Homilía pronunciada el 15 de noviembre en la ordenación presbiteral de Cristian Olivares
Mt
9,9-13
1. El texto en su contexto:
El relato evangélico
nos cuenta que Jesús se fue de Nazareth (9,1-7) y encontró a un hombre llamado
Mateo, según Marcos era hijo de Alfeo (2,14) que trabajaba como cobrar de
impuestos para el imperio romano al que Jesús invita al discipulado y Mateo se
pone en camino (versículo 9). Este versículo nos plantea tres realidades:
-
La primera, que Mateo era cobrador de
impuestos, publicano, por lo tanto rechazado por el sistema político y
religioso considerándolo pecador (cf Mt 5,46; 11,19; 21,31-32; Lc 18,9-14;
19,1-10).
-
La segunda, que sabiendo Jesús que hacía
Mateo, el relato evangélico dice que lo “vio”, lo invita al discipulado.
“Sígueme” es la invitación que lanza a quienes elige para formar parte de la
comunidad discipular (4,19; 4,21). Jesús no eligió a un judío piadoso sino a un
hombre de cuestionable reputación que el sistema religioso lo consideraba
pecador; sin lugar a dudas, una actitud desafiante la del Maestro.
-
La tercera, que sabiendo Mateo su
situación, lo que él era y representaba, y quién era Jesús, decidió seguirle.
Fue más fuerte el llamado del Maestro que el prejuicio social y la condena
religiosa.
No sabemos si Jesús
estaba en su casa o en la de Mateo, pues el texto griego es ambiguo en ese
sentido, pero sí es claro que estaba comiendo sus discípulos y compartiendo la
mesa con muchos cobradores de impuestos,
entre los que se encontraba Mateo, y con otras personas de mala fama (versículo
10). Literalmente, el texto griego hace referencia a personas pecadoras, y es
que para el sistema religiosos estas personas eran inmerecedoras de la gracia
divina, no porque fueran malas, sino porque no interpretaban la ley como lo
hacían los fariseos o ejercían trabajos que no eran considerados dignos por el
sistema religioso. Al admitirlos Jesús a su mesa estaba dando un claro mensaje
de aceptación y amistad (cf Lc 15,1-2).
La actitud desafiante
de Jesús al sistema religioso, primer eligiendo a un cobrador de impuestos para
formar parte de su comunidad discipular y luego demostrando aceptación hacia
personas de mala fama provoca el inmediato cuestionamiento de los fariseos,
judíos piadosos, preocupados por cumplir la ley de Dios, guardar las
tradiciones y considerarse personas justas (versículo 11).
La respuesta de Jesús
no se hace esperar. Desafiante, escandaloso, revolucionario en su concepción
religiosa los enfrenta a su hipocresía (versículos 12-13). Jesús hace
referencia a un texto del profeta Oseas, lo importante no son los sacrificios
que se ofrecen en el Templo, ni el cumplimiento estricto de la ley de Dios y la
conservación de la tradición sino la compasión y la solidaridad (Os 6,6 cf Mt
5,23-24; 12,7).
2. El texto en nuestro contexto:
El relato evangélico de
la vocación de Mateo es muy significativo. Él es, según el sistema religioso,
un pecador, a quien Jesús llama para el seguimiento en el discipulado sin
pedirle una confesión pública de su conversión, simplemente lo ve tal cual es,
lo acepta tal cual es, lo llama tal cual es. El llamado fue sanador y liberador
para Mateo. La elección y ordenación de nuestro hermano Cristian es un nuevo
desafío de Jesús a quienes se consideran buenas personas y buenos cristianos,
porque el Maestro no las llamó a ellas, no las invitó al seguimiento a ellas.
Pablo dirá: “Dios ha escogido a quienes el mundo rechaza para confundir a
quienes se creen algo “ (1Cor 1,27-28). Cristian, con el tiempo, irá
aprendiendo que la vocación ministerial es una forma de ir sanado nuestras
propias heridas en la medida que sanan nuestros hermanos y nuestras hermanas a
quienes ministramos.
Jesús hizo de la mesa
compartida entre las personas excluidas uno de los signos más fuertes de la
presencia del Reino que anunciaba. Una mesa integrada por gente de mala fama
porque Dios no hace diferencia entre las personas (Hch 10,34). Cristian,
siguiendo el ejemplo de Jesús, el Maestro y el Señor, tendrás que hacer de cada
Eucaristía el lugar de encuentro de aquellas personas que la sociedad y la
religión consideran malas personas. En la Iglesia Antigua – Diversidad
Cristiana nos gozamos de recibir a personas con vih; a gays, lesbianas,
bisexuales, personas trans; a quienes tienen uso problemático de drogas, a sus
amistades y a sus familias.
Frente al
descalificativo de la clase religiosa Jesús una y otra vez reúne en torno a la
mesa a las personas excluidas, haciéndose acreedor del calificativo de comilón y
bebedor, amigo de gente de mala fama (Mt 11,39). Cristian, las críticas de
quienes se consideran buenos cristianos y buenos pastores no deben de ser un
obstáculo para comprometerte con aquellas personas que ninguna iglesia recibe,
personas que fueron juzgadas, condenadas, demonizadas, silenciadas e
invisibilizadas, por cristianas y
cristianos que debieron amarlas. Esas personas deben de ser la prioridad de tu
ministerio. Ya hay iglesias y hay pastores que se encargan de quienes se
consideran buenos. Tú ministra a quienes las iglesias dejaron fuera de la
gracia, porque Dios, que es rico en misericordia las ama entrañablemente (Ef
2,4).
Cristian, Jesús no te
eligió porque sos una buena persona de acuerdo al sistema religioso; no te eligió
porque cumples estrictamente la tradición religiosa; Jesús te eligió porque te
vio y te amó, no le importó tus capacidades porque durante el ministerio, él te
capacitará para la misión; simplemente, como Mateo tienes que levantarte de
donde estás y seguirlo.
Seguir al Maestro no es
fácil. Hacerlo en la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana, menos aún. El
clero de nuestra iglesia no está para ser servido sino para servir (Mt 20,28),
no tanto en materia litúrgica, sino en materia de derechos y dignidad humana
(Lc 4,18-21), de nada sirve celebrar la Eucaristía si una persona de las que
está presente está vulnerada en sus derechos y su dignidad (Mt 9,3 cf Os 6,6-7;
Mt 9,10-13; 12,1-8). Tendrás que orar y enseñar a orar, pero no una oración
alienante y desencarnada, sino comprometida con la vida y el contexto de las
personas, una oración solidaria con sus luchas y sus fracasos, con sus gozos y
sus penas (Lc 11,1-4).
Durante tu ministerio
tendrás momentos fáciles y momentos difíciles, momentos lindos y momentos feos.
No tengas miedo transitarlos, recuerda la promesa recibida por el apóstol
Pablo: “mi gracia te basta” (2Co 12,9) y aquella afirmación confiada y certera:
“nada podrá apartarnos del amor de Dios” (Rom 8,39).
Que así sea.-
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