Catequesis sobre la Santísima Trinidad
Catequesis:
EL MISTERIO DE DIOS UNO Y TRINO
Introducción.
La doctrina de la
Trinidad está cargada de contenido ajeno a nuestra cultura y a nuestra práctica
cotidiana de la fe. En nuestra experiencia de fe generalmente no está presente
la TRINIDAD. Nuestra relación es con cada una de las Personas Divinas. En la
mayoría de las veces nos relacionamos con JESUCRISTO, pocas veces lo hacemos
con el PADRE y rara vez con el ESPIRITU SANTO.
La riqueza de la
comunidad apostólica fue adaptar el kerigma a las realidades sociales y
culturales donde se desarrollaban. La experiencia de fe en la diversidad de
culturas tornó necesario unificar conceptos, corregir errores, acordar verdades
que dieran cohesión, unidad e identidad a la comunidad cristiana. Se recogieron
siglos de reflexión y discusión cuyos productos han sido un conjunto de
verdades incuestionables que definimos como doctrina.
Si bien Tertuliano
plasma la doctrina de la Trinidad y se reafirma en los Concilios de Nicea (325)
y Constantinopla (381), no se puede desconocer los aportes que se realizaron
desde algunos siglos antes.
Era una realidad
familiar para la Iglesia primitiva que Dios era una substancia en tres
personas. El testimonio recibido de la comunidad apostólica era monoteísta, tal
como la fe de Israel, pero simultáneamente el testimonio de las Escrituras
Cristianas manifiestaban que Dios existe en tres personas distintas, definidas
e identificadas: el Padre (Mt. 6,9-13; 11,25-27;
12,50; 18,10; 25,34; 26,29.38; Mc. 14,36; Jn. 2,16; 5,16-18; 10,30; 12,27-28;
14,6; 16,15.26; 17,1.6; Rm. 1,7; 8,11.15; 1Co. 8,6; Ef. 3,14-15; Fi. 1,2; Col.
1,2.3;.19; 1Tes. 1,1; 2Tes.1,2; 1Tim. 1,2; 2Tim.1,2; Tito 1,4; File. 1,3; 1Pe.
1,2.17; 1Jn. 1,3; 3.1; 2Jn. 1,3; Jud. 1,1), el Hijo (Mt. 3,17; 4,3;
8,29; 11,27; 16,16; 17,5; 27,54; Mc. 1,1; Lc. 1,32.35; Jn. 1,34.49; 3,16-18;
5,19-26; 10,36; 20,34; Hch. 9,20; 13,3; Rom. 1,3-4; 2Co. 1,19; Gal. 2,20; 4,4;
Heb. 1,5; 6,6; 2Pe. 1,17; 1Jn. 5,5; 10,13; Ap. 2,18) y el Espíritu Santo (Mt. 1,18.20;
3,16; 12,18.28.31-32; Mc. 3,11; Lc. 1,35; 4,1.18; 10,21; 11,13; 12,12; Jn.
4,23-24; 7,38-39; 14,16-17.26; 15,26; 16,13-14; 20,22; Hch. 1,4-5.8; 2,1-21;
2,34; 5,3.9; 10,38.47;15,28; Rom. 1,3-4; 5,5; 8.1-27; 1Co. 3,16; 2Co 1,22;
3,6-18; Gal. 4,6; 5,16-25; Ef. 1,13-14; 1Jn. 5,6-8).
En los escritos
cristianos prenicenos encontramos abundantes referencias que confirman la
familiaridad con la doctrina trinitaria de la Iglesia prenicena: en Ignacio de
Antioquía (117 d.C):
"sois piedras
del templo del Padre, preparadas para la construcción de Dios Padre, levantadas
a las alturas por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, haciendo veces de
cuerda el Espíritu Santo." (Carta a los Efesios, 9: 1;
Ruiz Bueno, Padres Apostólicos., pág. 452-453);
"La verdad es
que nuestro Dios Jesús, el Ungido, fue llevado por María en su seno conforme a
la dispensación de Dios [Padre]; del linaje, cierto, de David; por obra,
empero, del Espíritu Santo." (Carta a los Efesios, 17:2;
Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, pág. 457).
En Policarpo de Esmirna (155 d.C):
"Señor Dios
omnipotente: Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo ... Yo te bendigo,
porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte ... en la
incorrupción del Espíritu Santo... Tú, el infalible y verdadero Dios. Por lo
tanto, yo te alabo ... por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote,
Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo,
ahora y en los siglos por venir" (Martirio de San Policarpo,
14:1-3, en D. Ruiz Bueno, Ed., Padres Apostólicos, p. 682)
En Justino (165 d.C.):
"A El [el "Dios
verdaderísimo"] y al Hijo, que de El vino y nos enseñó todo esto ... y al
Espíritu profético, le damos culto y adoramos, honrándolos con razón y
verdad" (Primera Apología 6: 2; en D. Ruiz Bueno, Ed.
Padres Apologetas Griegos, pág. 187)
…"entonces toman en el
agua el baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro
Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo." (Primera
Apología 61:3; en Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos, pág. 250).
En Ireneo de Lyon ( 202 d.C.), discípulos de Policarpo:
"La Iglesia, aunque
dispersa en todo el mundo, hasta lo último de la tierra, ha recibido de los
apóstoles y sus discípulos esta fe: ... un Dios, el Padre Omnipotente, hacedor
del cielo y de la tierra y del mar y de todas las cosas que en ellos hay; y en
un Jesucristo, el Hijo de Dios, quien se encarnó para nuestra salvación; y en
el Espíritu Santo, quien proclamó por medio de los profetas las dispensaciones
de Dios y los advenimientos y el nacimiento de una virgen, y la pasión, y la
resurrección de entre los muertos, y la ascensión al cielo, en la carne, del
amadísimo Jesucristo, nuestro Señor, y Su manifestación desde elcielo en la
gloria del Padre, a fin de ‘reunir en uno todas las cosas’, y para resucitar
renovada toda carne de la entera raza humana, para que ante Jesucristo, nuestro
Señor, y Dios , y Salvador, y Rey, según la voluntad del Padre invisible, ‘se
doble toda rodilla, de las cosas en los cielos, y las cosas en la tierra, y las
cosas debajo de la tierra, y que toda lengua le confiese, y que El ejecute un
justo juicio sobre todos..." (Contra todas las herejías,
I, 10:1; en Ante-Nicene Fathers vol. 1, tomado de internet).
Otros testimonios
surgen en la segunda mitad del siglo II, por ejemplo, Teófilo
de Antioquía, es el primero en utilizar el término "Trinidad" (griego, trias):
"Igualmente también los
tres días que preceden a la creación de los luminares son símbolos de la
Trinidad, de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría [el Espíritu]" (Tres libros a Autólico II:15; en Ruiz
Bueno, Padres Apologetas Griegos, pág. 805).
Atenágoras
de Atenas; defensor de la fe cristiana, dirigió una "Legación" o
defensa de los cristianos al emperador Marco Aurelio y su hijo Cómodo, hacia
177.
"¿Quién, pues, no se
sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten un Dios Padre y a un Dios
Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción
en el orden?" (Legación a favor de los cristianos, 10; en
Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos, pág. 661).
Tertuliano de
Cartago (160-215 dC) escribía:
"Definimos que existen dos, el
Padre y el Hijo, y tres con el Espíritu Santo, y este número está dado por el
modelo de la salvación ... [el cual] trae unidad en trinidad, interrelacionando
los tres, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ellos son tres, no en
dignidad, sino en grado; no ensustancia sino en forma; no en poder, sino en
clase. Ellos son de una sustancia y poder, porque hay un Dios de quien estos
grados, formas y clases se muestran en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu
Santo." (Contra Praxíteles, 23; PL 2.156-7).
Orígenes (aprox.
185-254 dC) discípulo de Clemente de Alejandría, escribía:
"Si alguno dijese que
el Verbo de Dios o la Sabiduría de Dios tuvieron un comienzo, advirtámosle no
sea que dirija su impiedad también contra el ingénito Padre, ya que negaría que
El fue siempre Padre y que El ha engendrado siempre al Verbo, y que siempre
tuvo sabiduría en todos los tiempos previos o edades, o cualquier cosa que
pueda imaginarse previamente. No puede haber título más antiguo del Dios
omnipotente que el de Padre, y es a través del Hijo que El es Padre. " (Sobre
los principios 1.2.; Patrologia Graeca 11.132).
"Pues si este fuera el
caso [que el Espíritu Santo no fuese eternamente como El es, y hubiese recbido
conocimiento en algún momento y entonces llegado a ser el Espíritu Santo] el
Espíritu Santo nunca hubiese sido reconocido en la unidad de la Trinidad, es decir,
junto con los inmutables Padre e Hijo, a menos que El siempre hubiese sido el
Espíritu Santo... De todos modos, parece apropiado inquirir cuál es la razón
por la cual quien es regenerado por Dios para salvación tiene que ver tanto con
el Padre y el Hijo como con el Espíritu Santo, y no obtiene la salvación sino
con la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible tener parte con
el Padre y el Hijo, sin el Espíritu Santo" (Sobre
los principios I, 3:4-5, en Alexander Roberts and James Donaldson, eds., The
Ante-Nicene Fathers, Grand Rapids: Eerdmans, Reimpr. 1989, Vol. 4, pág. 253).
"Más aún, nada en la
Trinidad puede ser llamado mayor o menor, ya que la fuente de la divinidad sola
contiene todas las cosas por Su palabra y razón, y por el Espíritu de Su boca
santifica todas las cosas dignas de ser santificadas... Habiendo hecho estas
declaraciones concernientes a la Unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo, retornemos al orden en el cual comenzamos la discusión. Dios el Padre
otorga, ante todo, la existencia; y la participación en Cristo, considerando
que Su ser es la palabra de la razón, los torna seres racionales ... [y] es la
gracia del Espíritu Santo presente por la cual aquellos seres que no son santos
por esencia, pueden ser tornados santos por participar de ella" (Sobre
los principios I, 3: 7-8, en Roberts and Donaldson, pág. 255).
Alrededor del 260 (dC), en la
disputa entre Dionisio obispo de Alejandría y Dionisio de Roma queda claramente planteado que el
concepto trinitario estaba firmemente establecido. Cuando Dionisio de
Alejandría se alejó de la ortodoxia cristiana afirmando que el Hijo es una
creación del Padre y con una naturaleza distinta, generó una respuesta de
Dionisio de Roma donde afirma que debemos relacionar íntimamente al Hijo y al
Espíritu, con el Padre, como lo establecen las Escrituras:
"Digo pues, que es muy necesario que la divina Trinidad
sea preservada en unidad y resumida en uno, en una especie de consumación, el
Dios uno, el Todopoderoso”. No podemos permitirnos dividir la Unidad Divina en
tres dioses, sino que debemos creer en Dios el Padre todopoderoso, y en Cristo
Jesús su Hijo, y en el Espíritu Santo " pero la declaración debe ser
unificada en el Dios de todas las cosas, pues así se preservará la divina
Trinidad. (Nic 26).
A lo que Dionisio de Alejandría rectificó,
afirmando:
“Porque así como no creo que el Logos sea una criatura,
tampoco afirmo que Dios sea su Creador, sino su Padre"… “Sin dividir la
Mónada, la expandimos en la Trinidad, y a la vez combinamos la Trinidad, sin
disminuirla, en la Mónada."
También Metodio en 311 (dC)
afirma en sus escritos que Cristo está junto al Padre y al Espíritu y a Él se
acogen los creyentes; la fórmula y el concepto de la Trinidad aparecen
constantemente en la obra de Clemente de Alejandría (150 - 215).
Finalmente, el
Concilio de Nicea (325 dC) afirma:
"Creemos en un Dios Padre
Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo,
el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la
substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios
verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual
todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que
están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación
descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día,
y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu
Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y
que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no
son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o
que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica."
Algunos años
después el Concilio de Constantinopla (381 dC) confirma el credo niceno y añade
algunos artículos pneumatológicos, siendo la primer definición completa del
dogma trinitario.
A lo largo de los
siglos el desafío de la Iglesia ha sido transmitir el kerigma apostólico y la
reflexión doctrinal de la Iglesia primitiva a la sociedad y la cultura de cada
época.
Uno de los grandes
desafíos para la teología y el magisterio de la Iglesia contemporánea es
adaptar el contenido de la doctrina trinitaria (de comienzos del siglo IV) para
la humanidad del siglo XXI, quitando todos los contenidos coyunturales y
manteniendo los contenidos esenciales; una humanidad que se encuentra muy
distante de los sucesos y contenidos que se transmiten y que por cierto es
sumamente heterogénea.
1.
La revelación del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo en el Nuevo Testamento.
1.1.
La
revelación del Padre en el Nuevo Testamento.
1.1.1. Jesús expresa así
su relación con YHWH:
“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los
entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te
agradó. »Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al
Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar” (Mt. 11,25-27).
“… todo aquel
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi
hermana y mi madre” (Mt. 12,50).
“Mirad que no
menospreciéis a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los
cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt.
18,10).
“Os digo que
desde ahora no beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo
beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mt.
26,29).
“Y
decía: «¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta
copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú»” (Mc. 14,36).
“… y dijo a los que vendían palomas: —Quitad esto de aquí, y
no convirtáis la casa de mi Padre en casa de mercado” (Jn.
2,16).
“ Jesús les
respondió: —Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judíos aun
más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también
decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn.
5,17-18).
1.1.2. Jesús expresa así
la relación de sus discípulos y discípulas con YHWH:
“Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt.
5,16).
“… para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol
sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mt.
5,45).
“Vosotros, pues, oraréis así: »Padre nuestro…” (Mt. 6,9 cf Mt 6,1-32; Lc 11,2).
“… no
llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que
está en los cielos” (Mt. 23,9).
“…
cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también
vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas” (Mc.
11,25).
“Jesús le dijo:
—¡Suéltame!, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y
diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn.
20,17).
1.1.3. Las comunidades
cristianas así se refirieron a YHWH el Dios de Israel – el Padre de Jesucristo:
“A todos los que estáis en Roma, amados de Dios y llamados a ser santos:
Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rom. 1,7).
“ … no habéis recibido el espíritu
de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el
Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!» (Rm. 8,15).
“… para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual
proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor,
Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien
nosotros también existimos” (1Co. 8,6).
“Si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según
la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra
peregrinación” (1Pe.1,17).
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de
Dios;, por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él” (1Jn.3,1).
Ciertamente el
siglo I de nuestra era exigió a las comunidades cristianas una profunda
reflexión teológica donde se asumió la fe del pueblo hebreo pero desde la
experiencia pascual cristiana.
Cuando los escritores cristianos
hablan del Padre de Jesucristo se refieren sin lugar a dudas a YHWH el Dios de
Israel:
“El Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha dado el más
alto honor a su siervo Jesús, a quien ustedes entregaron a las autoridades y a
quien ustedes rechazaron, después que Pilato había decidido soltarlo” (Hch. 3,13).
“Nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a
nuestros padres, la cual Dios nos ha cumplido a nosotros, sus hijos,
resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: “Mi hijo
eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hch. 13,33).
En las Escrituras
Cristianas se presenta como tema central en la vida de Jesús su relación con
YHWH como Padre en una experiencia personal y propia:
“Jesús le contestó: —El primer mandamiento de todos es: ‘Oye, Israel:
el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc.
12,29-30).
“Entonces Jesús les dijo: —Moisés les dio ese mandato por lo tercos
que son ustedes. Pero en el principio de la creación, ‘Dios los creó
hombre y mujer. Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre
para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona.’ Así
que ya no son dos, sino uno solo. De modo que el hombre no debe
separar lo que Dios ha unido” (Mc. 10,5-9; 13,19).
“Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído ustedes en el
libro de Moisés el pasaje de la zarza que ardía? Dios le dijo a Moisés: ‘Yo soy
el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.’ ¡Y él no es Dios de
muertos, sino de vivos” (Mc. 12,26).
YHWH es revelado como Padre en las Escrituras Hebreas
únicamente como Creador y Sustentador (Dt. 32,6; Is. 63,16; 64,8; Jer. 3,19;
Mal. 2:10), su paternidad aparece como una propiedad mientras que en las
Escrituras Cristianas es la característica propia de la primera persona de la
Trinidad (cf. Galor, J: Découvrir le
Père. Esquisse d´une théologgie du Père. Louvain, 1985. pp 46; citado por
Maximino Arias Reyero: El Dios de nuestra fe. CEM, 1991, pp 136); según J.
Galot “en el Padre se da la primera manera de ser de Dios” (Obra Citada pp 74).
Padre era el título de respeto que se
aplicaba algunas veces en el judaísmo a un maestro (1Sam.10,12; 2Re.2,12).
Jesús se lo aplica a YHWH (Mt. 6,9) exclusivamente (Mt. 23,9) haciéndolo uno de
sus contenidos kerigmáticos.
Sin lugar a dudas
toda la vida de Jesús expresa su íntima relación con YHWH.
Es a partir de su predicación
que YHWH es dado a conocer como Padre.
El primer eje de su predicación es la irrupción inminente del Reinado de Dios:
“Decía: “Ya se cumplió el
plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con
fe sus buenas noticias.” (Mc. 1,15).
El
segundo eje de su predicación es que el Reinado es exclusivamente de Dios y lo
comunica gratuitamente (Mt. 21,34 cf. Lc. 12,32; 22,29; Mt. 25,34 );
manifestándose como Abbá (Mt. 23,9;
Mc. 14,36):
“No llaméis a nadie
Padre vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo”
(Mt. 23,9).
Jesús no se
esfuerza por justificar esta paternidad, ni de explicarla. En la palabra “Abba” queda todo dicho (Mt. 6,34; 11,25
ss). Esta palabra aramea utilizada por Jesús para referirse a YHWH era usada
por los hijos y las hijas para dirigirse a su padre, equivalente a “papá”.
Esta forma de
relacionamiento tan familiar era totalmente desconocida tanto para el judaísmo
contemporáneo a Jesús como para el anterior.
Jesús de Nazaret a través de sus palabras y sus obras nos
revela al Padre. Su experiencia de Dios es fundante. La comunidad cristiana
puede anunciar al resto de la humanidad la Paternidad de Dios porque Jesús lo
hizo primero (cf. Mt. 5,15.19; 6,4.6.8.11.32; 10,32; 11,25; 23,9; Mc. 14,36;
Lc. 6,36).
1.2.
La
revelación del Hijo en el Nuevo Testamento.
1.2.1.
Aplicado a
Jesucristo por YHWH:
“Y se oyó una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia»” (Mt. 3,17).
“Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se
oyó una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia; a él oíd»” (Mt. 17,5).
“la cual Dios nos ha cumplido a nosotros, sus hijos,
resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: “Mi hijo
eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hch. 13,33).
“¿A
cuál de los ángeles dijo Dios jamás: «Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado
hoy», ni tampoco: «Yo seré un padre para él, y él será un hijo para mí»?” (Heb. 1,5).
“pues
cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la
magnífica gloria una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en el cual tengo
complacencia»” (2Pe.1,17).
1.2.2. Aplicado a
Jesucristo por él mismo:
»Todas
las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el
Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar” (Mt. 11,27).
»De
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios
no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él. El que en él cree no es condenado; pero el que no cree
ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios” (Jn.
3,16-18).
“Respondió entonces Jesús y les dijo: —De cierto, de cierto os digo: No
puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Todo lo
que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente, 20porque el
Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que
estas le mostrará, de modo que vosotros os admiréis. 21Como el Padre
levanta a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da
vida, 22porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio
al Hijo, 23para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El
que no honra al Hijo no honra al Padre, que lo envió. 24»De cierto,
de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida
eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. 25De
cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán
la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. 26Como el Padre
tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Jn. 5,19-26).
“¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: “Tú
blasfemas”, porque dije: “Hijo de Dios soy”? (Jn. 10,36).
1.2.3.
Aplicado por un
ángel:
“Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El
Señor Dios le dará el trono de David, su padre” (Lc. 1,32).
“Respondiendo
el ángel, le dijo: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será
llamado Hijo de Dios” (Lc. 1,35).
1.2.4.
Aplicado por el demonio:
“ Se le acercó el tentador y
le dijo: —Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4,3).
“Y clamaron
diciendo: —¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para
atormentarnos antes de tiempo?” (Mt. 8,29).
1.2.5. Aplicado por personas:
“ Respondiendo Simón Pedro, dijo: —Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” (Mt. 16,16).
“El centurión y
los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que
habían sido hechas, llenos de miedo dijeron: «Verdaderamente este era Hijo de
Dios»” (Mt. 27,54).
“Principio del
evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc. 1,1).
“Y yo lo he
visto y testifico que este es el Hijo de Dios» (Jn.
1,34).
“Natanael
exclamó: —¡Rabí, tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!” (Jn.
1,49).
“Pero estas se
han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn.
20,31).
“En seguida
predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que este era el Hijo de Dios” (Hch.
9,20).
“… evangelio que se refiere a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era
del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios
con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los
muertos” (Rom. 1,3-4).
“… porque el
Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros—por
mí, Silvano y Timoteo—, no ha sido «sí» y «no», sino solamente «sí» en él” (2Co.1,19).
“Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí” (Ga. 2,20).
“Pero cuando
vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido
bajo la Ley” (Ga. 4,4).
“… y recayeron,
sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí
mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la burla” (Heb.
6,6).
“¿Quién es el
que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1Jn.
5,5).
“El que cree en
el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, lo ha
hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca
de su Hijo. 11Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida
eterna y esta vida está en su Hijo. 12El que tiene al Hijo tiene la
vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1Jn.
5, 10-13).
“ Escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: »“El Hijo
de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego y pies semejantes
al bronce pulido, dice esto…” (Ap.
2,18).
En el correr del
primer siglo las comunidades cristianas se fueron preguntando sobre su fe.
Entre aciertos y errores fueron dando respuestas. Una lectura crítica de los
Escritos Cristianos nos permiten ver cómo fue evolucionando su fe en Cristo.
La predicación
apostólica en el libro de los Hechos de los Apóstoles supone la filiación
divina a partir de la resurrección, los cuatro discursos de Pedro así lo
refieren:
“Pues bien, Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos
nosotros somos testigos. Después de haber sido enaltecido y colocado
por Dios a su derecha y de haber recibido del Padre el Espíritu Santo que nos
había prometido, él a su vez lo derramó sobre nosotros. Eso es lo que ustedes
han visto y oído. Porque no fue David quien subió al cielo; pues él
mismo dijo: ‘El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que yo haga
de tus enemigos el estrado de tus pies.’ Sepa todo el pueblo de Israel, con
toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha
hecho Señor y Mesías” (Hch. 2,14-36; cf.
3,11-26; 4,8-12; 5,29-32).
La comunidad marquiana supone la filiación divina a partir
del bautismo en el Jordán:
“Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, que está
en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. En el
momento de salir del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu
bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía: “Tú
eres mi Hijo amado, a quien he elegido” (Mc.
1,9-11).
La comunidad mateana lo hace a partir de la gestación
virginal:
“El origen de
Jesucristo fue este: María, su madre, estaba comprometida para casarse con
José; pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del
Espíritu Santo. José, su marido, que era un hombre justo y no quería
denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya
había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y
le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por
esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. María
tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a
su pueblo de sus pecados.” Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el
Señor había dicho por medio del profeta: “La virgen quedará encinta y tendrá un
hijo, al que pondrán por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”).
Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había
mandado, y tomó a María por esposa. Y sin haber tenido relaciones
conyugales, ella dio a luz a su hijo, al que José puso por nombre Jesús” (Mt. 1,18-25).
La comunidad lucana antes de la gestación virginal:
“Dios mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde
vivía una joven llamada María; era virgen, pero estaba comprometida para
casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El
ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo: —¡Salve, llena de gracia!
El Señor está contigo. María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba
qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: —María, no tengas
miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta:
tendrás un hijo, y le pondrás por nombre
Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios
altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey,
como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el
pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin. María preguntó al ángel: —¿Cómo
podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre? El ángel le contestó: —El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a
nacer será llamado Santo e Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana;
la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios
no hay nada imposible. Entonces María dijo: —Yo soy esclava del Señor; que Dios
haga conmigo como me has dicho. Con esto, el ángel se fue” (Lc. 1,26-38).
La comunidad paulina supone la preexistencia divina en los
himnos (Fi. 2,6) y en Colosenses:
“Cristo es la imagen visible de Dios, que es
invisible; es su Hijo primogénito, anterior a todo lo creado. En él
Dios creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, tanto lo visible como lo
invisible, así como los seres espirituales que tienen dominio, autoridad y
poder. Todo fue creado por medio de él y para él. Cristo existe
antes que todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden” (Col. 1,15-17).
Pero fue la comunidad juanina la que remontó esa existencia
divina al mismo origen en la creación:
“En el principio ya existía la Palabra; y aquel que
es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio
con Dios” (Jn. 1,1-18).
1.3.
La
revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.
1.3.1.
El Espíritu
Santo en citas del Antiguo Testamento:
«Este es mi siervo, a quien he escogido; mi amado, en quien se agrada mi
alma. Pondré mi Espíritu sobre él…” (Mt. 12,18).
«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar
buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de
corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en
libertad a los oprimidos…” (Lc. 4,18).
“En los postreros días—dice Dios—, derramaré de mi Espíritu sobre toda
carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán
visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y
sobre mis siervas, en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán…” (Hch. 2,17-18).
1.3.2. En
relación con personas del Antiguo Testamento:
“Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura que el Espíritu
Santo, por boca de David, había anunciado acerca de Judas, que fue guía de los
que prendieron a Jesús” (Hch. 1,16).
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros
inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando
qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el
cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo y las glorias que
vendrían tras ellos” (1Pe.1,10-11).
“… porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2Pe. 1,21).
1.3.3. El
Espíritu Santo en relación con Jesús:
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando comprometida María, su
madre, con José, antes que vivieran juntos se halló que había concebido del
Espíritu Santo (Mt. 1,18).
“Respondiendo
el ángel, le dijo: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será
llamado Hijo de Dios” (Lc. 1,35).
“Y Jesús,
después que fue bautizado, subió enseguida del agua, y en ese momento los
cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma
y se posaba sobre él” (Mt. 3,16).
“Además, Juan
testificó, diciendo: «Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y que
permaneció sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: “Sobre quien veas descender el Espíritu y permanecer
sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo” (Jn.
1,32-33).
“Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los
demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios…” (Mt. 12,28).
“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado
a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.
Cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del hombre, será
perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en
este siglo ni en el venidero” (Mt. 12,31-32).
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue
llevado por el Espíritu al desierto” (Lc. 4,1).
“Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se
difundió su fama por toda la tierra de alrededor” (Lc. 4,14).
“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y
dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste
estas cosas de los sabios y entendidos y las has revelado a los niños. Sí,
Padre, porque así te agradó” (Lc. 10,21).
“… cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a
Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch. 10,38).
“Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo
recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que
vosotros veis y oís…” (Hch. 2,33).
“… evangelio que se refiere a su Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre
los muertos” (Rom. 1,3-4).
1.3.4.
Prometido por Jesús a la
comunidad discipular:
“Pero cuando os
lleven para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo
penséis, sino lo que os sea dado en aquella hora, eso hablad, porque no sois
vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Mc. 13,11).
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas
a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que se lo pidan?” (Lc. 11,13).
“… porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo
que debéis decir” (Lc. 12,12).
“Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre
tales adoradores busca que lo adoren. 24Dios es Espíritu, y los que
lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren” (Jn. 4,23-24).
“El que cree en
mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva. Esto
dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no
había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn.
7,38-39).
“Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no
puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque
vive con vosotros y estará en vosotros” (Jn. 14,16-17).
“Pero el
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn.
14,26).
“Pero cuando
venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí…” (Jn.
15,26).
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad,
porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga y os
hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará, porque
tomará de lo mío y os lo hará saber” (Jn. 16,13-14).
“Y estando juntos, les ordenó: —No salgáis de Jerusalén, sino esperad la
promesa del Padre, la cual oísteis de mí, 5porque Juan ciertamente
bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro
de no muchos días” (Hch. 1,4-5).
“… pero
recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la
tierra” (Hch. 1,8).
1.3.5. Enviado a la comunidad discipular:
“… al decir esto, sopló y les
dijo: —Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20,22).
“Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. De
repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el
cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas
repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos
fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les daba que hablaran” (Hch. 2,1-4).
“Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre
la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch. 2,33).
1.3.6. El
Espíritu Santo actúa en la vida de la Iglesia Primitiva:
“Pedro les dijo: —Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del
Espíritu Santo…” (Hch. 2,38).
“Entonces respondió Pedro: —¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que
no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que
nosotros?” (Hch. 10,47).
“Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch. 8,17).
“Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu
Santo; y hablaban en lenguas y profetizaban” (Hch. 19,6).
“… pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros
ninguna carga más que estas cosas necesarias…” (Hch. 15,28).
1.3.7. El
Espíritu Santo asociado al bautismo:
“Respondió Jesús: —De cierto, de cierto te digo que el que no nace de
agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3,5).
“… porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo,
tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a
beber de un mismo Espíritu” (1Co.
12,13).
“… nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho,
sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3,5).
1.3.8. El
Espíritu Santo en la vida cristiana:
“… la
esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom. 5,5).
“ Pero
ahora estamos libres de la Ley, por haber muerto para aquella a la que
estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no
bajo el régimen viejo de la letra” (Rom. 7,6).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,
los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu, porque
la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado
y de la muerte. Lo que era imposible para la Ley, por cuanto era
débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y
a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la
justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu. Los que son de la carne piensan en las cosas
de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. El
ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz,
por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no
se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven
según la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís según la carne,
sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo
está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, pero el
espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que
levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos
a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que
está en vosotros. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios, pues
no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino
que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba,
Padre!». El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que
somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de
Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados. Tengo por cierto que las aflicciones del
tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse, porque el anhelo ardiente de la creación es el
aguardar la manifestación de los hijos de Dios. La creación fue
sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó
en esperanza. Por tanto, también la creación misma será libertada de
la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos
que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora.
Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo, porque en
esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que
lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no
vemos, con paciencia lo aguardamos. De igual manera, el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero
el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero
el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque
conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8,1-27).
“¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está
en vosotros?” (1Cor. 3,16).
“… el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el
Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor.
1,22).
“… el cual asimismo nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no
de la letra, sino del Espíritu, porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.
Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto
que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa
del resplandor de su rostro, el cual desaparecería, ¿cómo no será
más bien con gloria el ministerio del Espíritu? Si el ministerio de
condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de
justificación, porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en
este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Si lo que
perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece. Así que, teniendo
tal esperanza, actuamos con mucha franqueza, y no como Moisés, que
ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista
en el fin de aquello que había de desaparecer. Pero el entendimiento
de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto,
les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado. Y
aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el
corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo será
quitado. El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del
Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando con el
rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del
Espíritu del Señor” (2Cor. 3,6-18).
“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de
su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!…” (Gal. 4,6).
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la
carne, porque el deseo de la
carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se
oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais. Pero si sois
guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley. Manifiestas son las
obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, idolatría,
hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones,
herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas
semejantes a estas. En cuanto a esto, os advierto, como ya os he dicho antes,
que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo
han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por
el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gal. 5,16-25).
“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio
de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el
Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida,
para alabanza de su gloria” (Ef.
1,13-14).
“Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua
solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio,
porque el Espíritu es la verdad. 7Tres son los que dan testimonio en
el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. 8Y
tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre;
y estos tres concuerdan” (1Jn. 5,6-8).
Los hagiógrafos del
judaísmo ubican el Espíritu en los orígenes (Gn. 1,1-2), suscitando caudillos y
jueces (Jue. 2,10; 6,34; 11,29; 14,6), inspirando profetas (Nm. 24,2; Pr. 1,23;
Is. 42,1; 59,21; 61,1; Ez. 11,5; 36,27; Jl. 2,28-29) y reyes (1 Sam. 16,13) en
medio de su pueblo para que hablasen de parte de YHWH; generando carismas en
medio del pueblo (Ex. 31,3).
Su quehacer se
manifiesta desde los orígenes de la historia (Gn 1,1-2) y se revela de manera
particular en las palabras y obras de Jesús (Lc 1,35; 3,22; 4,1). Se da a
conocer abiertamente después de la ascensión de Jesús, cuando desciende sobre
la comunidad discipular en Pentecostés (Hch 2,1–4). La Iglesia nace y se
desarrolla teniendo al Espíritu Santo como su guía (Jn 14,16–17, 26; Hch 1,8).
La obra del Espíritu se
proyecta tanto en el interior de la Iglesia (tratando con ella en su conjunto y
con los creyentes en forma personal) como en el mundo.
1.4. Fórmulas
trinitarias en el Nuevo Testamento:
“ Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19).
“Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del
Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios…” (Rom. 15,30).
“Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, ya habéis
sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y
por el Espíritu de nuestro Dios” (1Cor. 6,11).
“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y
hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay
diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el
mismo” (1 Cor. 12,4-6).
“Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es
Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía,
el Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor. 1,21-22).
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Cor. 13,14).
“Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los
santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el
fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo
Jesucristo mismo. En él todo el edificio, bien coordinado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros
también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2,19-22).
“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor
Jesucristo (de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la
tierra), para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el
ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; que
habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y
cimentados en amor…” (Ef. 3,14-17).
“… un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en
una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre
todos y por todos y en todos” (Ef. 4,4-6).
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed
llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos
y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones;
dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo” (Ef. 5,18-20).
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio
para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”
(1Tes. 2,13-14).
“… elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre en santificación
del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo…” (1Pe. 1,2).
Como se planteaba
en la introducción, el concepto de un Dios trinitario no era ajeno a en las
Escrituras Cristianas canónicas y en los escritos posteriores de la Iglesia
antigua.
Es en el Concilio
de Nicea donde se declara dogmáticamente la consubstancialidad del Padre y del
Hijo (homousius) refiriéndose no sólo
a la identidad específica sino numérica en la Esencia Divina reafirmando el
monoteísmo: un Dios Único donde el Padre y el Hijo son una única esencia.
Atanasio y
posteriormente los Padres Capadocios son quienes defienden y desarrollan
teológicamente el misterio trinitario. Para estos últimos, las “hypostasis” son como caracterizaciones
de la única “ousía divina” que no la
dividen pero sí establecen distinciones por las relaciones de origen, por el
modo de existir. De esta manera,
plantean que lo propio de la primera hypostasis,
el Padre, es la
innascibilidad (no tener origen), lo
propio de la segunda hypostasis, el
Hijo, es nacer del Padre (ser engendrado), lo propio de la tercer hypostasis, el Espíritu Santo, es la
procedencia.
El
Concilio de Constantinopla después, en lo relativo al Espíritu Santo declara:
“Creemos en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre… Con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración y gloria”.
La tradición
latina del credo niceno – constatinopolitano confiesa que el Espíritu Santo
“procede del Padre y del Hijo” (cuestión del filioque).
Otras instancias
de la teología y del magisterio irán en el correr de los siglos explicando la
doctrina trinitaria que quedó plasmada definitivamente en el 381.
2.
La Trinidad en Ricardo de San Víctor.
Ricardo
de San Víctor, de los canónigos de San Agustín, de origen escocés o
inglés, su nacimiento se ubica
aproximadamente en 1123 y su muerte en 1173. Su obra es caracterizada como el
tratado trinitario más importante del medioevo. Se distancia de los clásicos:
Agustín, Anselmo, Boecio por su originalidad y es reconocido y citado por Tomás
de Aquino, Buenaventura y Alejandro de Hales.
Su
tratado “De Trinitate” está compuesto
por seis libros de los que se presenta una breve síntesis más adelante. Se
caracterizan por tener muy pocas citas de las Escrituras y de los Padres
utilizando sin embargo muchas citas del Magisterio y de la Liturgia. Está
influenciado tanto por la tradición oriental como por la occidental pero su
toque personal en la elaboración teológica está dado porque se basa en el
concepto del amor.
Su
punto de partida es la fe de la Iglesia, resaltando los aspectos cognitivos de
la misma. La fe va acompañando todo el proceso hasta la comprensión del
concepto.
Para
argumentar la existencia de Dios Trino parte de la lógica y de la experiencia
plasmando lo que llama “razones necesarias”.
En
el Libro I “Existencia de la substancia
divina, única y absolutamente perfecta” Ricardo plantea las razones
necesarias que hagan adherir racionalmente a Dios. Parte de una verdad: “todo
lo que existe o puede existir es eterno o temporal”. La existencia de lo
temporal se explica por sí misma y explica la existencia de un ser eterno, que
es perfecto, que es uno y que tiene en sí la divinidad a la que se atribuyen la
inmutabilidad, la plena sabiduría y la plena potencia, la sustancia suma y la
unicidad.
En
el Libro II “Los atributos divinos:
increado, eterno, inmenso, único, soberano bien” Ricardo plantea que esta
substancia divina, es eterna, de sí misma, increada, sempiterna, inmutable,
inmensa, infinita, todopoderosa, atributos que no se pueden comunicar a otra
substancia, y que estas propiedades
puede tenerlas solamente Dios, el soberano bien, simple y único Señor.
En
el Libro III “Pluralidad, igualdad y
unidad de Personas” Ricardo parte
del concepto y de la experiencia del amor. En su argumentación plantea que Dios
es perfecto, el amar y ser amado es una perfección, en Dios el amor debe darse
en forma suprema, no es suficiente que Dios ame a alguien creado por lo tanto
para que exista amor divino tienen que existir personas que se amen
divinamente, el amor es lo que hace más feliz, Dios es la plenitud de la
felicidad por lo tanto es la plenitud del amor, la felicidad implica que el amante
sea amado por el amado teniendo que existir amor recíproco. Siguiendo con este
razonamiento y habiendo probado que existe un solo Dios tienen que existir más
personas en esa substancia divina. El que ama, el que es amado y el amor.
En
el Libro IV “Explicación del concepto de
Persona y aplicación a Dios” Ricardo explica el concepto de persona a
través de la racionalidad, la singularidad, la singularidad individualizada, la
distinción entre uno solo y otros, la compatibilidad entre persona y substancia,
la caracterización de las personas a través de su origen, la existencia y
finalmente la obtención del ser, pudiendo definir a Dios como “la existencia
incomunicable de naturaleza divina o existencias incomunicables en la
divinidad”.
En
el Libro V “Las procesiones inmediata y
mediata – inmediata” Ricardo determina lo que es característica de cada
Persona Divina según su origen: alteridad, familiaridad inmediata,
proporcionalidad, igualdad todal, plenitud de felicidades, donación –
aceptación – retorno. Plantea que tiene que haber una existencia que sea la primera y que no proceda de
ninguna: “no ser de nadie sino de sí
mismo – una persona que da sin recibir”. Para que no esté solo tiene que
proceder otra existencia de él de manera inmediata teniendo que ser igual a la
primera en todo, en poder y en ser origen de otra existencia: “ser de otro, pero principio de otro – una
persona que recibe y da”. Es así que procede la tercera existencia de
manera mediata – inmediata: “ser de dos y
no ser principio de otro – una persona que recibe y no da”.
En
el Libro VI “Nombre de las Personas”
Ricardo explica los nombres desde una analogía con el género humano. El que no
tiene origen pero es origen de otro lo llama Padre. El que es originado y
recibe el ser de otro lo llama Hijo. El suspiro espiritual de los corazones
humanos que tienen un mismo propósito es la analogía utilizada para llamar al
Espíritu Santo: el suspiro – amor que se da en el Padre y el Hijo.
A
manera de síntesis, lo novedoso y rico en el desarrollo de la doctrina
trinitaria de Ricardo es recurrir al amor, desde ese concepto logra explicar el
misterio de Dios Uno y Trino: donde hay
amor tiene que haber tres: el que ama, el que es amado y el amor.
3.
La Trinidad en Karl Rahner.
Karl
Rahner, teólogo del siglo XX es quien retoma la reflexión teológica sobre el
tratado de la Trinidad, formulando el axioma que se explica en este capítulo:
“La Trinidad “económica” es la
Trinidad “inmanente” y a la inversa”
Por
“economía” K. Rahner entiende el modo
de manifestarse la Trinidad en la historia de salvación. Trata de demostrar que
Dios es idéntico en la inmanencia (en sí mismo) y en la economía (en la
revelación en la historia humana) y que se lo conoce por su manifestación en la
historia.
La
reflexión teológica desde la historia permite al pueblo hebreo descubrir a YHWH
como creador. Por el mismo camino, las comunidades cristianas sabemos que Jesús
es el Hijo único engendrado por el Padre y que el Espíritu Santo es el Don que
procede del Padre y del Hijo.
Por
lo tanto, si la Trinidad se comunica en la historia así a la humanidad, autocomunicación del Padre por Jesucristo en
el Espíritu Santo, es así en sí misma.
Rahner
lo explica de la siguiente manera:
“Dios se
comporta con nosotros de una manera trinitaria, y ese mismo comportamiento
trinitario (libre y no debido) para con nosotros no es sólo una imagen o una
analogía de la trinidad interna, sino que es ésta misma, comunicada de manera
libre y graciosa” (El Dios Trino,
pp 380).
Para
el autor, la Trinidad no es un problema intelectual sino histórico – salvífico
y su punto de partida para la reflexión teológica es la historia de salvación y
por lo tanto ligada estrechamente a las Escrituras.
A manera de conclusión:
Compartimos
esta catequesis con la finalidad de contribuir a la experiencia de fe, de las
personas y las comunidades, en sus respectivos contextos, alimentando con las
Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia la doctrina católica y
apostólica sobre el Misterio Indecible al que las cristianas y los cristianos
llamamos Dios, Uno y Trino ó Santísima Trinidad.
Seleccionamos
dos autores significativos, uno por pertenecer a la Edad Media y el otro a
nuestra historia contemporánea, que aportan desde su experiencia de fe y desde
su formación teológica, elementos para introducirnos en el Misterio Indecible y
complementar de alguna manera las Sagradas Escrituras y los Padres de la
Iglesia.
Montevideo,
31 de mayo de 2015.
Solemnidad
de la Santísima Trinidad.
+Julio,
obispo de la Iglesia Antigua de Uruguay.
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