DOMINGO DE RAMOS: Un hecho político que tuvo sus consecuencias - Un desafío para las iglesias del siglo XXI
DOMINGO DE RAMOS
Marcos 11,1-11 Ciclo B
El relato evangélico, hoy ya
no presenta a un profeta carismático que alborotaba las aldeas, con un mensaje
preocupante a cerca de la proximidad del Reinado de Dios, y con acciones
escandalosas como tocar leprosos, sanar enfermos, comer con personas pecadoras
y preferir a las empobrecidas. La forma
en que Jesús entra en Jerusalén debió preocupar, no solo a las autoridades
judías sino también a las tropas romanas apostadas en la fortaleza Antonia,
desde donde controlaban Jerusalén y el Templo.
La Pascua estaba próxima.
Era una fiesta religiosa que evocaba la liberación de Egipto en un contexto de
opresión de Roma. Generalmente en esa fiesta se producían revueltas impulsadas
por judíos piadosos o por extremistas zelotes. Era una época en que llegaban
muchas caravanas con judíos provenientes de todas partes para adorar en el
Templo. Esta coyuntura hacía que las
tropas romanas estuvieran alertas para sofocar cualquier intento de rebelión
contra el imperio.
La caravana de Jesús, llena
de gente sencilla, que lo había visto y oído durante su ministerio en Galilea,
que esperaba el restablecimiento de la justicia prometida por Dios, prepara una
entrada festiva pero también revolucionaria. Las aclamaciones son claramente revolucionarias
a los oídos de las autoridades judías, aclamando el reinado de David. En este
escenario, muy probablemente, los discípulos más cercanos creyeron que era el
momento del establecimiento del reinado anunciado por Jesús. Todo lo que estaba
sucediendo era el perfecto caldo de cultivo para un estallido revolucionario.
Eso significaba la intervención romana y las autoridades judías sabían bien que
esa intervención iba acompañada de una destrucción masiva. Lo que sucedió años
más tardes con el incendio de Jerusalén y la destrucción del Templo.
Jesús también podía intuir
lo que se estaba gestando. Por eso, a su entrada triunfal cambia algunos
elementos. No aparece como el rey montado en caballo, sino humilde, montado en
un burro. No se presenta aclamado por un ejército armado, sino por el pueblo
con palmas y ramos. Sin embargo, no deja de ser un acontecimiento escandaloso,
revolucionario y peligroso que podía alterar la paz romana. La entrada de Jesús
en Jerusalén, es un acontecimiento eminentemente político y no religioso.
Jesús pudo llegar a
Jerusalén para adorar como otras tantas personas. En esos días había miles. Sin
embargo, lo hizo de esta manera, llegando como el rey mesías aclamado por el
pueblo.
En estos momentos, Jesús era
plenamente consciente del lugar que ocupaba en el proyecto de Dios. La llegada
del reino era inminente y él era el portavoz. Pero también podía intuir que
estas acciones tendrían su consecuencia inmediata, tanto de parte de las
autoridades judías como de las autoridades romanas.
Este domingo de ramos está
marcado por la persecución a las cristianas y los cristianos en oriente.
Persecuciones que tienen como consecuencia la muerte sin juicio y sin
garantías.
Nuestras hermanas y hermanos
en la fe, saben que manifestarse como cristianos y cristianas tiene sus
consecuencias, por parte de las autoridades gubernamentales, sin embargo
continúan congregándose en iglesias, continúan dando testimonio de su fe,
continúan reafirmando que el anuncio de Jesús, de un reino de paz y justicia,
es plenamente vigente en nuestros tiempos.
La Iglesia de Jesucristo en
tiempos de persecución se purifica y se fortalece. El testimonio que dan, niños
y niñas, mujeres y hombres perseguidos por su fe, cuestiona nuestra experiencia
de fe occidental, interpela nuestras prácticas cristianas, desafía a asumir
plenamente y radicalmente el compromiso de trabajar por el reinado de Dios.
Este domingo de ramos nos
enfrenta a Jesucristo perseguido en nuestros hermanos y nuestras hermanas de
oriente; mientras es discriminado, oprimido y excluido en nuestros hermanos y
hermanas de occidente; en los campesinos sin tierra de América Latina, en los
desempleados de las grandes ciudades de nuestros países, en las poblaciones
originarias expulsadas de sus posesiones, en las víctimas tanto de la guerrilla
como de los gobiernos dictatoriales, en las personas que viven en las calles de
nuestras ciudades, en los enfermos de sida, en los adolescentes y jóvenes
adictos, en las poblaciones gltb, en los afrodescendientes empobrecidos.
La Iglesia de Jesucristo no
puede permanecer adorando en el templo de material, sin comprometerse con el
Dios que adora, presente plenamente en el templo del hermano o hermana,
vulnerado en sus derechos y su dignidad.
El relato evangélico, hoy
nos desafía a seguir los pasos escandalosos y revolucionarios de Jesús, que si
bien nos invita a aclamar a Dios y su reinado, también nos invita a trabajar
para que ese reinado sea posible hoy, aquí y ahora.
Buena semana santa para
todos y todas. +Julio.
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