Jesús manifiesta la ética del discipulado




4º Domingo del Tiempo de la Manifestación de Dios a todos los pueblos.
Ciclo A – Mt 5,1-12
Jesús manifiesta la ética del discipulado


1.     El texto en su contexto:

El Sermón de la Montaña manifiesta al nuevo Moisés, Jesús Mesías, que realiza la nueva alianza, con el nuevo pueblo de Dios, la multitud de personas (5,1) que le sigue y le escucha (4,25). Todo el sermón es como el “estatuto” o la “constitución” del pueblo de la nueva alianza que aunque pequeño como el grano de mostaza (13,31) pero llamado a crecer en medio de la humanidad, como la levadura en la masa (13,33), para ser luz para todos los hombres y las mujeres (5,14-16) manifestando que otro mundo es posible cuya modo de relacionarse es a través del amor y la solidaridad (Hch 4,32-37).

Luego de un prolongado silencio de siglos, en que el espíritu profético no se manifestaba en Israel, Jesús presenta su itinerario mesiánico comenzando con las bienaventuranzas (5,3-11). El silencio se rompe (Is 53,7; Ez 3,27; Sal 78,2) con la proclamación de ocho bienaventuranzas que son como la síntesis del mensaje mesiánico. A diferencia de Moisés, Jesús no entra mandamientos a su pueblo sino enunciados de valor donde liga la felicidad humana a exigencias y promesas. Muchas veces se han visto en las bienaventuranzas de Mateo, una espiritualización del mensaje de Jesús: “los pobres de espíritu” por ejemplo. Nada más lejos de espiritualizar el mensaje. Los ricos, los poderosos jamás tendrán la actitud de “los pobres e Yahveh” (= anawin o “pobres de la tierra”).  Según Mateo, la felicidad humana no estaría tanto en el ejercicio de estos valores propuestos por Jesús Mesías sino en las consecuencias del ejercicio.

La manifestación del Reinado de Dios se expresa a través del consuelo (Is 40,1) de la misericordia (Ex 34,6) y la presencia divina (Sal 11,7; 17,15; 63,3) para quienes hace sus hijos e hijas (Dt 14,1; Os 2,1). ¿Quiénes?

Las personas que tienen un corazón similar a los corazones de “los pobres de la tierra” (5,3 cf 1Sam 2,8; Sal 72,4.13). Las personas que se encuentran afligidas (5,4 cf Ex 3,17; Is 48,10). Las personas que son despojadas injustamente de la tierra y sus bienes (5,5, cf Sal 37,11). Las personas  que tienen un deseo intenso por la justicia, haciendo de ese deseo una necesidad profundamente sentida al punto de identificarla con el Reino mismo de Dios (5,6 cf Sal 42,2; 63,2). Las personas que imitando a Dios son misericordiosas y practican la misericordia (5,7 cf Prov 14,21; Sal 41,2). Las personas sinceras, honestas, transparentes, éticas (5,8 cf Sal 24,4; Prov 22,11). Las personas que buscan la paz, la paz entendida como el Shalom de Dios, es decir, paz con justicia, paz con transformación de estructuras opresoras (5,9 cf  Is 2,2-5). Las personas que son víctimas inocentes como consecuencia de su compromiso y trabajo por la justicia (5,10 cf 10,23; 23,34; Sab 2). Las personas que asumiendo el discipulado, comprometiéndose con la misión de Jesucristo, trabajando por la construcción del Reinado de Dios son perseguidas (5,11-12 cf 2Cr 36,16; Sal 44,23; 74,22; 1Pe 4,14).


2.     El texto en nuestro contexto:

En nuestro mundo globalizado, neoliberal, individualista, consumista, post moderno, este texto del Evangelio de Mateo nos cuestiona profundamente. Quienes afirmamos ser discípulas y discípulos de Jesucristo debiéramos reconocer nuestras limitaciones humanas que se transforman en distintos tipos de pobrezas (1Cor 1,26-31) comprometiéndonos radicalmente (Lc 9,62) con la paz, pero no una paz con personas vencidas, oprimidas, desplazadas, desposeídas, perseguidas. La paz que vive nuestro mundo, la paz que viven nuestros países no es la paz mesiánica, no es la paz que Jesús nos invita a construir. La paz desde la perspectiva bíblica necesariamente va acompañada de justicia, de equidad, de solidaridad. Mientras tengamos pueblos originarios desplazados de sus tierras, campesino y obreros explotados, personas en situación de calle, mujeres víctimas de violencia doméstica, trabajo infantil, iglesias condenando a las personas jamás tendremos paz.

Quienes afirmamos ser discípulos y discípulas de Jesucristo debiéramos practicar la misericordia como lo hace Dios, sin pedir nada a cambio (Lc 15,11-32), sin juzgar, sin condenar, sin demonizar a las personas porque son actúan diferente a nuestra expectativa, a nuestro modelo. La misericordia va acompañada necesariamente de la aceptación, de la inclusión sin importar nada más que la dignidad humana (Lc 10,25-37).

Para que el mensaje de Jesucristo que proclamamos a las mujeres y los hombres del siglo XXI sea creíble, necesariamente debemos ser personas que asumen el discipulado éticamente, comprometidamente y radicalmente. Seguramente, esta actitud nos acarreará conflictos con el sistema político y con el sistema religioso y sabemos que eso no es nuevo, le sucedió a los profetas, a Jesús, a la comunidad apostólica, a la Iglesia de los primeros siglos y a todas las personas que a lo largo del cristianismo se han comprometido con la causa de Jesús (5,11-12).

Bienaventuradas y bienaventurados ustedes que exponiéndose a situaciones riesgosas, construyen el Reinado de Dios en la historia de la humanidad promoviendo los valores mesiánicos frente al dogmatismo y tradiciones de los sistemas religiosos.

Buena semana para todos y todas +Julio.

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