Los testigos mesiánicos - Lucas 2,22-40: Purificación de María y presentación de Jesús
Sabemos que los relatos de
la infancia no son relatos históricos sino teológicos. También sabemos, que los
dos evangelistas que dedican algunos capítulos de sus escritos a la infancia de
Jesús, son Mateo y Lucas y que los relatos en ambos no son coincidentes. Sin
embargo, lo importante es rescatar el mensaje que cada escritor sagrado, quiere
transmitir a su audiencia.
El relato que se nos
presenta para la reflexión en el día de hoy, muchísimas biblias lo titulan
“Jesús presentado en el templo”; pero lo importante es verdaderamente otra
cosa. En esa escena del Templo, aparecen dos personajes avanzados en edad, el
anciano Simeón y la profetiza Ana, ellos son los testigos del bebé que estaba
siendo presentado a Dios.
1. El texto en su contexto:
El
rito de purificación de María y la presentación del primogénito a Dios, dos
leyes del judaísmo (versículos 22-24).
El relato comienza situando
a la familia de Jesús en el Templo de Jerusalén para cumplir con el mandato de
la Ley de Moisés (versículo 22 cf Levítico 12,1-6). Después de dar a luz, las
mujeres quedaban ritualmente impuras hasta la circuncisión del niño y permanecía
en reclusión hasta los cuarenta días, momento en que ofrecía en el Templo, un
sacrificio por su purificación.
En ciudad de Jerusalén, sede
del poder político y religioso, se encontraba el Templo. Se encontraba a unos
ocho kilómetros al norte de Belén, donde se sitúa el nacimiento de Jesús.
Este versículo aporta otro
dato significativo: aprovechando la oportunidad de la purificación ritual de
María, presentan a Jesús en el Templo, cumpliendo con otra Ley de Moisés (versículo
23 cf. Éxodo 13,2.12.15; Números 3,46-48; 1 Samuel 1,22-24) entregando al
sacerdote cinco siclos de plata (Números 18,16).
El rito de purificación,
consistía en el sacrificio de un cordero de un año como holocausto y un
pichón o una tórtola como ofrenda
(Levítico 12,6). Pero a quienes eran pobres, la Ley permitía ofrecer dos
pichones o dos tórtolas, una como holocausto y otra como sacrificio (Levitico
12,8). El versículo 24 aporta otro dato significativo: la familia de Jesús era
pobre, ya que no ofreció el cordero.
El
anciano Simeón da testimonio de Jesús (versículos 25-35).
El encuentro entre Simeón y
la familia de Jesús ocurre, sin lugar a dudas, en el Patio de las Mujeres, el
espacio hasta el que podían entrar las mujeres en el Templo.
Con Jesús inicia el período
de consolación y restauración para todo Israel; es decir: la era mesiánica
(versículo 25 cf Isaías 40,1-2; 49,13; 51,3; 52,9; 57,18; 61,2; Mateo 5,4). La
presencia del Espíritu Santo con Simeón, lo asocia a la corriente profética de
Israel que se había interrumpido con el último de los profetas: Malaquías,
aproximadamente en el año 425 aC, pero que se derrama al inicio de la era
mesiánica.
La profecía de Simeón
(versículos 29-32) se ha transformado en un hermoso cántico que la Iglesia de
la antigüedad llamó en lengua latina: “Nunc Dimittis”, haciendo referencia a
parte del versículo 29: “ahora despide”; reflejando la actitud piadosa de parte
del pueblo israelita (cf Génesis 46,39; Isaías 42,6; 49,6) que esperaba el
cumplimiento de las promesas mesiánicas (Isaías 7,14: Emanuel, Dios con
nosotros y entre nosotros es asociado al nombre del niño Jesús, que significa:
Yahveh Salva). En esta alabanza de Simeón, Lucas deja planteado uno de los
temas centrales de su evangelio: el comienzo de la era mesiánica, mediante la
misión universal de Jesús, para el judaísmo (Isaías 46,13) y el paganismo
(Isaías 40,5; 42,6; 49,6; 52,10).
Al bendecir Simeón a Jesús
(versículos 34-35) lo presenta como señal de contradicción y es que su llegada
produce la división de Israel. En esta división, el poder religioso se opondrá
al Mesías. El dolor de María, la madre de Jesús, seguramente está asociado al
sufrimiento de Jesús (Jueces 5,28) por esta incomprensión.
La
profetiza Ana da testimonio de Jesús (versículos 36-38).
Las profetizas han estado
presente, tanto en la historia de Israel (Éxodo 15,20; 2 Reyes 22,14) como en
la Iglesia de la antigüedad (Hechos n21,9; 1 Corintios 11,5); mencionar la
genealogía de la profetiza Ana (versículo 36) tenía como propósito enfatizar
que provenía de una familia judía reconocida.
Tanto la cultura judía como
la grecorromana, consideraban mujeres piadosas a las viudas que nunca se
volvían a casar. Lucas presenta en la profetiza Ana, aspectos de dos mujeres
importantes del Antiguo Testamento: el nombre, Ana (Tobías 1,9), es el mismo
nombre que se usa en 1 Samuel1,2; y la edad, si sumamos los dos datos que nos
proporciona el texto, siete años de casada y ochenta y cuatro de viuda y la
edad promedio en que se casaban las adolescentes en Israel: catorce, se podría
considerar que la anciana profetiza tenía 105 años, igual que Judit.
El
retorno a Nazaret (versículos 39-40)
Lucas se esfuerza por
demostrar que la familia de Jesús eran completamente fieles a lo que mandaba la
Ley de Moisés (versículo 39) y que el Mesías del que dieron testimonio en el
Templo, Simeón y Ana, se traslada del espacio sagrado (= el Templo en la ciudad
Santa de Jerusalén) al espacio profano (= Nazaret de Galilea) donde se prepara
para su misión, que nuevamente lo llevará al Templo y la ciudad Santa, donde
será ejecutado por el imperio romano a pedido del poder religioso.
2. El texto en nuestro contexto:
¿Qué nos propone el texto
bíblico?
Cuando pareciera que la
esperanza se agotó, resurge con fuerza y vitalidad de donde menos se la espera.
Dos personas ancianas, finalizando ya sus vidas, descubren y revelan la acción
de Dios en la historia del pueblo.
Cuando todo transcurre en
una monótona “normalidad” donde se han naturalizado las situaciones de opresión
e injusticia, surge la esperanza del cambio y la transformación, de la
liberación y la restauración de los derechos y la dignidad. Dos personas
ancianas, anuncian el inicio de la era mesiánica.
Cuando el espíritu profético
hacía siglos se había silenciado y la desesperanza reinaba, se reaviva la
esperanza en las promesas de Dios. Dos ancianos encienden la esperanza de que
la transformación es posible.
El relato bíblico nos
desafía a imitar a Simeón y Ana, escuchando la voz de Dios que se pronuncia en
nuestro tiempo; a construir la esperanza en un cambio profundo y radical,
transformando las estructuras injustas de nuestra sociedad y nuestra cultura; a
dar testimonio de que en la fragilidad de Jesús, encontramos la fortaleza para
emprender los cambios necesarios, para que los derechos y la dignidad se
restablezcan en aquellas personas que fueron o son vulneradas.
Hay personas que esperan ser
liberadas de la discriminación, la exclusión, la culpabilización, los
ritualismos y fundamentalismos religiosos, la opresión y tantos otros medios
que vulneran sus derechos y su dignidad. Diversidad Cristiana, Dios te envía a
profetizar, anunciando el tiempo de justicia e inclusión para todas las
personas, en todos los lugares. Eso será señal de contradicción, unos te aceptarán
y otros te combatirán, pero Dios hará su obra.
Buena semana a todos y
todas.
+Julio, obispo de Diversidad
Cristiana – Iglesia Antigua.
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