7º Domingo después de Pentecostés: No hay tiempo que perder, los derechos y la dignidad humana están en juego




Lc 10,1-12.17-20


1.    El texto en su contexto:

Este texto se encuentra únicamente en el Evangelio de Lucas. Cuenta que Jesús eligió, según unos manuscritos a setenta, según otros a setenta y dos, de entre la comunidad discipular y los envió  (versículo 1). Puede estar refiriéndose a que Jesús compartió con estos discípulos el espíritu profético y el anuncio del Reino, así como Moisés lo hizo con los 70 ancianos que colaboraban con él (Ex 24,1; Num 11,16);  también podría estar refiriéndose a la evangelización de  las 70 naciones del mundo bíblico (Gn 10) según el texto hebreo o 72 naciones según el texto griego.

Jesús invita a estos elegidos a orar a Dios, pidiendo más gente que se comprometa con el anuncio del Reino (versículo 2 cf Mt 9,37-38; Jn 4,35) y les envía con la misión de anunciar el Reino, una misión que no es fácil y que tendrá mucha resistencia y obstáculos (versículo 3 cf Mt 10,16), porque a este Reino son invitadas todas las personas pero ya son parte de él, quienes están vulnerados en sus derechos y su dignidad: las personas empobrecidas, las leprosas, las enfermas, las mujeres; todas las personas que excluye el sistema político y religioso.

La misión urge. No hay tiempo para perder. El Reino debe instaurarse a la brevedad (versículo 4 cf 2Re 4,29). Los enviados deben de llevar poco equipaje para poder moverse con rapidez pero también para enseñar con las acciones lo que predican con sus palabras, el Reino es la instalación de la Paz de Dios en las relaciones humanas, en la vida cotidiana y eso se expresa a través del compartir solidario (versículos 5-7).

La consigna del envío es clarísima: compartan la realidad de la gente (= coman lo que les sirvan), dignifiquen la vida humana (= curen a los enfermos que hayan allí), muéstrenles que esa es la forma en que Dios se hace presente (= díganles: el reino de Dios está cerca de ustedes); esta es la misión de Jesús a la comunidad discipular (versículos 8-12).

Cuenta el evangelista Lucas, que al regreso de la misión los enviados estaban contentos por los resultados (versículo 17). Jesús se alegra también con ellos porque el mal de este mundo cedió al bien y la solidaridad (versículo 18 cf Jn 12,31; Rom 16,20; Ap 20,1-3). Con Jesús, la comunidad discipular está segura y puede superar obstáculos y resistencias (versículo 18 cf Sal 91,13; Mc 16,18; Hch 28,3-6). Finalmente, Jesús dice a la comunidad discipular que su motivo de alegría no tiene que ser que vencen el mal y sus expresiones, sino que ya son parte del Reinado de Dios en la historia de la humanidad (versículo 20 cf Dn 12,1; Fil 4,3; Ap 3,5; 13,7; 17,8; 20.12).


2.    El texto en nuestro contexto:

Las personas bautizadas participamos de la misión de Jesucristo. Somos enviadas a la sociedad y la cultura contemporáneas llevando la misma misión: compartir con la gente, dignificar a la gente, anunciar la presencia de Dios en medio de ellas.

En el actual contexto, donde el individualismo y el consumismo están desarrollándose a pasos gigantescos, urge la palabra y la acción de Jesucristo a través de su comunidad de discípulos y discípulas. No hay tiempo que perder, los derechos y la dignidad humana están en juego, vulnerados por un sistema de capitalismo liberal donde pareciera que todos los medios valen para alcanzar el fin del dios mercado, del dios dinero, del dios poder, del dios consumo. Frente a esta realidad las discípulas y los discípulos de Jesús nos solidarizamos con las personas oprimidas, discriminadas y excluidas por este sistema inhumano; nos comprometemos en restaurar junto a ellas sus derechos y su dignidad; les mostramos con nuestro testimonio y con nuestras palabras que otro mundo es posible, donde los seres humanos seamos solidarios.

Nosotras y nosotros, la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana, hemos optado por mantener vivo el envío de Jesucristo; ponemos a la persona por encima del mercado, del dinero, del poder, de la religión, de la doctrina, de la tradición; el ser humano, hombre y mujer, siendo la imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27) son el tesoro más preciado de nuestra iglesia porque, tanto en el rostro de la mujer como del hombre, descubrimos al Dios encarnado cuyo rostro humano es Jesucristo, el Señor.

Como Iglesia, no podemos quedarnos en la seguridad de este edificio. Nuestra seguridad es Jesucristo. Sabemos que nuestra opción pastoral por aquellos grupos vulnerados en sus derechos y dignidad por el cristianismo, genera resistencias y rechazos. Sin embargo, tenemos el pleno convencimiento que únicamente junto a las personas excluidas haremos posible otra Iglesia, donde todos y todas participen de la Fiesta de la Vida y de la Mesa del Señor.

Si nuestro trabajo pastoral no escandaliza al cristianismo instalado y amigo de las seguridades y el poder, no estamos siguiendo las huellas de Jesucristo.  Seremos verdaderamente discípulos y discípulas, en la medida que recorramos el camino de Jesús, así como él fue rechazado por el sistema religioso de su tiempo, nosotros y nosotras deberíamos ser rechazados por el cristianismo aburguesado y mediocre de las denominaciones cristianas que únicamente se preocupan por la tradición, la doctrina, el diezmo y la celebración dominical.

No nacimos dentro de la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana, hemos elegido ser parte de ella, donde el ser humano, quien quiera que sea, está por encima de la tradición, de la doctrina, del diezmo y la celebración dominical; hemos elegido ser parte de una corriente profética del cristianismo que repite una y otra vez al mundo, pero sobre todo a las iglesias: “Dios no hace diferencia entre las personas” (Hch 10,34); hemos elegido servir a quienes las iglesias han silenciado, descartado, invisibilizado y darles un lugar de honor en la mesa del Señor.

Somos la Iglesia que acoge con los mismos derechos y las mismas obligaciones a las personas que viven con vih, a las personas con uso problemático de drogas, a las personas trans, a los gays, las lesbianas, las personas bisexuales, las personas divorciadas y vueltas a casar, las personas que utilizan métodos anticonceptivos, las mujeres que se han practicado abortos, las personas adultas abandonadas por sus familias … Somos la Iglesia que va a su encuentro a compartir con ellas, a contribuir en la restauración de sus dignidades anunciándoles que Dios las ama incondicionalmente porque en cada una de ellas ve el rostro de su Hijo querido, de su Hija querida.

Pidamos a Dios, que nos de la fortaleza y el coraje de mantenernos firmes en la misión que hemos recibido de Jesucristo. Buena semana para todos y todas +Julio.




 


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