26º Domingo después de Pentecostés - El tiempo de la Iglesia: el fin del mundo conocido, el inicio de un tiempo nuevo en justica y solidaridad
Lc 21,5-19
1. El texto en su contexto:
Jesús se encontraba en
el templo con sus discípulos y sus discípulas (20,1). Ese es el escenario donde
se desarrolla la discusión con los sacerdotes, los maestros de la ley y los
ancianos, es decir, con el poder político y religioso de su tiempo; primero
sobre la autoridad de Jesús (20,2-8), luego sobre el pago de impuestos
(20,20-26) y la resurrección de los
muertos (20,27-40) para finalizar sobre la procedencia del Mesías (20,41-14)
y la advertencia de Jesús sobre la hipocrecía del sistema religioso (20,45-46).
Es en este contexto de
confrontación, donde el evangelista Lucas pone en boca de Jesús la destrucción
del templo. Relata que muchas personas estaban maravilladas de la belleza y
esplendor del Templo de Jerusalén (21,5). Efectivamente, el exterior era de
mármol y la fachada estaba adornada con objetos de gran valor, entre los que
destacaba una vid de oro sobre la puerta principal, que había sido donada por
el Grande, cuya construcción se había iniciado hacia el año 20 aC y aún no
había sido terminado en tiempos de Jesús (cf Jn 2,20).
Este templo maravilloso
que había llevado medio siglo levantar, Jesús afirma que será destruido (21,6),
al punto que no quedará piedra sobre piedra. En este relato, sin lugar a dudas,
se hace referencia al tremendo acontecimiento del año 70 dC, cuando el ejército
romano sitia y arrasa Jerusalén y el Templo como respuesta al levantamiento del
año 66.
La destrucción del Templo
tiene consecuencias significativas en la vida religiosa del pueblo judío. Por
un lado, se fortalece el judaísmo en las sinagogas. Por otro lado, la secta de
los nazarenos es expulsada de la sinagoga y da surgimiento al cristianismo como
religión independiente del judaísmo (año 70 dC, fecha a tener en cuenta, para
quienes afirman que Jesús fundó la Iglesia).
Esta afirmación de
Jesús, de que el Templo sería destruido produce consternación y dudas en la
audiencia de Jesús, por lo tanto preguntas (versículo 7), a lo que Lucas pone
en boca de Jesús una doble respuesta. Por un lado, las señales propias de la
destrucción del Templo: guerra, hambre, enfermedades; calamidades que vivieron
durante el sitio a Jerusalén; la persecución de la iglesia, en efecto, al ser
expulsada de la sinagoga la secta de los nazarenos, quedan sin protección y
pasan a ser una religión clandestina lo que desata la doble persecución por
parte del judaísmo y por parte del imperio romano (versículo 12 cf Mt10,17-18;
Mc 13,12; Lc 12,52-53; Jn 15,18-25).
Por otro lado, presenta
un lenguaje apocalíptico (cf Is 19,2; Ap 6,3-8.12-17). Sin embargo, las señales
que presenta las hubo siempre desde la propia existencia del planeta:
terremotos y eclipses se han producido en distintos momentos de la vida del
planeta y las distintas culturas han dado testimonio de ello. Simplemente Jesús
afirma que no se sabe cuando retornará.
Pero hay algo
significativo, Lucas pone en boca de Jesús los falsos cristos (versículo 8 cf
Mc 13,21; Lc 17,23; 1Jn 2,18), aquellos que se arrogarán el rol mesiánico. Una
advertencia importante para todos los tiempos.
2. El texto en nuestro contexto:
La interpretación de
este relato evangélico, nos invita a reflexionar, por lo menos sobre cinco
ideas.
La primer idea nos
invita a reflexionar sobre nuestros actos eclesiales. Nuestros templos ¿son
lugares de culto a Dios o de acumulación de riquezas y poder? Los bienes de
nuestras iglesias ¿están al servicio de las personas necesitadas o de la
ostentación religiosa? Recordemos que Jesús se enfrentó al sistema religioso
injusto, insolidario e inhumano.
La segunda idea nos
enfrenta a la fantasía, que muchas veces durante la historia del cristianismo
ha estado presente, de buscar el poder y la riqueza. La Iglesia está llamada a
servir. Sus líderes tienen que servir. El poder y la riqueza no es servicio.
Basta observar a nuestro alrededor, pastores enriquecidos con el diezmo de sus
congregaciones, disfrutando de mansiones, automóviles lujosos, piscinas, etc.;
obispos que les gusta jugar a ser príncipes con anillos y tronos y vestimentas
ostentosas. Recordemos que Jesús nos convocó a liderar a las comunidades pero
en el servicio, siguiendo su ejemplo.
La tercer idea nos
enfrenta a la cruda realidad de nuestros orígenes. Pastores y pastoras sin
escrúpulos, engañan a sus comunidades diciéndoles que la iglesia fue fundada
por Jesucristo. Es un error garrafal. Jesucristo murió en el año 35
aproximadamente y la iglesia surge en el año 70 dC; hay 35 años de diferencia
entre un acontecimiento y otro. La honestidad intelectual nos lleva a afirmar
que Jesucristo es el fundamento de la Iglesia pero no el fundador. La Iglesia
fue fundada por la segunda generación de cristianos, aquellos del año 70 que
protagonizaron la persecución por parte del judaísmo y por parte del imperio
romano, es decir, el poder religioso y el poder político.
La cuarta idea nos
enfrenta a una realidad muy fuerte en nuestros tiempos, los discursos
mesiánicos y el surgimiento de falsos profetas que no anuncian la liberación y
la justicia de Dios, sino la condena y el juicio por las conductas inmorales de
la gente, retomando modos anacrónicos y sembrando el terror para controlar y
dominar imponiendo sus puntos de vista sobre las realidades humanas; tal es el
caso de quienes atribuyen el VIH a castigos divinos por las prácticas sexuales,
o las catástrofes naturales a castigos divinos por aprobar el matrimonio
igualitario, o predican la teología de la prosperidad cuando los únicos que
prosperan son ellos que el diezmo aportado por la congregación, o quienes
imponen modelos familiares construidos sobre el matrimonio monogámico
heterosexual como natural y querido por Dios (nada más contrario a la
experiencia bíblica). La Iglesia de Jesucristo no puede y no debe entrar en
esos discursos. Jesús no anunció el fin de la creación como la conocemos, sino
el fin del mundo injusto de insolidario.
La quinta idea es
justamente, reflexionar sobre el contenido del mensaje apocalíptico de este Evangelio.
Jesús fue un hombre de su tiempo y como tal utilizó los recursos culturales que
tenía a su alcance. La corriente apocalíptica era parte de esos recursos. Pero
Jesús no se refería al fin del tiempo, de la creación y del mundo como obra de
Dios sino que hacía referencia a otra realidad, aquella que el biblista Joaquím
Jeremías llama “la aurora del Reino”, es decir, el fin de este mundo injusto,
con opresión y explotación de unos sobre otros, el fin de las estructuras
políticas y religiosas que culpabilizan y excluyen en vez de liberar e incluir,
el comienzo de un nuevo tiempo de derechos y dignidad, de plenitud y de vida,
donde la justicia y la solidaridad son las reglas que regulan las relaciones
humanas.
Les dejo a todos y
todas con estas cinco reflexiones breves para profundizar en el correr de la
semana. Tengan un bendecido domingo. +Julio.
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