¿Quién es mi prójimo? - Lucas 10,25-37



1.    El texto en su contexto:

No podemos dejar de lado el contexto literario en el cual el Evangelista Lucas ubica el relato: en 9,57-62 presenta las exigencias del seguimiento, en 10,1-12 el envío de la comunidad misionera a los pueblos, en 10,17-24 el regreso de la misión y la alabanza a Dios por revelarse a la gente pequeña y a continuación el relato de “el buen samaritano” (Lucas 10,25-37).

Este relato tiene algunos paralelos en Mateo 19,16.19; 22,34-40; Marcos 12,28-34.

El maestro de la ley pone a prueba a Jesús (versículo 25) y Jesús le responde enfrentándolo a la Ley (versículo 26). Entonces el maestro de la ley cita Deuteronomio 6,5 y Levítico 19,18 (versículo 27). Jesús ratifica la respuesta del maestro de la Ley citando Levítico 18,5 (versículo 28). No se justificaba que el maestro de la ley, por el rol que desempeñaba, presentara estos interrogantes, pues su tarea justamente, era enseñarle al pueblo los mandamientos de Dios, es decir la Ley.

El maestro de la ley pone a prueba, nuevamente, a Jesús (versículo 29). Según Levítico 19,18.33-34 el deber de amar al prójimo se extendía al pueblo israelita y a personas extranjeras establecidas en Israel.

Es aquí donde Jesús introduce lo escandalosamente revolucionario modificando la ley de Moisés (Lucas, 10,30-35).

El camino que va de Jerusalén a Jericó es relativamente corto, apenas unos 25 kilómetros, en ese trayecto se desciende unos 1000 metros, hasta llegar al valle del río Jordán. Ese camino pasaba por lugares desiertos donde los asaltos eran comunes. La audiencia de Jesús y especialmente el maestro de la ley, darían por supuesto que el hombre del relato era judío (versículo 30).

Jesús pone el ejemplo de tres personas frente al hombre golpeado: un sacerdote que viéndolo lo evita (versículo 31), un levita que hizo lo mismo (versículo 32) y finalmente un hombre de Samaría que al verlo se compadece (versículo 33).

Este ejemplo de Jesús, sin lugar a dudas fue un verdadero escándalo para quienes le escuchaban. Los judíos consideraban a los samaritanos como extranjeros y paganos. Ambos pueblos no tenían relaciones amistosas (Lucas 9,52-53). Para poder contextualizar mejor la escena, digamos que geográficamente, Samaría estaba entre Galilea al norte y Judea al sur. Debido a la rivalidad entre ambos pueblos, los judíos peregrinos de Galilea a Jerusalén no recibían ayuda de los samaritanos en su paso por su región (cf Juan 4,9). El conflicto era casi ancestral. Los samaritanos, aunque originalmente eran de la misma raza judía, se habían separado política y religiosamente de ellos. De las Sagradas Escrituras, únicamente consideraban el Pentateuco (la Ley) desconociendo el resto de la Biblia. La separación entre ambos era tan fuerte, que los judíos llegaron a considerarlos como paganos (Sirácida 50,25-26).

El sentimiento de compasión (versículo 33) se transformó en un acto de solidaridad (versículos 34-35): curándolo, transportándolo a un lugar seguro, cuidando de él y haciéndose cargo de los gastos generados para su recuperación.

El contenido del versículo 36 es sumamente rico, es el núcleo del mensaje de esta parábola. Jesús deja entrever que, tanto el sacerdote como el levita no cumplieron con la ley haciéndose prójimos de aquel judío asaltado, sin embargo, el samaritano no se detuvo a preguntarle al hombre golpeado, si era su prójimo, sino que se hizo prójimo al cumplir con el mandato de la Ley y proporcionarle ayuda.

El maestro de la ley impedido por sus tradiciones para considerar prójimo al hombre de Samaría, no puede y demostró no querer contestar a Jesús directamente “el samaritano”, pero tampoco pudo eludir una respuesta que era obvia, contestando “el que tuvo compasión de él” (versículo 37).

El final del relato resulta radicalmente escandaloso y subversivo: “Jesús le dijo –pues ve y haz tú lo mismo-“


2.    El texto en nuestro contexto:

Ciertamente el Evangelio nos interpela sobre ¿quién es mi prójimo? Y nos confirma que no es a quien elegimos, sino a quien Dios pone en nuestro camino.

Prójimo podría ser aquel hombre que considero indigente, aquel joven que su apariencia me hace sospechar, aquella mujer de mala vida, aquella persona trans portadora de vih.

Prójimo podría ser aquella persona que nos desespera con sus rituales obsesivos, nos cuestiona con ironía, la consideramos de fe sencilla o hasta mágica, la subestimamos por su formación, la catalogamos de verticalista porque nos dice lo que no nos atrevemos a ver en nosotros mismos y nosotras mismas.

Prójimo podría ser aquella persona que no la consideramos una de las nuestras.

Jesús nos envía a servir y solidarizarnos con quien se presente en nuestro camino, no a quienes nosotros y nosotras eligamos.


3.    Para la reflexión:

“Dios no creo a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creo. En su libertad de criatura de Dios, el prójimo se convierte para mi en fuente de alegría, mientras que antes no era más que motivo de fatiga y pesadumbre. Dios no quiere que yo forme al prójimo según la imagen que me parezca conveniente, es decir, según mi propia imagen, sino que él lo ha creado a su imagen, independientemente de mi, y nunca puedo saber de antemano cómo se me aparecerá la imagen de Dios en el prójimo; adoptará sin cesar formas completamente nuevas, determinadas únicamente por la libertad creadora de Dios. Esta imagen podrá parecerme insólita e incluso muy poco divina, sin embargo, Dios ha creado al prójimo a imagen de su Hijo, el Crucificado, y también esta imagen me parecía muy extraña y muy poco divina, antes de llegar a comprenderla” (Dietrich Bonhoeffer).


Buena semana para todos y todas.
Agradezco al hermano que aportó este texto del teólogo D. Bonhoeffer.
En el 15º domingo del Tiempo de la Iglesia – Ciclo C

+Julio, obispo de Diversidad Cristiana

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