Efatá: abrirnos a la construcción de otra Iglesia y otro mundo
16º Domingo después de
Pentecostés
Ciclo B – Marcos 7,31-37
1. El texto en su contexto:
Jesús está en pleno viaje
misionero predicó en Nazaret (6,1) y en las aldeas cercanas (6,6), en lugares
solitarios (6,34), en Genesaret (6,53), en la región de Tiro (7,24) y en Decápolis
(7,31), donde sucede el episodio que hoy reflexionaremos.
El versículo 31 nos sitúa en
tierra pagana, al otro lado del Lago de Galilea. La gente de la región le
presenta un hombre que era sordomudo para que Jesús le sane (v 32) poniendo las
manos sobre él, una práctica común según nos lo demuestra el Evangelista Marcos
(6,5; 7,32; 8,23). Jesús lo separa de la gente, establece un vínculo personal
con el hombre enfermo, y realiza dos gestos, el primero pone sus dedos en los
oídos del enfermo y el segundo, con su saliva le toca la lengua (v 33); la
saliva era utilizada, al parecer, en curaciones (8,23; Jn 9,6). Finalmente
pronuncia la palabra aramea “Efatá” que significa “Ábrete”. Sin lugar a dudas,
ésta es una palabra pronuncia por el Señor y que la tradición la guarda como un
tesoro, en la propia lengua de Jesús, sin traducirla al griego, lengua en la
cual se escribieron los Evangelios.
Si habláramos en términos de
teología sacramental, podríamos decir que Jesús establece el “sacramento de la misericordia”
Hay materia: dedos y saliva, hay forma: “efatá” y hay ministro: el propio Jesús
que, siendo el rostro humano de Di@s, manifiesta toda su misericordia
restableciendo la dignidad de un hombre que, por otra parte, no formaba parte
del pueblo elegido, era un pagano.
El relato evangélico nos
dice que en ese mismo momento el hombre recobró la salud, pudo oír y pudo
hablar (v 35). Nuevamente, Jesús insiste en mantener el secreto mesiánico (v 36
cf 1,34.44; 3,11-12; 5,43; 7,36; 8,30; 9.9); pero el gozo de la sanación hacía
que la gente diera testimonio de Jesús (v 37) citando el pasaje de Isaías
(35,5-6 cf 42,7; 61,1-2) que también es utilizado por Mateo (11,5) y Lucas
(7,22) donde se canta la alegría mesiánica, el retorno a la tierra de la
promesa.
2. El texto en nuestro contexto:
Sin lugar a dudas, el
Evangelio de hoy invita a las cristianas y los cristianos a escuchar, a hablar y a abrirnos.
Escuchar:
La coyuntura actual en que
se encuentra nuestra sociedad, exige de las Iglesias un oído atento al clamor
humano (Ex 3,7) por solidaridad y justicia. Un oído inserto en la sociedad
actual, escuchando la voz de las poblaciones originarias, de las personas inmigrantes,
de las desempleadas y subempleadas, de las excluidas por su orientación sexual,
de las que son víctimas de las guerras, de las que están en situación de
violencia doméstica, de las enfermas y abandonas, de las drogadictas, de las
que viven con vih, de las privadas de libertad …
Las Iglesias no podemos ni
debemos permanecer sordas al dolor humano, producto de la violación a los
derechos y la dignidad de las personas.
Hablar:
La realidad de opresión e
injusticia en que se encuentran millones de seres humanos, exige de las
Iglesias que sean la voz profética, que como conciencia moral de la sociedad y
la cultura, denuncia a los poderosos y opresores (Ex 3,10), pero consuela a las
personas vulneradas en sus derechos y dignidad anunciándoles la liberación (Ex
3,16-17). Esta ha sido la misión de Jesús, el rostro humano de Di@s que
manifiesta su misericordia y amor incondicional a la humanidad (Lc 4,18-21).
Esta es la misión de la Iglesia que fiel a su Maestra, transita sus mismos
caminos, en la historia de los hombres y de las mujeres.
Una Iglesia que se limita al
culto miente (1Jn 4,20). La inserción entre las personas y grupos oprimidos y
excluidos por el sistema político, económico, social, cultural y religioso, es
el indicador de una Iglesia misionera, no para buscar adeptos sino para servir
(Mt 20,28).
Abrirnos:
La Iglesia Antigua –
Diversidad Cristiana invita a las otras Iglesias a abrirnos a la sociedad y la
cultura contemporáneas, a dejar por un momento nuestras doctrinas, nuestros dogmas,
nuestros posicionamientos y escuchar el clamor de las personas oprimidas, que
no es otra cosa que el clamor del mismo Di@s encarnado (Mt 25,31-46).
Nosotras y nosotros, las
Obispas y los Obispos, tenemos la inmensa responsabilidad de ser la voz de las
personas silenciadas e invisibilizadas por los poderosos y los opresores. Somos
enviadas y enviados a abrir los oídos de nuestras comunidades eclesiales para
ser testigos de que es posible otra Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica,
en otro mundo justo, solidario y equitativo.
Las Obispas y los Obispos
independientes, tenemos mayores oportunidades para iniciar este camino de
transformación eclesial y social, de crear nuevas relaciones dentro de nuestras
comunidades y con otras Iglesias y organizaciones de la sociedad, únicamente
tenemos que dejar de repetir modelos anacrónicos:
-
las Obispas y los Obispos no somos príncipes
de la Iglesia sino servidores (Mt 20,26; 23,11; 28,20);
-
las Iglesias no son espacios para las
personas que se creen buenas y que piensan estar en la verdad sino de aquellas
que son rechazadas por el sistema político, social, cultural y religioso (Lc
5,32);
-
las celebraciones litúrgicas no son fórmulas
que se transmiten por tradición (Mc 2,7) sino experiencias de fe de nuestras
comunidades, por lo tanto, abiertas a la novedad del Espíritu (Mt 13,52).
En conclusión:
El relato evangélico nos
interpela a abrirnos: generando nuevas experiencias eclesiales, de escucha y de
denuncia, de anuncio de liberación y de trabajo comprometido y solidario para
alcanzarla.
Buena semana para todas y
todos. +Julio.
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