25º Domingo después de Pentecostés – El Tiempo de la Iglesia: Dios es Vida
Lc 20,27-38
1.
El texto en su contexto:
El capítulo 20 de Lucas prepara el desenlace final de su
evangelio: la derrota de Jesús en la cruz y la victoria de Dios en la
resurrección. En 20,1-7 los representantes del poder político y religioso:
jefes de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos, ponen a prueba a Jesús preguntando
sobre su autoridad; en 20,9-19 Jesús pronuncia la parábola de los trabajadores asesinos
provocando la ira de jefes de los sacerdotes y maestros de la ley; en 20,20-26
nuevamente representantes del poder político y religioso lo ponen a prueba
preguntando sobre el pago de impuestos; en 20,27-40 los saduceos, un sector muy
rico y conservador, generalmente integrado por los sumos sacerdotes y gente
allegada al templo, nuevamente pone a prueba a Jesús preguntando sobre la
resurrección de los muertos, un tema polémico en aquel entonces, pues los
saduceos no creían en la resurrección mientras que los fariseos sí creían;
finalmente, Jesús interpela a los representantes del poder político y religioso
preguntando sobre el origen del Mesías (20,41-44) y arremete contra su
hipocresía (20,45-47).
El relato evangélico de hoy nos presenta a integrantes del
partido de los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos (versículo
27 cf Hch 4,1-2; 23,28). Este sector del judaísmo reconocía únicamente los
libros del Pentateuco rechazando los escritos proféticos y sapienciales. Por
esa razón es que Jesús utiliza una cita del Pentateuco para responder a sus
cuestionamientos (versículo 37 cf Ex 3,12).
Los saduceos presentan a Jesús un caso hipotético con la
intención de ponerlo a prueba y desprestigiarlo con su respuesta. Una mujer que
enviuda y se casa con los hermanos del difunto que van muriendo uno a uno sin
dejar descendencia al primer esposo, cumpliendo con la ley del levirato
(versículos 28-32 cf Dt 25,5-10). La pregunta maliciosa es de quien será mujer
en la resurrección, puesto que los siete se casaron con ella y ninguno tuvo
hijos (versículo 33).
Jesús responde magníficamente a los saduceos, en primer lugar
que en la resurrección no habrá matrimonios pues ya no es necesario reproducir
la especie humana pues nadie volverá a morir (versículos 34-36), pero
fundamentalmente, en segundo lugar que Dios no es un Dios de muertos sino de
vivos (versículos 37-38) utilizando el texto del diálogo de Dios con Moisés en
el episodio de la zarza ardiendo (Ex 3,2-6), donde interpreta que el Dios
viviente no puede ser un Dios de muertos, por lo tanto, los patriarcas están
vivos.
2. El texto en nuestro contexto:
Si leemos el texto en su contexto literario y lo
interpretamos desde ahí, ciertamente no podemos limitarnos a reflexionar sobre
la resurrección y la vida eterna, sino sobre la maldad del sistema político y
religioso, que utiliza descontextualizadamente aspectos de la biblia para retorcer el mensaje, desviurtuarlo,
manipularlo y fundamentar sus posiciones.
Así como los saduceos utilizaron el pasaje bíblico del levirato
para poder condenar a Jesús por su respuesta, muchos sectores del cristianismo,
en la actualidad utilizan textos aislados, de forma arbitraria, para poder
condenar a quienes no piensan y actúan como ellos. A manera de ejemplo, basta
con escuchar o leer la utilización que hacen de Lv 18,22 ó 20,13 que se refiere
al código de santidad en función de la pureza ritual y las prácticas
idolátricas, para fundamentar su condena a las personas homosexuales; o Rom
1,26-27 que hace referencia a la explotación sexual en las prácticas
idolátricas, para fundamentar su condena a las personas gays, lesbianas y
trans.
Por otra parte, si nos detenemos en leer e interpretar el
relato evangélico que nos presenta la liturgia para el día de hoy, tampoco
podemos limitarnos a la ingenuidad del premio de la vida eterna por una vida de
obediencia y sumisión, como se nos ha transmitido por generaciones.
Sentimos la necesidad de abandonar aspectos mitológicos y
simplistas frente a la muerte y a la existencia en Dios, siendo conscientes que
estamos frente a un misterio y como tal, cada época ha tratado de dar
respuestas para poder aproximarnos a él, pero son solo eso, respuestas epocales
que el poder religioso ha transformado en posiciones dogmáticas.
Pastores responsables y comprometidos con el evangelio
liberador de Jesucristo no podemos ni debemos sostener las explicaciones
míticas que se han utilizado para controlar, someter y dominar a las personas.
Jesús nos ha revelado que Dios es un Dios de vivos no de muertos; el
acontecimiento pascual, la muerte de Jesús a manos del sistema político y
religioso y la respuesta contundente y desaprobadora de Dios a ese acto, la
resurrección; es la prueba de la existencia del misterio que llamamos vida
eterna.
Pero la vida en Dios no se compra, no se conquista, no se
gana; es don gratuito de Dios a la humanidad; un plus de su amor misericordioso
e incondicional; nada podemos hacer para obtenerla; Dios la da. Durante siglos,
el sistema religioso ha manipulado el misterio de la vida eterna para controlar
y dominar a las personas; la reforma luterana fue la respuesta al comercio
eclesiástico de las indulgencias para obtener la vida eterna; pero no solo se
instaló la compra de indulgencias; se creó el limbo porque no se sabía qué
hacer con los muertos inocentes no bautizados, estado que luego la propia
jerarquía eclesiástica tuvo que negar su existencia; se creó el purgatorio como
un estado temporal después de la muerte antes de acceder a la vida en Dios,
pero si la muerte nos pone fuera del tiempo ¿cómo podemos estar un tiempo en el
purgatorio?; la teología ha intentado en vano explicarlo. Todo esto es producto
de la soberbia religiosa por explicar lo inexplicable, el misterio de la muerte
y de la vida en Dios.
Si la vida eterna, es una respuesta de la gratuidad divina a
la vida humana, entonces simplemente tenemos que confiar en Dios y poner
nuestras energías y esfuerzos en transformar las estructuras injustas para que
accedamos a la vida eterna, luego de haber tenido una vida plena, digna y abundante
en este mundo (Jn 10,10), esa fue la tarea de Jesucristo; esa es la tarea de la
Iglesia: dejar de juzgar y condenar, dejar de controlar y dominar, comenzar a
servir y solidarizarse con quienes están vulnerados en sus derechos y su
dignidad; no manipular los textos bíblicos para provecho de algunos sino
revelar el mensaje liberador e inclusivo de un Dios que no hace diferencia
entre las personas (Hch 10,34).
Buena semana para todos y todas +Julio.
Comentarios
Publicar un comentario