Homilía en la Ordenación Diaconal de Cristian Olivares Sábado 19 de setiembre de 2015 – Córdoba, República Argentina
Bienvenida:
Tengan mucha paz. Esa paz
que junto a la serenidad y la alegría son fruto de la presencia del Resucitado.
Quiero agradecer a la
Iglesia Episcopal Antigua habernos recibido en su casa. Como el Maestro y la
comunidad apostólica, en su última Pascua en Jerusalén, recurrimos a los amigos
y las amigas, para contar con un lugar donde celebrar nuestra fe (Mc 14,13-15).
Quiero agradecer a las
Iglesias hermanas que nos acompañan. Unas, miembros de la Comunión de Iglesias
de Tradición Católica y otras, miembros de la Comunión Anglicana Libre, ambas
comuniones de las que formamos parte la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana.
Esta presencia de diversidad de expresiones de fe, es una profecía de que otra
Iglesia es posible: Una, Santa, Católica, Apostólica y diversa, como diverso
fue el movimiento de Jesús y la Iglesia de los tres primeros siglos cuyo único
fundamento es el Señor (Rom 10,9).
Quiero agradecer a las todas
las personas que nos acompañan en esta, la primera Eucaristía de la Iglesia
Antigua – Diversidad Cristiana, en tierra Argentina y quiero contarles que las
comunidades de Uruguay les saludan, y aunque estamos lejos, somos un solo
Cuerpo del cual Jesucristo es la Cabeza (Rom 12,5).
A
manera de presentación:
Somos una Iglesia con
nombre: Antigua, pero también con apellidos: Diversidad Cristiana. La Iglesia
Antigua – Diversidad Cristiana nos caracterizamos por ser una Iglesia de
puertas abierta y mesa tendida para acoger a todos y todas (Mt 22,8-10). En
nuestras celebraciones hay personas católicas romanas, católicas antiguas,
ortodoxas, episcopales, evangélicas, cristianas independientes y ateas que
viven radicalmente el Evangelio de Jesucristo; hay personas heterosexuales,
lesbianas, gays y transexuales; hay personas jubiladas, empleadas, desempleadas
y emprendedoras. No concebimos ser parte de la Iglesia de Jesucristo juzgando,
condenando, discriminando, porque entendemos que “Dios no hace diferencia entre
las personas” (Hch 10,34).
Somos una Iglesia
radicalmente y escandalosamente comprometida con las personas discriminadas,
excluidas, invisibilizadas por el sistema social y cultural, del cual las
Iglesias muchas veces se hacemos parte. Nuestras acciones pastorales son hacia
las personas gltbq, hacia las personas con vih sida, hacia las personas con uso
problemático de drogas, hacia las personas en situación de calle, hacia las
personas ancianas. Todas ellas tienen en común que son imagen y semejanza de
Dios (Gn 1,27 cf Mt 25,35) y que diferentes circunstancias las han hecho de tal
o cual manera. Como Jesús nos caracterizamos por ser amigos de gente de mala
fama (Mt 11,29).
Somos una Iglesia ecuménica.
En Uruguay trabajamos junto a las Iglesias Anglicana, Metodista, Luterana,
Valdense e ICM. En Argentina ya estamos empezando a juntarnos con otras
Iglesias y esta celebración es la prueba de ello; lo hacemos con el
convencimiento de que es posible la unidad en la diversidad para que el mundo
crea (Jn 17,21).
Somos una Iglesia sinodal,
es decir que la autoridad del Obispo o de la Obispa, es únicamente en materia
de fe y doctrina. El Sínodo es quien gobierna nuestra Iglesia, y está
organizado en tres Cámaras con iguales poderes entre ellas: la Cámara
Episcopal, integrada por los Obispos y las Obispas; la Cámara Clerical,
integrada por las Presbíteras y los Presbíteros, las Diáconas y los Diáconos; y
la Cámara de las Laicas y los Laicos, integrada por las representantes de las
distintas comunidades eclesiales.
Las
Sagradas Escrituras
Las lecturas bíblicas hoy
nos proponen dos temas para la reflexión: la elección (Is 1,4-9; Hch 6,1-7b) y
el servicio (Mt 20,25-28).
La historia de la humanidad,
que es historia de salvación, da cuenta de las innumerables elecciones de Dios.
Primero eligió a los patriarcas para formar un pueblo, depositario de las bendiciones
de Dios, para todos los pueblos de la tierra (Gn 12,1-3). Luego eligió a ese
pueblo para ser guía para los otros pueblos de la tierra y enseñarles que otro
mundo en paz y con justicia era posible (Is 2,1-5). De en medio de Israel
eligió a hombres y mujeres que profetizaron (Is 6,1-13; Jr 1,4-19). Las y los
profetas actuaron como la conciencia moral del pueblo, cuando éste y sus
autoridades perdían de vista la misión para la que habían sido elegidos. Uno de
ellos fue Jeremías, del que acabamos de escuchar el diálogo entre Dios y el
profeta. A Jeremías le tocó una misión difícil. Debía comunicarle al pueblo
elegido que sería invadido, que el templo sería destruido, que serían
desterrados y dispersados en Babilonia(Jr 5,1-17). Jeremías dudó de su
capacidad para llevar adelante la misión (Jr 1,6). Pero la gracia de Dios
siempre triunfa en la fragilidad humana (2Cor 12,9). Y es que Dios cuando elige
no lo hace por mérito humano, lo hace por un misterio insondable y por amor
incondicional (Ef 1,3-10); tal vez para que quede en evidencia que lo que está
sucediendo no es por capacidad humana sino por gracia divina: Abraham, un
arameo errante sin hijos, un maldito para la tradición religiosa de su época;
Moisés, un inmigrante legalizado y tartamudo; Rajab, una extranjera y
prostituta; David un pastor de rebaños, adúltero; Jeremías, un joven sacerdote,
temeroso de enfrentar la misión; Oseas, la burla del pueblo por casarse con una
prostituta; Rut y Noemí, una anciana viuda y sin hijos y una extranjera sin
hijos, ambas malditas según el sistema religioso por no tener hijos que se
hicieran cargo de ellas; y así podemos seguir hasta el Nuevo Testamento: María,
una virgen embarazada, la que según la religión debía ser lapidada; Zacarías e
Isabel, dos ancianos sin descendencia; Pedro, un reaccionario y violento;
Mateo, un traidor para el sistema religioso; Pablo, un fanático de la Ley
perseguidor de cristianos; y así podemos llegar hasta nuestros días; y es que
Dios eligió lo frágil y débil del mundo (1 Cor 1,27).
La historia de la Iglesia
debiera ser la historia del servicio. El Maestro con su ejemplo nos trazó el
itinerario de la vida eclesial: “pasó haciendo el bien y sanando” (Hch 10,38);
lavó los pies a los suyos dejándonos un ejemplo (Jn 13.1-15), tarea reservada a
las mujeres y los esclavos en aquella época; ayudó a las personas excluidas del
sistema religioso, desculpabilizándolas y devolviéndoles dignidad (Mt 9,5; Lc
7,48). Leyendo y releyendo los Evangelios, casi no encontramos textos
vinculados al culto, a la adoración, a las oraciones, al ayuno, a las
devociones; y los pocos que aparecen nos recomiendan que no seamos como los
hipócritas que cumplen con ritos para que la gente los vea (Mt 6,5); sin
embargo, los Evangelios están llenos de textos vinculados al servicio:
curaciones, sanaciones, exorcismos; envíos directos de Jesús a sanar. Es tan
importante el servicio a otras personas en la Iglesia primitiva, que Juan en su
Evangelio, durante el relato de la última cena, sustituye el relato de la institución
de la Eucaristía (Mt. 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,9-20) y en su lugar pone el relato
del lavado de los pies (Jn 13,1-15). En el Evangelio de Mateo, Jesús nos enseña
que no seremos juzgados por las prácticas cúlticas, es decir por las
Eucaristías a las que participamos, por las oraciones que rezamos, por las
peregrinaciones que hicimos, sino por el servicio: “tuve hambre ……” (Mt 25,31-46
cf 9,13); como me gusta decir, las personas vulneradas en sus derechos y su
dignidad, son el octavo sacramento, la presencia real de Jesucristo entre
nosotros y nosotras; “porque cada vez que lo hicieron con uno de esos mis
pequeños hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).
Las lecturas entonces, nos
ayudan a concluir que hemos sido elegidos y elegidas, no para ser servidos sino
para servir. La Iglesia, somos un pueblo que sirve a la sociedad y la cultura.
¿Cómo lo hace? Recordándole con sus palabras y con su ejemplo que otro mundo es
posible, con justicia y dignidad para todas las personas en todos los lugares
del planeta. Y mientras cumplimos esta misión en los contextos donde nos toca
estar, nos recordamos a nosotros mismos y a nosotras mismas que otra Iglesia también
es posible, sin juzgados, sin discriminados, sin invisibilizados, sin
excluidos; porque la Buena Noticia de Jesús de Nazareth podemos sintetizarla,
según el exégeta Joaquim Jeremías, que Dios es Padre y nosotros somos hermanos
y hermanas, o como dijera siglos atrás Pedro, en casa de Cornelio: “Dios no
hace diferencia entre las personas” (Hch 10,34); y si Dios no la hace, pobre de
aquellas personas o de aquellas Iglesias, que en su nombre juzgan, condenan y
discriminan.
Cristian
Hermano mío, “antes
que te formaras en el vientre de tu madre, Dios te había elegido” (Jr 1,5) para
confiarte una misión que solo El o Ella, en su misterio insondable conoce. Poco
a poco te va dando pistas de cuál podría ser. Sea cual sea te puedo asegurar,
desde la experiencia de un casi viejo, que no defraudará tu confianza (Salmo
61[62]). En ese caminar por la vida habrá momentos en que corras con seguridad
y certeza, habrá momentos en que avances con paso firme y confiado, habrá
momentos en que tu caminar sea lento y dudoso y habrá momentos en que cuando no
puedas avanzar te cargue en sus brazos, como la mamá carga a su bebé y te
lleve, pero jamás defraudará tu confianza (Salmo 3,6).
Cuatro consejos de tu
Obispo:
El primero, como recomendaba
San Benito a sus monjes, “toma por guía el Evangelio” (RB, Prólogo, 21), aún
para la interpretación del resto de la Biblia, si contradice el Evangelio de
Jesucristo no lo hagas, no lo digas, no lo exijas.
El segundo, como recomendaba
San Pablo a “estén siempre alegre” (Fi 4,4) saber que Jesús nos eligió para
continuar su obra en el mundo es un motivo de gozo que nada ni nadie nos lo
puede quitar (Jn 16,22).
El tercero, celebra la vida
con las personas excluidas, trabaja por su dignidad, festeja los logros del
pueblo y cuando te digan comilón y bebedor, amigo de gente de mala fama,
recuerda que lo dijeron antes del Maestro, es el mejor indicador de que estás
haciendo lo correcto.
El cuarto, recuerda que tu
promesa de obediencia no es al Obispo sino a la Iglesia; los Obispos venimos y
nos vamos, la Iglesia de Jesucristo es la que permanece, hazlo todo en consulta
con ella y en diálogo con el Obispo.
Dios, que te eligió, lleve a
buen término la obra iniciada en Ti (cf Salmo 137[138],8).
Amén.
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