Domingo de Ramos: La entrada de Jesús en Jerusalén, es un acontecimiento eminentemente político y no religioso.





Domingo de Ramos
Ciclo C – Lucas 19,28-40



El relato evangélico, hoy ya no presenta a un profeta carismático que alborotaba las aldeas, con un mensaje preocupante a cerca de la proximidad del Reinado de Dios, y con acciones escandalosas como tocar leprosos, sanar enfermos, comer con personas pecadoras y preferir a las empobrecidas.  La forma en que Jesús entra en Jerusalén debió preocupar, no solo a las autoridades judías sino también a las tropas romanas apostadas en la fortaleza Antonia, desde donde controlaban Jerusalén y el Templo.

La Pascua estaba próxima. Era una fiesta religiosa que evocaba la liberación de Egipto en un contexto de opresión de Roma. Generalmente en esa fiesta se producían revueltas impulsadas por judíos piadosos o por extremistas zelotes. Era una época en que llegaban muchas caravanas con judíos provenientes de todas partes para adorar en el Templo. Esta  coyuntura hacía que las tropas romanas estuvieran alertas para sofocar cualquier intento de rebelión contra el imperio.

La caravana de Jesús, llena de gente sencilla, que lo había visto y oído durante su ministerio en Galilea, que esperaba el restablecimiento de la justicia prometida por Dios, prepara una entrada festiva pero también revolucionaria. Las aclamaciones son claramente revolucionarias a los oídos de las autoridades judías, aclamando el reinado de David. En este escenario, muy probablemente, los discípulos más cercanos creyeron que era el momento del establecimiento del reinado anunciado por Jesús. Todo lo que estaba sucediendo era el perfecto caldo de cultivo para un estallido revolucionario. Eso significaba la intervención romana y las autoridades judías sabían bien que esa intervención iba acompañada de una destrucción masiva. Lo que sucedió años más tardes con el incendio de Jerusalén y la destrucción del Templo.

Jesús también podía intuir lo que se estaba gestando. Por eso, a su entrada triunfal cambia algunos elementos. No aparece como el rey montado en caballo, sino humilde, montado en un burro. No se presenta aclamado por un ejército armado, sino por el pueblo con palmas y ramos. Sin embargo, no deja de ser un acontecimiento escandaloso, revolucionario y peligroso que podía alterar la paz romana. La entrada de Jesús en Jerusalén, es un acontecimiento eminentemente político y no religioso.

Jesús pudo llegar a Jerusalén para adorar como otras tantas personas. En esos días había miles. Sin embargo, lo hizo de esta manera, llegando como el rey mesías aclamado por el pueblo.

En estos momentos, Jesús era plenamente consciente del lugar que ocupaba en el proyecto de Dios. La llegada del reino era inminente y él era el portavoz. Pero también podía intuir que estas acciones tendrían su consecuencia inmediata, tanto de parte de las autoridades judías como de las autoridades romanas.

Este domingo de ramos está marcado por la persecución a las cristianas y los cristianos en oriente. Persecuciones que tienen como consecuencia la muerte sin juicio y sin garantías.

Nuestras hermanas y hermanos en la fe, saben que manifestarse como cristianos y cristianas tiene sus consecuencias, por parte de las autoridades gubernamentales, sin embargo continúan congregándose en iglesias, continúan dando testimonio de su fe, continúan reafirmando que el anuncio de Jesús, de un reino de paz y justicia, es plenamente vigente en nuestros tiempos.

La Iglesia de Jesucristo en tiempos de persecución se purifica y se fortalece. El testimonio que dan, niños y niñas, mujeres y hombres perseguidos por su fe, cuestiona nuestra experiencia de fe occidental, interpela nuestras prácticas cristianas, desafía a asumir plenamente y radicalmente el compromiso de trabajar por el reinado de Dios.

Este domingo de ramos nos enfrenta a Jesucristo perseguido en nuestros hermanos y nuestras hermanas de oriente; mientras es discriminado, oprimido y excluido en nuestros hermanos y hermanas de occidente; en los campesinos sin tierra de América Latina, en los desempleados de las grandes ciudades de nuestros países, en las poblaciones originarias expulsadas de sus posesiones, en las víctimas tanto de la guerrilla como de los gobiernos dictatoriales, en las personas que viven en las calles de nuestras ciudades, en los enfermos de sida, en los adolescentes y jóvenes adictos, en las poblaciones gltb, en los afrodescendientes empobrecidos.

La Iglesia de Jesucristo no puede permanecer adorando en el templo de material, sin comprometerse con el Dios que adora, presente plenamente en el templo del hermano o hermana, vulnerado en sus derechos y su dignidad.

El relato evangélico, hoy nos desafía a seguir los pasos escandalosos y revolucionarios de Jesús, que si bien nos invita a aclamar a Dios y su reinado, también nos invita a trabajar para que ese reinado sea posible hoy, aquí y ahora; transformando las estructuras injustas de la sociedad, la economía, la política, la cultura y la religión. Las cristianas y los cristianos no deberíamos pasar por este mundo, sin trabajar para hacer de él, una casa justa, inclusiva y solidaria para todas las personas y para todas las especies, porque sin la vida vegetal y sin la vida animal sanamente equilibradas, la vida humana también es vulnerada.

Sentimos la urgencia de comprometernos en la defensa de los derechos civiles de todos los grupos vulnerados, de los derechos ecológicos de una naturaleza que está siendo devastada y contaminada, de los derechos culturales de los pueblos originarios que están siendo invisibilizados y desplazados, de los derechos migratorios de las personas en busca de mejorar su calidad de vida. Sin este compromiso no tendría sentido estar recordando hoy y celebrando la entrada de Jesús en Jerusalén, como un hecho que denuncia al poder político y religioso su infidelidad a Dios, expresada en la discriminación, la exclusión y la injusticia.


Buena semana santa para todos y todas. +Julio.


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