Una vez más, Jesús nos escandaliza haciendo vacilar nuestra mediocre experiencia de fe cristiana (Lucas 17,11-19)
1.
El texto en su contexto:
Jesús iba de camino a
Jerusalén. El evangelista Lucas relata este trayecto de Jesús (9,51 – 19,27)
como la etapa en que consolida su ministerio, próxima al fin de su vida (9,51).
Para ello, era necesario que atravesara primeramente Galilea y luego Samaría
(versículo 11).
En ese trayecto, llega a una
aldea donde le salen al encuentro diez leprosos (versículo 12). Además de la
lepra propiamente dicha, en la cultura de Jesús, se ponía bajo esta categoría a
otras enfermedades de la piel. La persona enferma era considerada ritualmente
impura, por lo tanto, la sanación significaba limpiarla y dejarla apta para la
participación cúltica (Levítico 13 – 14; 2 Reyes 5; Mateo 8,2-3; 10,8; 11,5;
26,6; Lucas 4,27; 17,11-19). Estas personas enfermas, ritualmente impuras y por
tanto imposibilitadas de participar de la vida comunitaria y de la celebración
cúltica como experiencia de fe, se quedan a distancia pidiendo a Jesús la
sanación (versículo 13). Por ser ritualmente impuros debían alejarse del
contacto con otras personas, tal vez por eso Lucas narra que se quedan a
distancia.
Al verlos, Jesús les envía a
presentarse a los sacerdotes (versículo 14, cf Levítico 14,1-32). De camino
quedan sanos, pero únicamente uno regresa ante Jesús (versículos 15 – 16). Este
hombre no era de Galilea ni de Jerusalén, era de Samaría. Nuevamente, con fina
ironía vuelve a escandalizar a su audiencia, poniendo a un samaritano, a quien
el sistema religioso consideraba extranjero y prácticamente pagano, como
ejemplo (versículo 17 - 18; cf Lucas 10, 25-37).
Jesús reafirma, que Dios es
inclusivo y que cualquier persona por la fe, puede experimentar la sanación, la
liberación, la dignificación, la inclusión (versículo 19). Un mensaje
verdaderamente escandaloso para el sistema religioso que separaba a las
personas en puras y no puras, justas y pecadoras, salvas y condenadas. Un
mensaje verdaderamente escandaloso para un sistema religioso que priorizaba los
rituales sobre la experiencia de fe de las personas.
2.
El texto en nuestro contexto.
La Iglesia de Jesús es el
lugar del encuentro gozoso entre Dios y las personas discriminadas y excluidas
por los sistemas religiosos sin importar cual sea;
La Iglesia de Jesús es el
lugar donde todas las personas somos iguales en dignidad y derechos. La única
diferencia válida son los dones que Dios pone en cada persona para el servicio
comunitario.
En la Iglesia de Jesús, no
hay lugar para el prejuicio, la discriminación, la exclusión, la subestimación.
Muchas personas que se
llaman cristianas, en nuestras Iglesias se consideran superiores, mejores,
capaces, justas, inteligentes, aptas, sanas, limpias. Pero la realidad eclesial
es otra “Dios ha elegido a la gente despreciada y sin importancia de este
mundo, es decir, a los que no son nada, para avergonzar a los que son algo” (1
Corintios 1,28).
Únicamente cuando nos
reconozcamos, personas necesitadas de la gracia sanadora de Dios y nos pongamos
en camino junto a otras personas, con iguales o diferentes limitaciones a las
nuestras, mediados por la experiencia comunitaria, Dios actuará en nuestras
vidas sanando y liberando.
El mensaje de Jesús,
nuevamente cuestiona nuestra mediocridad cristiana. Ser parte del Reino de
Dios, no es personas que oran, personas que participan en las celebraciones
cúlticas, personas que ayudan a otras. Esto también lo hace mucha gente que no
es cristiana. Ser parte del Reino de Dios, es aceptar a quien es diferente,
incluir a quien está en situación de exclusión, dignificar a quien tiene sus
derechos vulnerados, amar a quienes el sistema religioso y social subestiman;
porque “Dios no hace diferencia entre las personas” (Hechos 10,34).
Buena semana para todos y
todas.
+Julio, obispo de Diversidad
Cristiana.
28º Domingo del Tiempo de la
Iglesia.
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