Estudio Bíblico Mt 11,28-30 (sexta parte)
3.2.
Concordancia:
En este punto, recurrimos a las concordancias en las
Sagradas Escrituras, con la finalidad de encontrar el sentido que tienen en su
contexto, algunas palabras que dan el contenido al mensaje originario. En este
punto profundizamos en las siguientes concordancias:
-
personas fatigadas, sobrecargadas, agobiadas, cansadas;
-
yugo – carga;
-
persona mansa – paciente – humilde – justa;
-
descanso.
3.2.1.Primera
concordancia: personas fatigadas – sobrecargadas – agobiadas y cansadas en las
Escrituras:
Las Escrituras Hebreas, el
Antiguo Testamento, revelan una opción preferencia de YHWH por las siguientes
categorías del pueblo:
Am. 2,6-7: “Así dice el Señor: “Los de Israel han
cometido tantas maldades que no dejaré de castigarlos; pues venden al inocente
por dinero y al pobre por un par de sandalias. Oprimen y humillan a los pobres,
y se niegan a hacer justicia a los humildes”
Jr. 30,12-13: “El Señor dice: “Tu herida es incurable, tu
mal no tiene remedio. No hay quien se ocupe de ti; no hay quien te cure las
heridas, y no tienes curación”.
Is. 11,4: “Juzgará con justicia a los débiles y
defenderá los derechos de los pobres del país. Sus palabras serán como una vara
para castigar al violento, y con el soplo de su boca hará morir al malvado”.
Las autoridades debían cuidar
de ellas:
Dt. 1,16-17: “Al mismo tiempo les di a sus jueces las
siguientes instrucciones: ‘Atiendan a todos y háganles justicia, tanto a sus
compatriotas como a los extranjeros; y al dictar sentencia, no hagan
ninguna distinción de personas: atiendan tanto a los humildes como a los
poderosos, sin tenerle miedo a nadie, porque el juicio es de Dios”.
Sal. 72,12-14: Pues él salvará al pobre que suplica y al
necesitado que no tiene quien lo ayude. Tendrá compasión de los humildes y
salvará la vida a los pobres. Los salvará de la opresión y la violencia, pues
sus vidas le son de gran valor.
Is. 10,1-2: ¡Ay de ustedes, que dictan leyes injustas y
publican decretos intolerables, que no hacen justicia a los débiles ni
reconocen los derechos de los pobres de mi pueblo, que explotan a las viudas y
roban a los huérfanos!
A la gran mayoría del pueblo
empobrecido, le resultaba una carga pesada los impuestos, que siempre
terminaban afectando a las personas vulnerables. A lo largo de la historia de
Israel, hubieron distintas formas. En tiempos de los jueces no había ejército
ni corte, por lo tanto la carga tributaria no era tan pesada, se entregaban el
diezmo y las ofrendas para el mantenimiento del sacerdocio y los levitas
disfrutaban de las tierras que les habían sido entregadas; esta etapa de la
historia de Israel fue añorada por las distintas corrientes renovadoras. En
tiempo de los reyes los recursos que se manejaban provenían de distintas
fuentes, ya que había una mayor exigencia de recaudación porque debía
financiarse al ejército y a la corte, por lo tanto, surgen impuestos en
especies (1 Re 4,7-28 cf Am 7,1), contribuciones especiales a la accesión de un
rey, la accesión es un modo de adquirir la propiedad y un derecho que se atribuye
al propietario del suelo (1 Sam 10,27) o impuestos especiales en períodos de
guerra (1Sam 16,20; 17,18), impuestos a los pueblos sometidos en la guerra (2
Sam 8,6.14; 1 Re 10,15; 2 Re 3,4; Jue1,28-30) y levas, es decir, reclutamiento
obligatorio para servir en el ejército (1 Re 9,20-22). Con el rey David no hubo
una carga tributaria pesada, repartió a los hombres capaces de ir a la guerra
en doce grupos de veinticuatro mil cada uno y estos debían servir un mes al año
(1 Cro 27,1), en cambio con el rey Salomón la carga tributaria fue
excesivamente pesada, no solo para mantener el ejército y la corte, sino las
obras que se emprendieron (1 Re 12,4). Pero también, cuando Israel era sometido
por otro reino, el pueblo era obligado a pagar tributo y financiar gastos de su
propio gobierno cf Diccionario Bíblico –en bibliografía- y Mesters C: “Con
Jesús a contramano en defensa de la Vida” –en bibliografía.
La situación no era fácil para las personas
necesitadas, empobrecidas y en situación de miseria, integrantes del pueblo oprimido,
doblegadas y hambrientas, explotadas laboralmente, exiliadas e inmigrantes,
huérfanas y viudas, agobiadas por los impuestos al imperio y los tributos al
templo, afligidas por el poder de personas poderosas, malvadas y ricas de la
ciudad, los textos que siguen a continuación nos brindan un panorama al
respecto:
Dt. 14,28-29: “Cada tres años deberán ustedes apartar la
décima parte de su cosecha del año, y almacenarla en su ciudad, para
que cuando vengan los levitas, a quienes no les ha tocado tener su propia
tierra, o los extranjeros que viven entre ustedes, o los huérfanos y las
viudas, puedan comer hasta quedar satisfechos. Así el Señor su Dios los
bendecirá en todo lo que hagan”.
Es importante diferenciar
entre el diezmo para el mantenimiento del sacerdocio (Dt 12,5-6), en el caso
del versículo que acabamos de citar es para las prácticas de justicia social
(cf Dt 15,4; 26,12-15).
Dt. 15,11: “Nunca dejará de haber necesitados en la
tierra, y por eso yo te mando que seas generoso con aquellos compatriotas tuyos
que sufran pobreza y miseria en tu país” (cf Mt 26,11; Mc 14,7; Jn 12,8).
Dt. 24,17-18: “No cometan ninguna injusticia con los
extranjeros ni con los huérfanos, ni tampoco tomen en prenda la ropa de las
viudas. No olviden que ustedes fueron esclavos en Egipto, y que el
Señor su Dios los sacó de allí; por eso les ordeno que cumplan todo esto”
(cf Ex. 22,21; 23,9; Lv.
19,33-34; Dt. 24,17-18; 27,19).
Ester 9,20-22: “Mardoqueo puso por escrito estos
acontecimientos, y envió cartas a todos los judíos que habitaban en las
provincias del reino de Asuero, tanto cercanas como lejanas, ordenándoles
que cada año celebraran los días catorce y quince del mes de Adar como
los días en que los judíos se deshicieron de sus enemigos, y como el mes en que la tristeza y los gritos
de dolor se cambiaron para ellos en alegría y fiesta. Estos días deberían
celebrarse con banquetes y alegría, haciéndose regalos unos a otros y dando
limosnas a los pobres”.
2Sam. 12,1-4: “El Señor envió al profeta Natán a ver a
David. Cuando Natán se presentó ante él, le dijo: —En una ciudad había dos
hombres. Uno era rico y el otro pobre. El rico tenía gran cantidad
de ovejas y vacas, pero el pobre no tenía más que una ovejita que
había comprado. Y él mismo la crió, y la ovejita creció en compañía suya y de
sus hijos; comía de su misma comida, bebía en su mismo vaso y dormía en su
pecho. ¡Aquel hombre la quería como a una hija! Un día, un viajero
llegó a visitar al hombre rico; pero este no quiso tomar ninguna de sus ovejas
o vacas para preparar comida a su visitante, sino que le quitó al hombre pobre
su ovejita y la preparó para dársela al que había llegado”.
2Re. 25,11-12: “Luego Nebuzaradán llevó desterrados a
Babilonia tanto a los que aún quedaban en la ciudad como a los que se habían
puesto del lado del rey de Babilonia, y al resto de los artesanos. Solo
dejó a algunos de entre la gente más pobre, para que cultivaran los viñedos y
los campos” (cf Sab 15,4).
1Re. 17,8-24: “Entonces el Señor le dijo a Elías: “Levántate
y vete a la ciudad de Sarepta, en Sidón, y quédate a vivir allá. Ya le he
ordenado a una viuda que allí vive, que te dé de comer.” Elías se levantó y se
fue a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba
recogiendo leña. La llamó y le dijo: —Por favor, tráeme en un vaso un poco de
agua para beber. Ya iba ella a traérselo, cuando Elías la volvió a llamar y le
dijo: —Por favor, tráeme también un pedazo de pan. Ella le contestó: —Te juro
por el Señor tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No tengo más que un
puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una jarra, y ahora estaba
recogiendo un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para mí.
Comeremos, y después nos moriremos de hambre. Elías le respondió: —No tengas
miedo. Ve a preparar lo que has dicho. Pero primero, con la harina que tienes,
hazme una torta pequeña y tráemela, y haz después otras para ti y para tu hijo.
Porque el Señor, Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de
la tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor haga llover
sobre la tierra. La viuda fue e hizo lo que Elías le había ordenado. Y ella y
su hijo y Elías tuvieron comida para muchos días. No se acabó la
harina de la tinaja ni el aceite de la jarra, tal como el Señor lo había dicho
por medio de Elías. Algún tiempo después cayó enfermo el hijo de la viuda, y su
enfermedad fue gravísima, tanto que hasta dejó de respirar. Entonces
la viuda le dijo a Elías: —¿Qué tengo yo que ver contigo, hombre de Dios? ¿Has
venido a recordarme mis pecados y a hacer que mi hijo se muera? —Dame acá tu
hijo —le respondió él. Y tomándolo del regazo de la viuda, lo subió al cuarto
donde él estaba alojado y lo acostó sobre su cama. Luego clamó al
Señor en voz alta: “Señor y Dios mío, ¿también has de causar dolor a esta
viuda, en cuya casa estoy alojado, haciendo morir a su hijo?” Y en seguida se
tendió tres veces sobre el niño, y clamó al Señor en voz alta: “Señor y Dios
mío, ¡te ruego que devuelvas la vida a este niño!” El Señor atendió a los
ruegos de Elías, e hizo que el niño reviviera. Inmediatamente Elías
tomó al niño, lo bajó de su cuarto a la planta baja de la casa y lo entregó a
su madre, diciéndole: —¡Mira, tu hijo está vivo! Y la mujer le respondió:
—Ahora sé que realmente eres un hombre de Dios, y que lo que dices es la verdad
del Señor”.
Job 24,4-11: “Los malvados cambian los linderos de los
campos, roban ovejas para aumentar sus rebaños, despojan de sus animales a los
huérfanos y las viudas. Apartan a los pobres del camino, y la gente humilde
tiene que esconderse. Los pobres, como asnos salvajes del desierto, salen a
buscar con trabajo su comida, y del desierto sacan alimento para sus hijos. Van
a recoger espigas en campos ajenos o a rebuscar en los viñedos de los malos.
Pasan la noche sin nada con que cubrirse, sin nada que los proteja del frío. La
lluvia de las montañas los empapa, y se abrazan a las rocas en busca de
refugio. Les quitan a las viudas sus recién nacidos, y a los pobres les exigen
prendas. Los pobres andan casi desnudos, cargando trigo mientras se mueren de
hambre. Mueven las piedras del molino para sacar aceite; pisan las uvas para
hacer vino, y mientras tanto se mueren de sed” (cf. Prov. 14,31; 17,5; 19,4-7.17, Dt. 15,11).
Eclo. 13,20-24: “El orgulloso detesta al humilde, y el rico
detesta al pobre. Si el rico tropieza, sus amigos lo sostienen, pero si
tropieza el pobre, sus amigos lo empujan. Habla el rico, y muchos lo apoyan, y
aunque hable mal, les parece muy bien. Se equivoca el pobre, y se burlan de él,
y aunque hable con sensatez, nadie le hace caso. Habla el rico, y todos se
callan y ponen por las nubes su talento. Habla el pobre, y preguntan: “¿Quién
es ese?” Y si tropieza, todavía le dan un empujón. Buena es la riqueza
conseguida honradamente, y mala es la pobreza fruto del orgullo”
Am. 2,6-7: “Así dice el Señor: “Los de Israel han
cometido tantas maldades que no dejaré de castigarlos; pues venden al inocente
por dinero y al pobre por un par de sandalias. Oprimen y humillan a los pobres,
y se niegan a hacer justicia a los humildes” (cf Am 4,1).
YHWH toma partido por este
tipo de personas ante la falta de respuesta del sistema político y del sistema
religioso:
Dt. 10,18-19: “…él
es el Dios soberano, poderoso y terrible, que no hace distinciones ni se deja
comprar con regalos; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y
que ama y da alimento y vestido al extranjero que vive entre ustedes” (cf Ex. 22,22-24; Dt. 10,17-18; Sal. 68,5; 103,6;
146,9; Eclo 4,10; Lc. 1,53).
Ex. 22,21-24: “No maltrates ni oprimas al extranjero,
porque ustedes también fueron extranjeros en Egipto. “No maltrates a las viudas
ni a los huérfanos, porque si los maltratas y ellos me piden ayuda,
yo iré en su ayuda, y con gran furia, a golpe de espada, les quitaré
a ustedes la vida. Entonces quienes se quedarán viudas y huérfanos serán las
mujeres y los hijos de ustedes. “Si le prestas dinero a alguna persona pobre de
mi pueblo que viva contigo, no te portes con ella como un prestamista, ni le
cobres intereses”.
1Sam. 2,8; “Dios levanta del suelo al pobre y saca del
basurero al mendigo, para sentarlo entre grandes hombres y hacerle ocupar un
lugar de honor” (cf Sal. 34,6; 107,41; 109,31;
113,7)
Is. 9,3: “Porque tú
has deshecho la esclavitud que oprimía al pueblo, la opresión que lo afligía,
la tiranía a que estaba sometido. Fue como cuando destruiste a Madián”.
Is. 25,4: “Porque tú has sido un refugio para el
pobre, un protector para el necesitado en su aflicción, refugio contra la
tempestad, sombra contra el calor”.
Is. 61,1-3: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque
el Señor me ha consagrado; me ha enviado a dar buenas noticias a los pobres, a
aliviar a los afligidos, a anunciar libertad a los presos, libertad a los que
están en la cárcel; a anunciar el año favorable del Señor… Me ha enviado a
consolar a todos los tristes, a dar a los afligidos de Sión una corona en vez
de ceniza, perfume de alegría en vez de llanto, cantos de alabanza en vez de
desesperación”.
El texto isaiano presenta la liberación
de las personas oprimidas y la inclusión de las personas excluidas como un año
especial, comparable al sabático (Ex. 21,2; Dt. 15,1) o al jubilar (Lv.
25,8-16); cf. Mt. 11,5; Lc.,18-19; 7,2.
En las Escrituras Cristianas, el
Nuevo Testamento, también Jesús toma partido por estos grupos de personas
oprimidas y excluidas, abandonadas por el sistema político y el sistema
religioso.
Mc. 12,38-40: “Jesús decía en su enseñanza: “Cuídense de los maestros de la ley, pues
les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en las
plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores
lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y
para disimularlo hacen largas oraciones”.
También en tiempos de Jesús, se
producía el despojo de las personas vulnerables y empobrecidas, generalmente
por deudas o por impuestos impagos. Los tributos que se pagaban en tiempos de
Jesús eran impuestos directos e indirectos. Los primeros afectaban las
propiedades y las personas:
-
Tributum soli: se aplicaba a la propiedad
dependiendo del tamaño de la misma, a la producción que se obtuviera en esa
propiedad y al número de esclavos y esclavas afectados a esa propiedad. Los
funcionarios gubernamentales controlaban estos tres aspectos y establecían los
montos que se debían pagar. Una de las formas de controlar eran los censos a
través de los cuales, también, se actualizaban los impuestos.
-
Tributum capitis: se aplicaba a las personas entre 12
y 65 años que no poseyeran tierras. Era un impuesto al trabajo y correspondía
al 20% del ingreso por salario recibido.
Los segundos afectaban a las
transacciones:
-
Corona de oro: si bien comenzó siendo un regalo al
emperador, con el paso del tiempo se convirtió en un impuesto obligatorio que
se recaudaba en ocasiones especiales como fiestas y visitas del emperador a
determinada región.
-
Impuesto sobre la sal: este tributo era monopolio absoluto
del emperador y se aplicaba sobre el uso comercial no el doméstico.
-
Impuesto a la compra venta: era aplicado a cada transacción
comercial a través de funcionarios del imperio en las ferias para el cobro de
dicho tributo, por ejemplo, para la compraventa de un esclavo se cobraba un 4%.
-
Impuesto de registro: se aplicaba a los contratos
comerciales y generalmente era un 2% del monto.
-
Impuesto al ejercicio profesional: toda actividad era regulada
mediante una habilitación o permiso (artesanos, carpinteros, pescadores,
alfareros, tejedores de redes, prostitutas, etc.).
-
Impuesto para el uso de cosas de utilidad
pública: el emperador
Vespaciano, por ejemplo, aplica impuestos por el uso de los baños públicos en
Roma.
Pero también existían otras formas de
recaudación:
-
Peajes o aduanas: eran puestos donde estaban
apostados publicanos para la recaudación sobre la circulación de mercaderías y
había la presencia de soldados como forma de persuasión para quienes pretendían
evitarlos.
-
Trabajos forzados: el imperio podía obligar a las
personas a realizar un servicio durante 5 años.
-
Gastos especiales para el ejército: las ciudades, poblados o aldeas
estaban obligadas a hospedar a los soldados del imperio y el campesinado pagaba
en producción para el sustento de los soldados.
A esto sistema de tributos, en
tierras de Jesús se sumaban los aportes para el sistema religioso que imponía
la ley mosaica:
-
Shekalim: era el impuesto para el
mantenimiento del templo de Jerusalén.
-
el Diezmo: era un impuesto para el
mantenimiento del sacerdocio judío.
-
las Primicias: era un impuesto para el
mantenimiento del culto.
Esta pesada carga tributaria que
beneficiaba al imperio, al gobierno y al templo hacía muy difícil la vida de
las personas asalariadas, las desvalidas y del campesinado empobrecido que eran
vulneradas al punto de endeudarse con prestamistas, o sus de expropiarles sus
propiedades o de venderse como esclavos para saldar deudas (cf. Diccionario Bíblico y MESTERS, C: “Con
Jesús a contramano en defensa de la Vida”).
Jesús exige a quienes quieren ser sus
discípulos y discípulas, solidaridad con estas personas:
Mt. 19,16: “Un joven fue a ver a Jesús, y le preguntó:
—Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para tener vida eterna? Jesús le contestó:
—¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Bueno solamente hay uno. Pero
si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos. —¿Cuáles? —preguntó el
joven. Y Jesús le dijo: —‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas
mentiras en perjuicio de nadie, 19honra a tu padre y a tu madre, y
ama a tu prójimo como a ti mismo.’ —Todo eso ya lo he cumplido —dijo el joven—.
¿Qué más me falta? Jesús le contestó: —Si quieres ser perfecto, anda, vende lo
que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y
sígueme”.
Jesús las pone como ejemplo de
generosidad y las llama felices:
Mc. 12,42-44 “Jesús estaba una vez sentado frente a los
cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos. Muchos
ricos echaban mucho dinero. En esto llegó una viuda pobre, y echó en
uno de los cofres dos moneditas de cobre, de muy poco valor. Entonces
Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo: —Les aseguro que esta viuda pobre ha
dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues
todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que
tenía para vivir”.
Lc. 6,20-21: “Jesús miró a sus discípulos, y les dijo:
“Dichosos ustedes los pobres, pues de ustedes es el reino de Dios”.
En este pasaje, como en otros muchos de los
evangelios, Lucas no se refiere al grupo de los Doce sino a los muchos hombres
y mujeres que lo seguían durante su ministerio.
Jesús retoma las enseñanzas de
las Escrituras Hebreas y reafirma que
YHWH toma partido por este tipo de personas haciéndoles justicia:
Lc. 16,19-31: “Había un hombre rico, que se vestía con
ropa fina y elegante y que todos los
días ofrecía espléndidos banquetes. Había también un pobre llamado
Lázaro, que estaba lleno de llagas y se sentaba en el suelo a la puerta del
rico. Este pobre quería llenarse con lo que caía de la mesa del
rico; y hasta los perros se acercaban a
lamerle las llagas. Un día el pobre murió, y los ángeles lo llevaron
a sentarse a comer al lado de Abraham.
El rico también murió, y fue enterrado. “Y mientras el rico sufría en el lugar
adonde van los muertos, levantó los ojos
y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro sentado a su lado. Entonces
gritó: ‘¡Padre Abraham, ten lástima de
mí! Manda a Lázaro que moje la punta de
su dedo en agua y venga a refrescar mi
lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego.’ Pero Abraham le
contestó: ‘Hijo, acuérdate que en vida
tú recibiste tu parte de bienes, y
Lázaro su parte de males. Ahora él recibe
consuelo aquí, y tú sufres. Aparte de esto, hay un gran
abismo entre nosotros y ustedes; de modo
que los que quieren pasar de aquí allá, no pueden, ni de allá tampoco
pueden pasar aquí.’ “El rico dijo: ‘Te suplico entonces, padre Abraham, que
mandes a Lázaro a la casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos,
para que les llame la atención, y así no
vengan ellos también a este lugar de tormento.’ Abraham dijo: ‘Ellos
ya tienen lo escrito por Moisés y los
profetas: ¡que les hagan caso!’ El rico contestó: ‘Padre Abraham,
eso no basta; pero si un muerto resucita y se les aparece, ellos se convertirán.’
Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque
algún muerto resucite’”.
También las primeras Comunidad de
discípulos y discípulas de Jesús se preocupaba por ayudar a las personas pobres
promoviendo la solidaridad y la inclusión:
Rom. 15,25: “Pero ahora voy a Jerusalén, a llevar ayuda
a los hermanos de allí”.
1Tim. 5,3: “Ayuda a las viudas que no tengan a quien
recurrir”.
Sant. 1,27: “La religión pura y sin mancha delante de
Dios el Padre es esta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus
aflicciones, y no mancharse con la maldad del mundo” (cf Is. 1,16-17; Eclo
4,10).
Sant. 2,2-6: “Ustedes, hermanos míos, que creen en
nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer discriminaciones entre una
persona y otra. Supongamos que ustedes están reunidos, y llega un
rico con anillos de oro y ropa lujosa, y lo atienden bien y le dicen: “Siéntate
aquí, en un buen lugar”, y al mismo tiempo llega un pobre vestido con ropa
vieja, y a este le dicen: “Tú quédate allá de pie, o siéntate en el suelo”;
entonces están haciendo discriminaciones y juzgando con mala intención” (cf Sant 1,9-10, Prov 22-23; Am 8,4-7).
Muchas de estas personas a las
que hace referencia Santiago, son elegidas por YHWH que les confía misiones
importantes en la historia del pueblo (Jue. 6,15;
cf. 1Co. 25,31; Gn. 25,33; 1Sam. 2,1-10;
10,17-24; 16,1-13; Jd. 9,1-5; Esd. 9,5; Sal. 9; 57,5; Rom. 9,10-13).
Esta es la clave de la
solidaridad que exigía reproducir la experiencia liberadora, así como YHWH
liberó de la opresión al pueblo, éste debe liberar a sus integrantes
reproduciendo el modelo solidario del actuar divino:
Dt 15,12-15: “Si alguno de tus compatriotas hebreos, sea hombre o mujer, se vende a ti
como esclavo, solo te servirá seis años; al séptimo año lo dejarás en libertad.
Y cuando lo despidas, no lo dejarás ir con las manos vacías, sino
que le darás animales de tu rebaño y mucho trigo y vino; es decir, compartirás
con él los bienes que el Señor tu Dios te haya dado. No olvides que
también tú fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te dio libertad.
Por eso ahora te doy esa orden” (cf Dt 24,2).
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