Si alguien tiene más de lo que necesita para vivir es porque le ha robado, por acción o por omisión, a quien no tiene para vivir
21º Domingo después de
Pentecostés
Ciclo B – Marcos 10,17-31
Si
alguien tiene más de lo que necesita para vivir es porque le ha robado, por
acción o por omisión, a quien no tiene para vivir
1. El texto en su contexto:
Relata el Evangelio que un
hombre pregunta a Jesús “Maestro bueno,
¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (versículo 17 cf Lc 10,25).
En la respuesta Jesús deja dos enseñanzas. La primera, reconocer solo a Dios
como bueno (versículo 18). La segunda, el cumplimiento de la ley se expresa en
el amor al prójimo (versículo 19 cf Ex 20,12-16; Dt 5,16-20; 24,11; Stgo 5,4).
El hombre que hablaba con
Jesús le confía que desde joven cumplía los mandamientos de la ley (versículo
20). Jesús encuentra en este hombre a un justo entonces le invita a despojarse
de todo aquello que le impida un seguimiento radical (versículo 21). Pero el
hombre no pudo dar ese paso pues estaba atado a muchas cosas (versículo 22).
Nuevamente, Jesús deja otra enseñanza, las personas ricas difícilmente puedan
entrar al Reino (versículo 23 cf Prov 11,28; Eclo 5,1), no suficiente con esta
afirmación, Jesús vuelve a repetir la dificultades que tendrán las personas
ricas, con bienes y seguridades para entrar al Reino, es imposible (versículo
24 – 25).
Los discípulos que
escuchaban a Jesús se asombraron de esta afirmación y comenzaron a cuestionarse
(versículo 26) a lo que Jesús nuevamente deja otra enseñanza, la entrada al
Reino es por gracia divina no por mérito humano, para Dios todo es posible
(versículo 27 cf Gn 18,14; Job 42,1-2; Zac 8,6).
Pedro, siempre impulsivo, pareciera
pasarle factura a Jesús, “¿qué pasará con nosotros que dejamos todo por ti?”
(versículo 28). Jesús es categórico, el seguimiento radical e incondicional nos
introduce en el Misterio Divino, aunque las cosas sean adversas, aunque todo
parezca lo contrario, aunque la realidad nos diga que no, el camino de la
radicalidad evangélica nos conduce al Reino (versículos 29 – 30). Y nuevamente
el Maestro nos deja una de esas frases que nos hacen pensar y pensarnos: “muchos que ahora son los primeros, serán los
últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros” (versículo
31cf Mt 20,16; Lc 13,30). Y es que la justicia de Dios no tiene relación con la
justicia humana. Históricamente, Dios toma partido a favor de las personas
empobrecidas, vulneradas en sus derechos y su dignidad (Lc 6,24-26).
2. El texto en nuestro contexto:
Este domingo, quiero
compartir con ustedes tres reflexiones que se desprenden de tres enseñanzas de
Jesús, en este Evangelio.
La primera: sólo Dios es bueno. Los seres
humanos caminamos hacia la perfección pero somos imperfectos, por lo tanto, a
veces buenos y a veces no tanto. Esto es importante porque muchas veces, las
cristianas y los cristianos ponemos a otros seres humanos en el lugar de Dios.
A veces a la Virgen Madre de Dios, a veces a las santas y los santos, a veces a
líderes religiosos, a veces a nosotros mismos. Sólo Dios es bueno, cuidado con
divinizar a los seres humanos!
La segunda: la justicia de Dios no es la justicia
humana. Los seres humanos tendemos a representar a Dios con imágenes
humanas, pero la justicia divina no es igualdad para todos los seres humanos.
Dios toma partido, inclina la balanza a favor de las personas vulneradas en sus
derechos y su dignidad. La riqueza no es casualidad. Si alguien tiene más de lo
que necesita para vivir es porque le ha robado, por acción o por omisión, a
quien no tiene para vivir. Jesús es radical en su enseñanza, no hay escusas, si
las personas ricas quieren entrar al Reino, necesariamente deberán compartir
con quienes no tienen. La existencia de la injusticia social es la causa que
impide a las personas ricas entrar al Reino. Únicamente, satisfaciendo las
necesidades de las personas empobrecidas podrán ser parte del Reino, no importa
si están bautizadas, ni importa si oran todos los días, no importa si van a
misa todos los domingos, no importa si dan limosna a la iglesia, nada de eso
les dará la entrada al Reino mientras no sean solidarias con las personas
pobres. Las personas ricas en este mundo tienen todo lo necesario para llevar
una vida digna, plena y abundante, satisfaciendo todas sus necesidades humanas:
subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación,
identidad y libertad; mientras que las personas pobres carecen de los
satisfactores de unas o todas ellas; por lo tanto, Dios les compensa (Lc
16,19-31).
La tercera: la vida eterna se consigue por gracia
divina no por mérito humano. Absolutamente nada de lo que hagamos nos
puede dar el ingreso al Reino. Dios en su infinita misericordia y generosidad
nos invita a ser partícipe de la Vida Divina. Podemos hacer muchas oraciones.
Podemos hacer muchos ayunos. Podemos dar mucha limosna. Podemos ir a muchas celebraciones
religiosas. Pero nada de eso nos dará el ingreso al Reino. La vida eterna es
puro don gratuito de Dios que lo da a quien quiere y como quiere. Como el
hombre rico, podemos haber cumplido todos los mandamientos de la ley pero si no
estamos dispuestos a despojarnos de aquello que nos ata y entrar en la novedad
del Reino, quedamos fuera.
Hermanas y hermanos, amigas
y amigos de la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana, el discipulado exige
radicalidad evangélica, no podemos continuar interpretando la Biblia desde una
hermenéutica tradicional y conservadora, porque ella responde al sistema de los
poderosos y ricos. El Evangelio de hoy nos desafía a desarrollar una
hermenéutica transgresora, revolucionariamente liberadora, donde quienes entran
al Reino no son las personas buenas, las personas normales, las personas
cumplidoras de la ley; sino quienes son excluidas por el sistema político,
económico, cultural, social, religiosos. Las víctimas de los fundamentalismos
religiosos y de los dogmatismos eclesiales son quienes entran al Reino.
Nosotros y nosotras, la
Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana ¿dónde nos ubicamos?
Buena semana para todos y
todas. +Julio.
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