Discípulos incrédulos





7º Domingo después de Pentecostés.
Mc 6,1-6


1.    El texto en su contexto:

El relato evangélico nos sitúa en uno de los regresos de Jesús a su aldea Nazaret y a su casa (versículo 1). El día sábado, como todos los creyentes judíos, Jesús fue a la sinagoga de Nazaret. Como era costumbre, cualquier varón competente podía ser invitado a explicar las Escrituras en la reunión (cf Lc 4,16-21; Hch 13,14-15) y así sucedió con Jesús (versículo 2).

Los versículos 2b-3 presentan la incredulidad de los creyentes. Quienes estaban en la reunión eran varones de la aldea, sus vecinos y conocidos, seguramente algunos parientes. Le habían visto crecer, conocían su historia, seguramente Jesús habría trabajado para muchos de ellos, el vocablo griego que se traduce comúnmente por carpintero también significa albañil, por lo tanto Jesús habría trabajado o colaborado en la construcción o arreglo de sus casas. Estos hombres, judíos de fe que estaban en la sinagoga, cuestionan a Jesús, les cuesta creer en él.  Para ellos, era más sencillo seguir creyendo en el Mesías prometido, alimentando la esperanza en el que cambiaría sus destinos, sin darse cuenta que el Mesías estaba entre ellos invitándoles a ser protagonistas en los cambios.

Tanta incredulidad interpela a Jesús que concluye citándoles un proverbio sobre el rechazo de los profetas en su propia tierra (versículo 4 cf Mt 13,57; Lc 4,24; Jn 4,44) entre sus parientes y en su propia casa. Esta respuesta de Jesús deja entrever que tampoco su familia lo aceptó. De hecho, la relación con su madre fue tensa, ella consideró que estaba loco (Mt 12,47-49; Mc 3,20-21.31-34).

Jesús quedó asombra de la falta de fe de sus parientes y vecinos (versículo 6).


2.    El texto en nuestro contexto:

Aquellos hombres de Nazaret de Galilea no son tan diferentes que muchos de nosotros y muchas de nosotras, hombres y mujeres de fe, cristianos y cristianas que nos congregamos semanalmente en los templos: metodistas, valdenses, luteranos, anglicanos, episcopales, católicos, pentecostales …

Hoy nos reunimos para celebrar nuestra fe. En unos templos celebrarán la Misa, en otros la Santa Cena, en otros hablarán en lenguas, en otros harán sanaciones, en otros se predicará y orará, en otros se harán avivamientos, en otros rezarán el rosario, como los judíos de la sinagoga de Nazaret, cumpliremos con los ritos establecidos y en el mejor de los casos, pediremos a  Dios por las personas enfermas, las presas, las que sufren, las que pasan hambre, las que están solas, las que sienten frío … Sin embargo, nada nos diferencia de aquellos nazarenos incrédulos que no aceptaron a Jesús. Él nos enseñó que antes de realizar estos ritos sagrados nos reconciliemos entre nosotros y nosotras (Mt 5,23-26) y que es más importante practicar la solidaridad que los ritos cúlticos (Mt 9,13 cf Os 6,6).

Hoy muchas personas pondrán su fe en la segunda venida del Señor, otras le adorarán en el sacramento eucarístico, sin embargo, dejarán pasar de largo a quienes están vulnerados en sus derechos y su dignidad (Mt 25,31-46) sin descubrir en esas personas el Dios encarnado que les sale al encuentro.

El evangelio de hoy nos interpela, nos desafía a creer como creyó Jesús, a orar como oró Jesús, a trabajar por la inclusión social como trabajó Jesús, a aceptar a la otra persona, sin juicios y sin prejuicios, como la aceptó Jesús, a anunciar que otra iglesia es posible y necesaria, otra sociedad es posible y necesaria, otro mundo es posible y necesario, donde todas las personas, en todas partes y en todos los tiempos, tengan los mismos derechos y la misma dignidad. En nosotros y nosotras está la decisión de sumarnos al proyecto de Jesús que no es otra cosa que el anuncio del Reinado de Dios en nuestras vidas, en nuestra historia y en nuestro mundo o quedarnos como sus parientes y vecinos nazarenos, cuestionándolo a Él, en quienes hoy asumieron su obra.


Buena semana para todas y todos. +Julio.

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