Una comunidad cristiana que no da testimonio de Jesús y no se siente enviada al mundo, no tiene al Espíritu Santo.

Reflexión semanal: Una comunidad cristiana que no da testimonio de Jesús y no se siente enviada al mundo, no tiene al Espíritu Santo.



“Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: “¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! A él me refería yo cuando dije: ‘Después de mí viene uno que es más importante que yo, porque existía antes que yo.’ Yo mismo no sabía quién era; pero he venido bautizando con agua precisamente para que el pueblo de Israel lo conozca.”

Juan también declaró: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él. Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo.’ Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios.” (Jn. 1, 29-34: Versión Biblia de Estudio Dios Habla Hoy).


Juan el Bautista da testimonio de Jesús.

Esta versión bíblica traduce el final de la perícopa como “es el Hijo de Dios”, pero otras traducciones finalizan con “es el elegido de Dios”, a manera de ejemplo: la Biblia Latinoamericana y la Biblia de Jerusalén. Por lo tanto, es incorrecto utilizar este texto para afirmar la divinidad de Jesucristo. Esa no era la intención del testimonio que da el Bautista, ni la del autor del Evangelio. La designación “Hijo de Dios” no tiene que ver con la filiación divina sino que es una categoría para designar a una persona elegida por Dios, como prueban muchos textos bíblicos (2Sam. 7,14; Sab. 5,5; Za 12,10). Es necesario quitar a esta afirmación toda la carga dogmática, para poder leer el texto en su verdadero contexto, y no forzarlo a decir lo que su autor nunca pretendió decir.

El testimonio de Juan el Bautista: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él”, va en la misma línea del testimonio que el propio Jesús da sobre sí, aplicándose el texto del profeta Isaías. : “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor.” (Lc. 4,18-19).

La presencia del Espíritu Santo, al inicio de la vida pública de Jesús, está directamente relacionada a su actividad profética. El Espíritu Santo, es quien guía la misión de Jesús al pueblo de Israel (Lc. 4,14) así como el Espíritu Santo es quien guía la misión de la Iglesia al mundo (Hch 2,1-36).

El evangelio de hoy, entonces, plantea dos grandes temas: el testimonio y la misión. Temas esenciales para la Iglesia. Una comunidad cristiana que no da testimonio de Jesús y no se siente enviada al mundo, no tiene al Espíritu Santo.

El testimonio sobre Jesús, que damos las comunidades cristianas a la sociedad y la cultura, tiene que ser claro y contundente. Jesús no es una opción entre muchas otras. Es el “Elegido de Dios” (Jn. 1,34). Dirá de sí mismo más adelante: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn.14,6).

Jesús no es un camino entre otros. Es el único Camino por el que llegamos a ese Misterio Indecible que llamamos “Otro Dios posible”, más allá de ritos, de fórmulas, de religiones. Seguir las palabras y los gestos de Jesús, es caminar hacia esa “otra civilización posible” donde la solidaridad y la justicia ya son una realidad.

Jesús no es una verdad entre otras. Es la única Verdad posible por la que descubrimos ese Misterio Indecible que llamamos Dios: “Yo y el Padre somos uno” (Jn. 10,30) y “Si me conocen a mí conocen también a mi Padre” (Jn. 14,7). Como afirman muchos teólogos, Jesús es el rostro humano de Dios. El mismo dirá más adelante “quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn. 14,9).

Jesús no es una forma de vida entre otras. Es la única Vida que comunica dignidad, abundancia y plenitud a las personas: El mismo afirma: “Yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10).

La misión tiene que ser clara y contundente. La Iglesia recibe su misión de Jesús y es continuar su obra en el mundo: anunciar buenas noticias a las personas vulneradas en sus derechos y su dignidad; contribuir con los procesos de liberación de la humanidad; trabajar para que otro mundo, con justicia y solidaridad, sea posible (cf. Lc. 4,18-19).

Entonces, las señales para reconocer que una Iglesia es portadora del Espíritu Santo son dos

- no lo que dice sobre sí misma, sino lo que dice de Jesús a la sociedad y la cultura,

- no como y cuando rinde culto a Dios, sino cuan comprometida está con los derechos y la dignidad de las personas discriminadas y excluidas en su entorno socio cultural.

Buena semana para todas y todos.-

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Dibujo de Cerezo tomado de Koinonìa.

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