Jueves Santo: el misterio del pan partido, repartido y compartido




1 Corintios 11,13-26


El misterio del pan partido, repartido y compartido


Este relato de la Cena del Señor es el más antiguo. Los relatos posteriores, contenidos en los evangelios sinópticos, son coincidentes con este (Marcos 14,22-15; Mateo 26,26-29; Lucas 22,14-20).

Pablo transmite a la iglesia de Corinto la tradición recibida de la comunidad apostólica, sobre la institución de la Eucaristía (versículo 23).

Enseña que Jesús, mientras cenaba son sus discípulos y discípulas (Marcos 14,12-23), la noche en que Judas lo entregaría al poder religioso de Israel (Marcos 14,10-11.43-46), para que éste pidiera su ejecución al poder político romano (Marcos 15,1-20), tomó pan y lo partió y repartió entre ellos y ellas (Marcos 14,22; Mateo 26,26; Lucas 22,19) diciendo “Esto es mi cuerpo” (versículo 24 cf Juan 6,51-58) y después de la cenar tomo la copa y la repartió (Marcos 11,23; Mateo 26,27; Lucas 22,20) diciendo  “Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre” (versículo 25 cf Éxodo 24,6-8; Romanos 3,25; Efesios 2,13; 1Juan 1,7). En ambos casos, tanto cuando reparte el pan partido, como cuando entrega la copa, dice “hagan esto en memoria mía” (versículos 24 – 25).

Esta tradición llega hasta nuestros días, transmitida de generación en generación dentro de la Iglesia y así continuará hasta el final de los tiempos (versículo 26).

Para nosotros y nosotras, discípulos y discípulas de Jesús en el siglo XXI, en la Iglesia Antigua de Uruguay – Diversidad Cristiana, la Eucaristía en la mesa compartida es el centro de nuestra experiencia de fe. Al sentarnos en torno a la mesa, compartimos fraternalmente lo vivido durante la semana, alegrías y tristezas, estudio y trabajo, vida comunitaria y familiar, encuentros y reencuentros con personas queridas, todo lo transitado en la semana. Nos reconciliamos, alabamos, adoramos, agradecemos e intercedemos. Todo confluye en el memorial.

En el pan y el vino ofrecemos a Dios lo que somos, tenemos y hacemos.

Haciendo uso del sacerdocio universal (1Pedro 2,9) la comunidad junto a sus líderes (obispo/a, presbítero/a) consagramos el pan y el vino, siguiendo el mandato del Señor Jesús y las enseñanzas apostólicas compartiéndolo entre nosotros y nosotras.

Esta experiencia de fe compartida, hace realmente presente al Señor Jesús en la Eucaristía (Mateo 18,20). En este encuentro real con Él nos libera, nos sana y nos incluye (Mateo 8,1-4.5-22.28-34; 9,1-8.18-38;15,21-28;17,14-23), pero también nos envía (Mateo 10,5-15), puesto que la comunidad eclesial no es un lugar de adoración a Dios (Hechos 1,11), sino fundamentalmente es una comunidad enviada a servir (Mateo 20,28) y no a todas las personas, sino a aquellas vulneradas en sus derechos y su dignidad (Mateo 25,31-46) en quienes ha querido quedarse especialmente, como sacramento para la humanidad.

El pan partido en la Eucaristía y repartido en la Comunión, exige de nosotros y nosotras que lo compartamos con las personas oprimidas, discriminadas y excluidas a través de obras de solidaridad, porque el amor es señal de nuestra comunión con Dios (1 Juan 4,7-21) porque “si uno no ama a su hermano a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4,20 cf 2,9-11).

En este jueves santo, en que conmemoramos la institución de la Eucaristía por parte del Señor Jesús, dediquemos un tiempo de la jornada al servicio y la solidaridad como gesto de comunión con Él (Juan 13,1-20), sin este gesto, la participación en la celebración comunitaria, en la hora santa y en cualquier otro acto litúrgico se volverá vacía y carente de sentido.


Bendiciones a todos y todas. +Julio.

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