Segundo domingo de Cuaresma: No queremos que otras personas sean puestas en el infierno religioso por líderes intolerantes y estamos aquí para liberarlas, sanarlas e incluirlas en la Iglesia de Jesucristo




Segundo domingo de Cuaresma
Ciclo C


1.    Los textos en sus contextos:


El relato de Génesis 15,1-12.17-18 relata la alianza entre Dios y Abram. Dios se manifiesta como su protector (versículo 1). Dios protege a quienes elige (2 Sam 22,3; Sal 3,3; 17[18],2; 90[91]1,4; 143[144],2). Pero Abram se lamente ante Dios de que no tiene descendencia y uno de sus servidores será quien le herede, de acuerdo a la tradición (versículos 2-3).

Dios le vuelve a confirmar su promesa (Gn 12,2) ratificándole que su herencia será para su descendencia no para su servidor (versículos 4-5). La promesa que Dios hizo a Abraham tiene dos elementos: la descendencia numerosa (Gn 12,2) que se confirma a lo largo del libro del Génesis (13,16; 15,5; 17,6; 22,17-18; 28,14) y la posesión de la tierra donde vivieron como extranjeros (15,18-21; 26,3; 28,15; 50,24), que comienza a cumplirse con el éxodo (Ex 1,7). Abran cree en la promesa (versículo 6). Su fe es un acto de entrega confiada a Dios (cf 1Mac 2,52; Rom 4,3; Gal 3,6; Sant 2,23). Dios justifica a Abram por su fe no por la ley, pues ésta todavía no existía (cf Gal 3,17) por eso Abraham es modelo de las personas creyentes (Rom 4; Gal 3,6-20).

El versículo 9 menciona los animales necesarios para la celebración de una antigua alianza, los animales se partían a la mitad (versículo 10) y las contrapartes pasaban en medio (versículo 17) pronunciando un juramento o pacto (versículos 18-20); pero también, los animales partidos, eran el símbolo de la suerte que correrían si no cumplían su parte del pacto (cf Jr 38,18-19).

El versículo 17 manifiesta la presencia divina a través de dos figuras, el horno y la antorcha; Dios se compromete a mantener su promesa con Abram. El versículo 18 presenta una lista de pueblos que moraban en la tierra prometida a Abram y su descendencia, antes de que los israelitas tomaran posesión de la misma (cf Ex 3,8; 13,5; 23,23; 33,2; 34,11; Dt 7,1; 20,17; Jos 3,10).

El salmo 26[27] que se propone como responsorial, es un salmo de confianza en la acción divina. Al igual que Abraham, el salmista pone toda su confianza en Dios que salva.

El Apóstol Pablo invita a la Iglesia que está en Filipos a mantenerse firmes (4,1) en la fe recibida de la comunidad apostólica (3,17). Los versículos 18 – 19 dejan entrever los conflictos y divisiones en esa Iglesia, donde al parecer un grupo se había separado de la doctrina original.

El Evangelista Lucas presenta a Jesús como el profeta enviado de Dios, cuya misión es sanar, liberar e incluir a las personas vulneradas en su dignidad y sus derechos, por el sistema religioso y el sistema político, a pesar de la hostilidad y persecución de los poderosos (versículos 31-32). Con cierta ironía Jesús responde a los poderosos que habían rechazados a los enviados por Dios en Jerusalén, que él no podía ser asesinado fuera de esa ciudad (versículo 33 cf 1Re 19,20; Jer 2,20; 26,20-23). En Jesús, Dios reveló su voluntad maternal de proteger y contener a su pueblo pero sus líderes se negaron (versículo 34); rechazar a Dios, vivir sin Dios es la soledad absoluta, la desolación, el vacío, el sin sentido (versículo 35) del pueblo que había sido elegido para vivir en esa tierra (Gn 12,2).


2.    Los textos en nuestro contexto:


El libro del Génesis presenta a Abraham como un hombre de fe que cree en la promesa divina (Gn 15,1-18). El evangelio de Lucas presenta a su descendencia como gente incrédula y malvada que rechaza a quienes Dios les envía (Lc 13,31-35). La tensión entre fe y rechazo es parte de la realidad de nuestras vidas. Por el bautismo nos comprometimos a vivir la experiencia de Dios en nuestras vidas personales, comunitarias y sociales; sin embargo, nuestras obras no son coherentes con ese compromiso: injusticia, insolidaridad, intolerancia, son solo algunas de nuestras acciones que tienen como consecuencia la vulneración de la dignidad y derechos de nuestras hermanas y hermanos, el deterioro de la naturaleza que es la casa común a todas las especies creadas por Dios, y el debilitamiento de la Iglesia como pueblo elegido para proponer a la humanidad, otro mundo posible, aquel que Jesucristo nos mandó construir, con paz, con justicia, con inclusión; liberado de todas las ambiciones de los poderosos.

La carta de Pablo nos invita a mantenernos firmes en la fe apostólica (Fil 3,17 – 4,1) a pesar de las divisiones que puedan surgir en la Iglesia por razones de poder, de prejuicios, de cosas que están reñidas con el Evangelio de Jesucristo. Al igual que el salmo nos invita a confiar a pesar de que surjan situaciones adversas. Dios es nuestra salvación!

Transitamos tiempos difíciles en la Iglesia. La unidad se entiende como uniformidad. La diversidad se visualiza como amenaza en lugar de verla como una fortaleza. El liderazgo eclesial está perdiendo su misión profética (Lc 13,32) sin denunciar a los poderosos, muchos y muchas que ocupan lugares de liderazgo eclesial buscan poder, prestigio, seguridad, aliándose con los poderosos. Aún dentro de nuestras pequeñas iglesias del catolicismo independiente, repetimos el modelo de los poderosos juzgando, condenando, excluyendo.

La Iglesia es depositaria de las promesas que Dios hizo a la humanidad por medio de Jesucristo; pero no a toda la humanidad; la justicia de Dios no es imparcial, Dios toma partido y siempre lo hace por las víctimas de los sistemas de poder, sean políticos, económicos, culturales, militares o religiosos (Lc 6,20-26).

En este segundo domingo de Cuaresma, nosotras y nosotros, la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana, sentimos el mismo dolor que Jesucristo, quien lloró por la ciudad Santa de Jerusalén, pues se negó a realizar el plan de Dios; el cristianismo no siempre realiza el plan de Dios en la historia. Reafirmamos nuestro llamado a crear nuevas estructuras, nuevos relacionamientos que contribuyan a otra iglesia que, con instinto maternal reúna bajo su techo y en torno a su mesa (cf Lc 13.34b), a todas las personas sin diferencias, siguiendo el ejemplo divino (cf Hch 10,34). Nos comprometemos radicalmente a seguir el camino de Jesús, denunciando las injusticias (cf Lc 6,32 a) y liberando, sanando e incluyendo (cf Lc 6,32 b) a quienes están vulnerados y vulneradas en su dignidad y sus derechos.

Como Iglesia, que sigue a Jesucristo en el discipulado, abre sus puertas y recibe en su mesa a quienes, muchas iglesias juzgan, condenan y excluyen; son bienvenidas las personas gays, lesbianas, bisexuales y trans, las personas con vih sida, las personas con uso problemático de drogas, las personas trabajadoras sexuales, las personas que viven en situación de calle. Nosotros y nosotras, hemos vivido el infierno de la exclusión por eso nos comprometemos a liberar a las personas excluidas; hemos vivido el infierno del prejuicio por eso nos comprometemos a aceptar sin juzgar; hemos vivido el infierno del silenciamiento y la invisibilización por eso nos comprometemos a ser su voz hasta que la recuperen y a ser su imagen hasta que les sea restituida. No queremos que otras personas sean puestas en el infierno religioso por líderes intolerantes y estamos aquí para liberarlas, sanarlas e incluirlas en la Iglesia de Jesucristo, nuestro Maestro y nuestro Señor.

Tenemos la plena confianza de que Dios camina a nuestro lado. Buena semana para todos y todas +Julio.


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