruir que en medicinas para sanar; priorizan políticas reduccionistas del bienestar y la calidad de vida en vez de promoverlas y fomentarlas; proyectan invasiones con la finalidad de explotar y expropiar los bienes y riquezas naturales de sus víctimas, y no solo eso, sino que inmovilizan sus capacidades de desarrollo, facilitando la migración de técnicos y científicos pero poniendo barreras a la migración del pueblo sencillo que busca mejorar sus condiciones de vida.

Basta echar un vistazo a nuestra América Latina, con la implantación de políticas devastadoras, que favorecen a los poderosos y sus grupos afiliados, perjudicando a millones: las reducciones en las pensiones y jubilaciones, los recortes en la salud y la seguridad social, el desmantelamiento de los programas de equidad, la reducción del gasto en educación y vivienda, la expropiación de tierras a los pueblos originarios, la represión a quienes defienden sus derechos al trabajo y la educación; ejemplos clarísimos como los de Argentina y Brasil.

Pero también, basta con ver como detrás de las políticas sociales de equidad de países llamados progresistas, se esconden políticos y tecnócratas que manipulan el sistema para que sigan existiendo personas empobrecidas y ellos puedan mantenerse en los lugares de poder, sostenidos por sindicalistas que en los discursos defienden los derechos de las personas trabajadoras pero con sus actos atentan contra la clase que dicen defender; ejemplos clarísimos como los de Venezuela y Uruguay.

El cristianismo necesita tomar distancia de estas realidades, no para evadirse en templos y cultos mágicos, sino para visualizar la verdadera esperanza que debe construirse, como el profeta Isaías, sentimos el llamado a anunciar un tiempo de paz con justicia, una realidad radicalmente diferente, una civilización planetaria donde todas las personas gocen de los mismos derechos y las mismas oportunidades, donde todas las personas tengan los mismos deberes y las mismas obligaciones, en un marco de justa equidad no necesariamente igualdad.

Asistimos a una realidad social donde los valores se están transformando, donde las verdades se están cuestionando, donde las seguridades se están desmoronando. Esta realidad es la gran oportunidad que tenemos para construir una realidad diferente, una realidad de paz mundial, planetaria, sostenida en la justicia, no en el temor que generan los poderosos; una paz sostenida en la ciencia y la tecnología, en las herramientas de estudio y de trabajo no en las armas de ningún tipo.

Esta utopía no será promovida por los poderosos porque tienen mucho que perder, necesariamente tiene que ser construida desde abajo hacia arriba y desde dentro hacia fuera, si no lo creemos, si no lo intentamos, si no lo soñamos estamos condenados y condenadas a transmitirles la resignación del no se puede a las nuevas generaciones y continuaremos retrasado la llegada del Reinado de Dios que anunció Jesucristo, un reinado que inicia aquí y ahora, con liberación, sanación e inclusión (Lc 7,22).

Así como las generaciones del siglo XX lograron dar un salto cualitativo y cuantitativo significativo a nivel de ciencia y tecnología, de derechos y de libertades; las generaciones del siglo XXI necesitamos corregir los errores producidos anteriormente y continuar dando esos saltos hacia otra iglesia posible, hacia otra sociedad planetaria posible, sin exclusiones (Hch 10,38).

Esta esperanza activa debemos sembrarla en nuestras vidas personales; transmitirlas a nuestros entornos familiares, n, laborales, estudiantiles; anunciarla en nuestras iglesias y comunidades de fe; es el fuego que Jesús trajo a la tierra y que necesita arder (Lc 12,49); de cada uno y una de nosotros y nosotras depede.

Buena semana para todos y todas.
+Julio, Obispo de la IADC.

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