¿A cuántas personas drogadictas, aborteras, divorciadas, prostitutas, homosexuales, con sida … esas que las iglesias cristianas juzgan y condenan, estaremos dispuestos y dispuestas a tocar esta semana, restaurando derechos y dignidades?
Sexto domingo después de Epifanía
Marcos 1,40-45 (ciclo B)
El episodio de Jesús sanando
al hombre con lepra es común a los evangelios sinópticos, está en Marcos
(1,40-45), en Mateo (8,1-4) y en Lucas (5,12-16), por lo tanto, podemos
presumir que es altamente probable que el acontecimiento sucediera; no estamos
aquí ante una historia teológica sino ante una historia real, de la que dan
testimonio los tres primeros evangelios.
1.
El texto en su contexto:
Jesús estaba recorriendo Galilea,
anunciando la buena noticia y restableciendo la dignidad humana, no solo con
palabras sino también con acciones (Marcos 1,39). En varias ocasiones, hemos
enseñado que la población de Galilea era despreciada por la población de Judea,
donde se encontraba la ciudad santa de Jerusalén y el Templo; el prejuicio y la
exclusión por parte del sistema religioso era muy fuerte hacia quienes residían
en Galilea.
En tiempos bíblicos, la
lepra era una enfermedad repugnante, para la cual se prescribía la exclusión de
la comunidad (Levítico 13,45-46). Muchos maestros de la ley atribuían la lepra
a un pecado, cometido por la persona que la padecía o por sus antecesores. Las
personas que padecía lepra se las excluía de la familia, de la casa y la aldea.
Sufrían la discriminación de la mayoría las personas. El sistema social y religioso
ordenaba separarlas y marginarlas, prohibiendo tocar a esas personas (Levítico
5,3).
El hombre enfermo de lepra
se acerca a Jesús con la misma actitud que un judío piadoso lo haría ante
Yahveh, el Dios de Israel, y presenta su petición. Sabe que no depende de su
deseo o voluntad sino de la acción misericordiosa de Jesús; la misma actitud
que un judío piadoso tenía en su oración (Génesis 18,27-32; 2 Samuel 10,12;
Daniel 3,18). Por estar enfermo de lepra era considerado ritualmente impuro,
por lo tanto, su petición implicaba no solo la sanación, sino la limpieza para
alcanzar la pureza ritual (versículo 40).
Jesús sintió compasión, una
actitud que aparece con frecuencia cada vez que Jesús se enfrenta al dolor
humano. Como en otras ocasiones que nos relatan los evangelios, bastaba la
palabra de Jesús para sanarlo, sin embargo, Jesús lo tocó para sanarlo (versículo
41). Tocar al leproso no es solo un acto repugnante, es esencialmente
escandaloso. Jesús desautorizó la prohibición de la ley (Levítico 5,3); frente
a la exclusión él incluye; frente al rechazo él acepta; frente al dolor humano
él sana la integridad del ser humano. Ningún maestro de la ley hubiera aceptado
la acción de tocar a una persona con lepra. Jesús al tocarla no solo sanó a ese
hombre, sino que le restituyó su dignidad.
A tocarlo, no solo genera
proximidad y solidaridad con el hombre, el propio Jesús se pone en el lugar de
la exclusión porque se hizo impuro; se hizo en todo semejante a ese hombre (cf
Hebreos 4,15), tal vez para comprender más plenamente la situación de discriminación
y exclusión cumpliendo la profecía del Siervo de Yahveh (Isaías 53,4 cf Mateo
8,17); Agustín de Hipona dirá unos siglos después “lo que no se asume, no se
redime”. Una vez sanado, Jesús lo invita a no contarlo a nadie (versículo 44)
reafirmando el secreto mesiánico que es la clave de lectura del Evangelio de
Marcos (1,43-44; 3,11-12; 5,43; 7,36; 8,30; 9,9) y a cumplir con lo que mandaba
la ley (Levítico 14,1-32).
El hombre sanado, lleno de
alegría, al igual que el pastor que encuentra la oveja perdida (Lucas 15,4-7) o
la mujer que encuentra la moneda perdida (Lucas 15,8-10) cuenta a todos y todas
el motivo de su gozo.
2.
El texto en nuestro contexto:
A igual que en tiempos de
Jesús, nuestro sistema social y religioso genera discriminación y exclusión. Los
motivos son innumerables: por su orientación sexual, porque se realizó un
aborto, porque consume drogas, porque se divorció, porque no siempre va a las
celebraciones religiosas, porque abandonó a su familia, porque hacía la
prostitución, porque tiene sida … y terminamos convencidos y convencidas que no
era de los nuestros.
Al igual que en tiempos de
Jesús, los nuevos maestros de la ley: obispos y obispas, presbíteros y
presbíteras, pastores y pastoras, diáconos y diáconas, de distintas
denominaciones cristianas, continúan discriminando y excluyendo, culpabilizando
y oprimiendo, vulnerando derechos humanos y dignidades humanas, según ellos y
ellas, en el nombre de Jesús.
Al igual que en tiempos de
Jesús, algunas personas, clérigas o laicas, de distintas denominaciones
cristianas, escandalizan a sus iglesias, porque hacen visible el amor
misericordioso de Dios que alcanza a toda la humanidad sin excepción (Hechos
10,34), un amor que se brinda incondicionalmente a quien el sistema político o
el sistema religioso han vulnerado, silenciado e invisibilizado.
Así como el judaísmo
invisibilizó a las personas leprosas, expulsándolas de sus casas, de sus
sinagogas, de sus pueblos; así el cristianismo expulsó y continúa expulsando de
sus comunidades y de sus iglesias a diferentes personas por diferentes causas.
Un cristianismo que no es capaz de descubrir el escándalo de la Buena Noticia
de Jesucristo, no sirve para nada (Mateo 5,13-16).
El evangelio de hoy nos pone
en situación: o rompemos los moldes del fundamentalismo, el dogmatismo, el
ritualismo adecuando el mensaje sanador, liberador e inclusivo de Jesucristo a
las situaciones y los contextos del mundo de hoy o continuaremos anunciando un
mensaje que no es el de Jesucristo. Aquí está en juego el proyecto de Jesús, no
nuestros gustos, no nuestros deseos, no nuestros resentimientos, no nuestras
ansias de poder, no nuestras incapacidades de transformarnos, no nuestro modelo
social o eclesial. Si nos llamamos Iglesias Cristianas tendremos que ser
espacios de puertas abiertas para todos y todas, sanación, de liberación y de
inclusión donde todas y todos podamos participar de la mesa en igualdad de
condiciones, sin importar nuestras historias de vida.
¿A cuántas personas drogadictas,
aborteras, divorciadas, prostitutas, homosexuales, con sida … esas que las
iglesias cristianas juzgan y condenan, estaremos dispuestos y dispuestas a
tocar esta semana, restaurando derechos y dignidades?
“Ha
venido el Hijo del Hombre … y dicen que es comilón y bebedor, amigo de gente de
mala fama … pero la sabiduría de Dios se demuestra por sus resultados” (Mateo
11,15).
Buena semana para todos y
todas.
+ Julio.
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