Jesucristo es el fundamento de nuestra fe, la piedra angular sobre la que construimos nuestra experiencia eclesial, la razón de nuestra esperanza, el rostro humano de Dios y reconocemos que es el único que tiene palabras de vida eterna
17º Domingo después de
Pentecostés
Ciclo B – Mc 8,27-35
1. El texto en su contexto:
El relato evangélico de hoy,
específicamente la confesión de fe de Pedro, es la culminación de la primera
parte del Evangelio de Marcos (1,16 – 8,30) en la que Jesús fue manifestando
quien es.
De Betsaida, Jesús y la
comunidad apostólica se trasladan a Cesarea de Filipo, una ciudad romana, al
norte del Lago de Galilea, aún en tierras paganas. Antes de llegar, mientras
iban de camino Jesús les pregunta sobre lo que la gente dice de él (versículo
27).
Hubo varias respuestas,
sobre lo que el pueblo estaba hablando sobre Jesús (versículo 28). Algunos
creían que Juan el Bautista había resucitado (6,14-15; Lc 9,7-8). Otros creían
que era Elías el Profeta (1Re 17 – 2Re 2) pues esperaban su retorno antes de la
llegada del Mesías (Mal 4,5-6 [3,23-24]; Eclo 48,4.10). Aún otros, creían que
era alguno de los profetas anteriores.
Llegamos al punto más alto
de la tensión en este relato, Jesús les pregunta a sus seguidores y seguidoras,
quien creían que era. Marcos pone en boca de Pedro la respuesta acertada
(versículo 29). Mesías era un título hebreo equivalente a Cristo en griego y
ambos conceptos, hebreo y griego significaban “ungido” o “consagrado”. En el
Antiguo Testamento se aplicaba a los sacerdotes (Ex 28,41; Lv 4,3), a los reyes
(1Sam 2,10; 10,1; 16,3; Sal 2,2; 109[110]; Is 45,1; Dn 9,25), al Siervo de
Yahveh (Is 61,1), a los patriarcas (Sal 105[106],15). En el Nuevo Testamento,
todos los libros a excepción de la Tercera Carta de Juan, utilizan este título
en su forma griega para dirigirse a Jesús como el Ungido o Consagrado de Dios
para realizar la obra salvadora: prometido por Dios (Lc 1,68-75; 2,26; Hch
18,28; Rom 1,2-4), anunciado por el mensajero de Dios (Mt 1,20-21; Lc 1,30-37;
2,10-11), reconocido por sus discípulos (Mt 16,16; Jn 1,41; 4,29; 6,69; 11,27),
proclamado al mundo (Hch 2,36; 5,42; 9,22; 1Co 1,23), profesado por sus
seguidores y seguidoras (1Jn 2,22-23; 5,1).
Pero Jesús les ordenó no
revelarlo, haciendo presente nuevamente el secreto mesiánico (1,34 cf 1,44;
3,11-12; 5,43; 7,36; 8,30; 9,9), revelando en privado a sus discípulos y
discípulas la trayectoria mesiánica (8,31; 9,31; 10,32-34). Este trayecto es
rechazado por Pedro que antes lo había reconocido como Mesías (versículo 32),
la respuesta de Jesús no se hace esperar (versículo 33) rechazando las palabras de Pedro y tal vez
encontrando una conexión con las tentaciones del desierto (Mt 4,10).
Finalmente, Jesús concluye
la conversación con la metáfora de cargar la cruz (versículos 34-35 cf Mt
10,38-39; Lc 14,27; 17,33; Jn 12,24-25). La cruz era un instrumento de tortura
proveniente del mundo persa, que los romanos utilizaba para las ejecuciones,
donde el condenado debía cargar la viga transversal hasta el lugar de la
ejecución. Por medio de esta durísima imagen, Jesús prepara a la comunidad
discipular para enfrentar la muerte o para considerarse, como enseñará luego
Pablo, muertos al mundo (Rom 6,2-11; Gal 2,19; 6,14; Col 3,3-5).
2. El texto en nuestro contexto:
En todos los tiempos la
Iglesia se ha visto desafiada a dar respuesta a esta pregunta de Jesús: “¿quién dicen ustedes que soy yo?” (Mc
8,29). Como discípulas y discípulos del siglo XXI, la Iglesia Antigua –
Diversidad Cristiana hace suyas las palabras de Pedro “tú eres el Mesías”.
Nos reconocemos como una
Iglesia cristocéntrica. Nuestra experiencia de fe es esencialmente
cristocéntrica. En este punto, marcamos la diferencia con las otras iglesias
católicas, veneramos a la Virgen Madre de Dios, a las santas y a los santos,
pero el centro teológico, litúrgico y pastoral es Jesucristo el Señor. Lo
reconocemos como el único Mediador ante el Padre (1 Tim 2,5; 1Jn 2,1). No
reconocemos a la Virgen Madre de Dios como mediadora y mucho menos como
corredentora y creemos que es un error gravísimo que atenta contra la fe
católica y apostólica asignarle esas funciones. No reconocemos en los santos y
en las santas una función mediadora. Reafirmamos nuestra posición:
No hay más que un Dios, y
un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús (1 Tim 2,5)
Por lo tanto, Él es el fundamento de nuestra fe, la
piedra angular sobre la que construimos nuestra experiencia eclesial (Ef 2,20),
la razón de nuestra esperanza (1Pe 3,15), el rostro humano de Dios (Col 1,15) y
reconocemos que es el único que tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68).
Renovamos nuestra fe
recurriendo a la enseñanza de los antiguos concilios ecuménicos:
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurección de la carne y la vida eterna. Amén
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurección de la carne y la vida eterna. Amén
Buena semana para todos y
todas. +Julio.
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