Dios salva





Tiempo de la Encarnación
Domingo Primero.
Ciclo A – Lc 2,16-21

Iniciamos este año impartiendo la bendición de Dios a todos y todas, tal como nos fue mandado (Num 6,22-27):

"El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz".

Que cada uno y cada una de los miembros de nuestra Iglesia, nuestros amistades, nuestros lectores y lectoras reciban esta bendición.

En el marco de la reforma litúrgica que iniciara nuestra Iglesia el año pasado, el tiempo transcurrido entre las vísperas de Navidad y las vísperas del Miércoles de Ceniza lo llamamos Tiempo de la Encarnación y su eje de reflexión es la encarnación de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos (Ga 4,4-7), en la historia humana ; haciéndose en todo semejante a nosotros y nosotras (Heb 4,15); al decir del profeta Isaías: Emmanuel, que significa Dios con nosotros y nosotras, entre nosotros y nosotras (7,14 cf Mt 1,23).

Creer en la encarnación de Dios exige necesariamente aceptar que la naturaleza humana fue asumida por Dios; la totalidad de la naturaleza humana no la parte buena, la parte santa, la parte justa. Dios se encarnó (Jn 1,14) haciéndose uno de tantos (Fi 2,7), es decir, asumió la totalidad y la diversidad de la humanidad. Y esto es una buena noticia para las personas discriminadas y excluidas. Dios se hizo uno de ellos. Es más, les eligió preferentemente para ser uno de ellos y ellas, uno entre ellos y ellas (Mt 25,31-46).

La Iglesia, necesariamente debe seguir el ejemplo de Aquel que es su fundamento (1Co 3,11), su Maestro y su Señor (Jn 13,13) encarnándose en la vida de la sociedad contemporánea. Únicamente, cuando la Iglesia sea parte de la vida de aquellas personas que son discriminadas y excluidas, vulneradas en sus derechos y su dignidad, será capaz de liberar y de liberarse, de sanar y de sanarse.

Estamos llamados y llamadas a formar parte de una Iglesia capacitada para el diálogo y el encuentro con la sociedad contemporánea, enviada al servicio de las personas y los colectivos vulnerados en sus derechos y su dignidad. Este desafío solo es posible, si seguimos al Señor que la envía.

Es necesario poner fin, de una vez por todas, a la iglesia moralista, inquisidora, poseedora de la verdad, administradora de la salvación humana. La Iglesia está integrada por personas que no somos perfectas. La Iglesia es Madre pero como tal se equivoca. ¿Quién puede afirmar: “mi madre jamás se equivocó”, es más, quien puede afirmar: “yo como madre no me equivoco”?


Hoy, primero de enero, recordamos en la liturgia, la circuncisión de Jesús y su santo nombre.

Relatan los Evangelios que María y José, cumpliendo lo establecido por la Ley de Moisés circuncidaron al niño al octavo día y le pusieron por nombre Jesús (Lc 2,21). El rito de la circuncisión era el signo de pertenecer al pueblo elegido, la visualización en la carne humana de la alianza entre Dios y los patriarcas. José y María, en cuanto judíos y practicantes de la religión de su pueblo cumplieron con lo establecido y por medio de la circuncisión, Jesús pasó a formar parte del pueblo depositario de las promesas de Dios. La asignación del nombre Jesús, es muy significativa. En un tiempo, en el que pueblo judío estaba sometido al poder del imperio romano, en que el sumo sacerdocio era más un cargo político que religioso y que necesitaba la venia política para el nombramiento, donde la ciudad santa de Jerusalén y el Templo eran custodiados desde la fortaleza Antonia, un territorio donde las personas excluidas aumentaban a pasos agigantados bajo la opresión de los poderosos, llamar a un recién nacido Jesús, que significa “Salvación” o “Dios salva” no es poca cosa.

Es clara la esperanza de José y María al ponerle nombre a su hijo en ese contexto de opresión y sometimiento. Este gesto es hacer presente el espíritu profético que se había silenciado, al parecer apagado por aquellos tiempos. Dios salva, es la chispa capaz de reavivar la esperanza de los oprimidos, de los vencidos, de los explotados. Por su experiencia sabían, que ni el imperio, ni el ejército, ni el templo, ni los políticos, ni los poderosos les sacarían de la situación de injusticia y vulneración en que se encontraban. Toda esperanza en acciones humana había desaparecido, solo Dios, al igual que siglos atrás, podría escuchar el clamor de su pueblo y enviar un Liberador (Ex 3,7-9).

En nuestros contextos, miles de personas sometidas a situaciones inhumanas, vulneradas en sus derechos fundamentales y en su dignidad claman justicia y solidaridad y Dios las escucha. Nosotras y nosotros, la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana damos testimonio de que Dios escuchó su clamor y les respondió. Lo hizo, primeramente en la persona de Jesucristo que vino a salvar (Lc 19,10) trayendo la buena noticia de la liberación a todos y todas (Lc 4,18-21). Lo continúa haciendo, en las iglesias que fieles a las enseñanzas del Maestro trabajan en la construcción de otro mundo posible.

Jesús es la razón de nuestra esperanza (1Pe 3,15) por eso, en su nombre liberamos y dignificamos (Hch 3,6); queremos ser el instrumento por el cual Dios salva a las personas que el sistema político y religioso contemporáneo oprime, discrimina, excluye, silencia, invisibiliza, deshumaniza y culpabiliza, vulnerando sus derechos y su dignidad.

Reafirmamos una vez más, que a la encarnación de Dios en la humanidad corresponde la encarnación de la Iglesia en la sociedad. El santo nombre de Jesús, es el mensaje para quienes a nadie interesan: Dios salva, Dios continúa salvando, Dios seguirá salvando en la persona y en el mensaje de Jesús a través de una iglesia comprometida y solidarida.

Bendecido año 2017.
Buena semana para todos y todas.
+ Julio.

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