16º Domingo después de Pentecostés - El Tiempo de la Iglesia: El discipulado no deja lugar a la mediocridad
Lc
14,25-33
El
discipulado no deja lugar a la mediocridad
1. El texto en su contexto:
El camino del
discipulado no es sencillo. El Maestro se antepone a todos los afectos
primarios, la familia, los parentescos, las amistades (versículo 26 cf Mt 10,37).
Pero es más radical, no solo exige la renuncia a los afectos sino que les
enfrenta a la renuncia a la propia vida (versículo 27 cf Mt 16,24-25; Mc
8,34-35; Lc 9,23-24; Jn 14.24-25; Rom 6,2; Gal 2,19; 6,14; Col 3,3-5).
La decisión del
discipulado exige reflexionarlo muy bien. Ser consciente de las consecuencias
para no frustrarse y evitar dar un mal ejemplo de alguien que se propuso algo
que luego no arriesgó concretar (versículos 28-32).
La exigencia radical
del seguimiento implica necesariamente dejarlo todo: afectos, posesiones,
aspiraciones. La radicalidad del llamado que realiza Jesús no admite obstáculos
(versículo 33 cf Lc 9,57-62; 18,29-30; Fi 3,3).
2. El texto en nuestro contexto
En este domingo les
propongo reflexionar sobre el discipulado, sobre la familia, sobre la enseñanza
de la dirigencia eclesial.
En primer lugar, el
evangelista Lucas pone en boca de Jesús la exigencia radical del seguimiento.
No es posible la ambigüedad. Exige la dedicación total de la persona que
emprende el camino del discipulado. En Apocalipsis 3,16 está escrito: “Pero como eres tibio, y no
frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” haciendo referencia a la mediocridad de la Iglesia
de Laodicea.
El proyecto liberador e inclusivo que Jesús llamó
Reino exige de sus colaboradores y colaboradoras radicalidad, la misma que tuvo
el Maestro (Lc 9,62). Esa radicalidad nos enfrenta a nosotros mismos y nosotras
mismas. Cuestiona nuestros valores, nuestras acciones, nuestras vidas. Denuncia
la mediocridad de cristianas y cristianos que no se comprometen con el proyecto
de Jesús. Anestesian su experiencia de fe con una vida cúltica, litúrgica pero
falta de compromiso y solidaridad.
En segundo lugar, queda
planteado el tema de la relatividad de la familia, tal como la concebimos
social y culturalmente. El discipulado nos introduce en una experiencia
diferente. La comunidad de fe es el ámbito natural del crecimiento y desarrollo
de las personas. El modelo patriarcal sostenido culturalmente y religiosamente
es aniquilado por el Maestro que llama a abandonar ese modelo.
Es a partir del
seguimiento en el discipulado donde se establecen relaciones afectivas
horizontales, todos somos hermanos, todas somos hermanas en una relación de
solidaridad y servicio (Mt 23,11).
En tercer lugar,
desafía a la dirigencia de las iglesias, instalada en el poder. Los líderes religiosos
no son llamados a posar para las fotos, a aparecer en eventos ecuménicos e
interreligiosos, a dedicarse a la “política eclesial”. Por el lugar que
ocupamos, estamos llamados a imitar al Maestro con nuestras vidas, a estimular
en el discipulado a hombres y mujeres que quieran seguir a Jesús, a servir a
las comunidades, a dar testimonio de solidaridad en la sociedad, a cuestionar
la cultura.
En los tiempos que
vivimos, pocos son los líderes religiosos que toman posición por temas que
interpelan a la humanidad del siglo XXI. Tienden a repetir respuestas
anacrónicas, o a no pronunciarse, o a mantener un discurso liberador e
inclusivo pero con acciones que lo contradicen.
El relato evangélico
nos desafía a salir de la mediocridad. A emprender con radicalidad el
seguimiento de Jesucristo en nuestra sociedad y nuestra cultura. A
comprometernos con el Reino y su Justicia (Mt 6,33) aunque signifique asumir
riesgos. Un cristiano, una cristiana, un dirigente eclesial que nos es
cuestionado por sus palabas o por sus acciones, que cuenta con el apoyo de los
poderosos, que no está entre las personas excluidas, discriminadas y oprimidas
difícilmente sea discípulo o discípula de Jesucristo.
El discipulado exige
denuncia de las injusticias y en la actualidad, exige además identificar los
nuevos pecados que denigran, discriminan y excluyen a los hombres y las
mujeres, vulnerando sus derechos y su dignidad; pero también exige anuncio
profético de que esta realidad puede ser transformada a partir de la
solidaridad y la justicia, que es posible otra iglesia, otra sociedad y otro
mundo.
Buena semana para todos
y todas + Julio.
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