Los signos del reinado de Dios irrumpiendo en la historia humana
8º Domingo después de Pentecostés.
Mc 6,6-16
1.
El
texto en su contexto:
Jesús regresó a Nazaret
(6,1) y desde allí continuó su actividad misionera recorriendo aldeas cercanas
(vesículo 6).
El centro de la predicación
de Jesús es el acercamiento del reinado de Dios (1,15) que se comunica
gratuitamente (Mt 10,8) manifestando la paternidad divina (14,36). Una
paternidad universal, alcanzando a todos los seres humanos, en todas partes y
en todos los tiempos, pero que sin lugar a dudas privilegia a quienes más
necesitan dicha paternidad por su situación de vulnerabilidad. De ahí la
urgencia de Jesús por devolver derechos y dignidad a aquellas personas que se
encontraban postergadas, en una sociedad tan desigual, como lo era en aquel entonces.
Las acciones de Jesús hacen
presente el Reinado de Dios en la historia del pueblo y de la humanidad. Toda la audiencia de Jesús sabían de qué estaba hablando cuando
anunciaba la Buena Noticia del Reinado de Dios, sin embargo se encargó de
purificar la idea y reinterpretarla.
Estas acciones de Jesús,
manifiestan la irrupción del Reinado de Dios en la historia humana, anunciada
en el profeta Isaías (26,9; 29,18; 35,5-6; 42,7; 61,1); es la manifestación de
la misericordia divina (Mt 9,12; 21,28-32; 22,1-10; Lc 7,36-50; 15; 18,9-14) y
del poder divino en la limitación humana (Mt 11,6) vendando heridas (Is 30,26),
sanando y conduciendo al pueblo (Is 57,18).
Estas
acciones de Jesús, manifiestan, también, la liberación y reunificación del
Pueblo de Dios; es decir que realiza los milagros como signo de la liberación
de personas concretas y de la humanidad creyente y de la inclusión en la
comunidad mesiánica de aquellas personas que fueron excluidas: cura al
endemoniado de Cafarnaúm (Mc. 1,21-28), a la suegra de Pedro (Mc. 1,29-31),
realiza numerosas curaciones y expulsiones de demonios (Mc. 1,32-34), cura a un
leproso en Galilea (Mc. 1,40-45), a un paralítico en Cafarnaúm (Mc. 2,1-12), en
la sinagoga a un hombre con la mano paralizada (Mc. 3,1-6), expulsa los demonios
de un hombre en Gerasa (Mc. 5,1-20), cura a una mujer que padecía hemorragias
(Mc. 5,21-34), resucita a la hija de Jairo (Mc. 5,35-43), realiza numerosas
curaciones en Genesaret (Mc. 6,53-56), cura a la hija de una mujer en Tiro (Mc.
7,24-30) y a un sordo mudo en Decápolis (Mc. 7,31-37), a un ciego en Betsaida
(Mc. 8,22-26), a un hombre epiléptico (Mc. 9,14-29) y al ciego de Jericó (Mc.
10,46-52). Estos signos nos remiten directamente a la imagen de un nuevo éxodo
de personas elegidas, liberadas y convocadas a formar un nuevo pueblo de Dios
bajo la figura de un nuevo Moisés (Dt. 18,15-19): la comunidad escatológica en
la que Jesús se empeña en formar, reuniendo y restaurando a Israel (Is.
61,1-9). Los milagros son la nueva creación de Dios, una creación reconciliada
y que da testimonio de la escatología (Mt. 7,24; 9, 6-8).
Estas
acciones de Jesús, manifiestan el triunfo de Dios sobre el mal; los milagros
son los signos de la irrupción del Reinado de Dios en la historia y la derrota
del mal (Mt. 12,28) y no sólo tienen que ver con aspectos espirituales sino con
la liberación integral del ser humano en su totalidad y en todas sus
dimensiones como ser bio-psico- social-cultural (Mc. 1,32-34; 5,1-20). Los
signos obrados por Jesús son el establecimiento de un nuevo pacto entre Dios y
la Humanidad representada en el Pueblo de Dios (Mt. 11,5-6).
Los doce estaban con Él en
Nazaret. Jesús los llamó y los envió de dos en dos (versículo 7). Su misión era
hacer presente los signos del reinado de Dios en medio del pueblo (versículos
12-13), algo que ya habían visto y oído junto a Jesús.
2. El texto en nuestro contexto:
Las comunidades eclesiales
somos enviadas, como los apóstoles, a continuar la obra de Jesucristo. También
nuestra sociedad es desigual y para esta sociedad del siglo XXI tenemos la
misma noticia de aquella época:
-
Dios irrumpe en la historia humana haciéndose
Dios con nosotros y nosotras y entre
nosotros y nosotras, Emanuel (Is 7,14; Jn 1,14),
-
Dios libera e incluye en una comunidad de
iguales, restituyendo derechos y dignidad a todas personas, en todos los
lugares (Dt 18,15-19; Is 61,1-9),
-
Dios derrota el mal en todas sus formas de
expresión, la injusticia, la insolidaridad, la invisibilidad, la
deshumanización, la discriminación, la exclusión, la opresión (Lc 4,18-21).
Las comunidades eclesiales
somos enviadas, como los apóstoles, a continuar trabajando por una comunidad de
iguales. Jesucristo llamó a la gente al
discipulado, de los más diversos sectores de la sociedad y cultura formando
desde la diversidad una comunidad de iguales (Mc. 1,16-20; 2,13-14; 3,13-19).
En el círculo de la primera comunidad hubo publicanos (colaboracionistas con el
ejército de ocupación) y zelotes (revolucionarios violentos enfrentados a
Roma), personas pobres y ricas, provenientes del campo y residentes en las
ciudades, de Galilea y de Jerusalén, empresarios (comerciantes y pescadores) e
integrantes del Sanedrín. La Iglesia del siglo XXI está llamada a derribar los
escalones que durante siglos hemos construido para colocar a unas personas
sobre otras; es necesario volver a las raíces de la comunidad apostólica, como
Jesucristo, tenemos el desafío de purificar la idea del Reinado de Dios, en
nuestro sociedad y cultura contemporáneas y reinterpretarla, para que la Buena
Noticia sea entendible a la gente de nuestro tiempo.
Buena
semana a todos y todas. +Julio.
Comentarios
Publicar un comentario