Introducción a los Comentarios de la Biblia Queer (continuación)

INTRODUCCIÓN A LA “THE QUEER BIBLE COMMENTARY”. Deryn GUEST, Robert E. GOSS, Mona WEST y Thomas BOHACHE. Londres : SCM Press, 2006. Traducción de nuestra hermana MCRP
 
Continuación "LAS ESCRITURAS CRISTIANAS"
 
Vamos a comenzar por la noción de “natural”.

En primer lugar, va de suyo que la comprensión paulina del sexo como un tema de alguien que utiliza un lugar para su placer, está éticamente cuestionado. Es importante que esa construcción condena a ese lugar – no importa el sexo – a la pasividad (abuso), sin mencionar una forma de sexo en el cual los deseos de placer de él o ella pueden ser ignorados.

En la modernidad, el sexo idealmente implica un contrato entre iguales para el mutuo placer. Por el contrario, la visión antigua es éticamente deficiente y cualquier visión que dependa de ella, está comprometida. De la misma manera, es éticamente deficiente la visión de que el sexo debe adaptarse a un modelo consistente con el uso que la naturaleza hace del sexo. Que la naturaleza utiliza el sexo vaginal para la reproducción es demasiado obvio para ponerlo en palabras.  Sin embargo, ni siquiera en la naturaleza es la reproducción el único uso para el cual ella coloca el sexo. Por ejemplo, entre los bonobos (chimpancés pigmeos), una especia muy cercana a la humana, la naturaleza parece haber “utilizado” el sexo principalmente para unir socialmente al grupo, y solo indirectamente para la reproducción. Además, insistir que la expresión sexual se restrinja a la relación vaginal es condenar a un infierno ético -en forma irracional - a una gran parte de la humanidad, que encuentra a la boca y las manos como instrumentos de amor, sea homo o heterosexual. Desde un punto de vista teológico, demasiado a menudo los que proponen una ley natural – especialmente quienes ven a la naturaleza como cumpliendo un “diseño inteligente” – cometen el error de identificar una ley de la naturaleza con la voluntad de Dios. (Las obras del teólogo ortodoxo David Hart (2003: 128-9; 386; 2005) colaboran particularmente en este aspecto, como las obras del teólogo de Oxford, Andrew Linzey (1993-1995: 76-92; 1998: 25-32)

La naturaleza no puede ser el modelo para la ética de la vida humana. No deberíamos modelarnos a nosotros mismos como las pirañas, ni como los chimpancés, que ocasionalmente se ponen locos, matando y canibalizando a otros de su misma especie. Al tratar de establecer una noción relevante de naturalismo, el estudioso John Richardson ha afirmado que  “Puedes usar un destornillador para abrir una lata de pintura, pero ese no es el uso natural de un sacacorchos” (citado en Bates 2004: 45) Por supuesto, abrir una lata de pintura no es el propósito para el cual fue diseñado el destornillador. En efecto, si uso un destornillador para abrir un espacio de modo que un amigo pueda sacar el dedo que le ha quedado atrapado en el marco de una ventana y el acondicionador de aire que estaba instalando, debo decir  que el uso “no natural” del destornillador aquí, es éticamente admirable. Simplemente, la ética reside en cómo usamos la naturaleza, no en nuestro ciego aprovechamiento de ella. Y una tradición que busca la resurrección del cuerpo, un cuerpo libre de las condiciones naturales que llevan a la enfermedad, la decadencia y la muerte, ¡debería saber eso!

Porque Pablo utiliza el sexo homosexual de los gentiles como evidencia de su falta de auto-dominio y auto-control, creo que está asumiendo que, si no fuera por su obsesión por el sexo, la indulgencia gentil en la práctica homosexual podría muy bien terminar. Presume que el sexo homosexual es el resultado y el síntoma de esclavitud a una compulsión poderosa hacia el sexo. Aquí, sin duda está sobre terreno movedizo. ¿Sobre qué bases puede descartar la posibilidad del sexo homo que no sea un indicador de falla en el auto-dominio, sino que proceda del amor por parte de una persona dueña de sí? He aquí las palabras del estudioso gay Dale Martin: “La carga de la prueba ha cambiado en los últimos veinte años. Somos muchos los que no estamos enfermos, que no somos invertidos, o perversos, o incluso, “afeminados”; pero que solo tenemos una inclinación a enamorarnos de personas de nuestro mismo sexo… La carga de la prueba no está ahora sobre nosotros, sino más bien sobre quienes insisten en que deberíamos volvernos a encerrar en el armario.” (1996: 130-1)

Si asumimos que la falta de auto-control podría entenderse muy bien como la forma estoica de hablar de algo patológico, la persona contemporánea que albergara ese deseo por el mismo sexo realmente tiene a la entera comunidad terapéutica aliada contra él o ella. Y quizás incluso más deliberadamente, me parecería que ambos amores, hetero y homosexual tienen la misma capacidad y la posibilidad de inhibir, eso que los católicos llaman “unitividad” y que los pensadores Platón y André Guindon han observado, ambos tienen la capacidad para sus respectivos formas de “procreatividad” (Guindon 1986) Como tales, merecen ser reconocidos como moralmente equivalentes – ¡incluso si Platón, debe recordarse, sostuvo que los “niños-cerebro” del romance homosexual son más nobles que el tema meramente biológico! Se sigue de esto que es adecuado y procedente para una tradición religiosa que se horroriza ante la injusticia del asesinato de su fundador en la cruz, con el consentimiento de tanto las autoridades civiles como religiosas, el apoyar las necesidades de la minoría, incluso contra el “establishment” religioso. En efecto, me parece, en vista del reconocimiento contemporáneo de la importancia espiritual de la “unitividad” interpersonal, tal tradición debería más bien equivocarse al apoyar a aquellos cuyos impulsos sexuales los conducen a relaciones con el mismo sexo, en lugar de buscar frustrarlos por una ley de exclusión de los ritos de la religión. Pablo, en sus mejores momentos, reconoce que el amor por el otro busca su bien, que somos ecos de Cristo cuando nos adaptamos a sus necesidades. Y, como pregunta Dan O. Via “¿No significa esto buscar vida abundante para el homosexual, desde que su orientación es el destino que a él o ella se le ha dado? (Via y Gagnon 2001: 36)

Más allá de eso, y quizás es un tema decisivo, la comprensión de Pablo en cuanto al deseo sexual no solo es anticuado, sino – lo que es más importante – teológicamente deficiente. Por más simpatía que tengamos por el análisis estoico de la emoción que parece reflejar – y confieso que admiro el intento estoico de afirmar el poder humano incluso en medio de terribles sufrimientos, la sugerencia de que el deseo sexual es algo que de alguna manera debe vencerse, descuida uno de los más espirituales impulsos que un ser humano puede tener. En efecto, en manos de Pablo, el deseo sexual se ve reducido a nada más que una picazón que necesita ser rascada. El deseo sexual es una demanda de placer que, en su punto de vista, debería dejarse de lado, en todo lo posible. “Mejor casarse que quemarse”, dice en su conocido mandato (1 Corintios 7-9), como si el deseo sexual fuera un tipo de vapor en una olla a presión que, al menos para algunos, necesita una válvula de escape. Esta visión descuida totalmente el significado interpersonal que el deseo sexual tiene en realidad. Al mismo tiempo – y en deferencia a Pablo – que en esto al menos parece ver las cosas correctamente – el “propósito” del sexo es el placer, ¡más que la procreación! Sin embargo, en relación a la construcción paulina del deseo, no puedo hacer nada mejor que citar las palabras del estudioso y teólogo L. William Countryman: “Con imperfecciones que todo eros humano, es aún la mejor cosas en nuestro ser humano, el tesoro más brillante que Dios ha colocado allí. Y es por esta razón que Dios nos llama a casa.

Porque el amor tiene el poder de triunfar incluso sobre nuestro propio abuso de él. Se mantiene volviendo; una y otra vez se cuela en nosotros. Una y otra vez abre y nos muestra nuevos mundos, fuera del caparazón que hemos formado a nuestro alrededor. Nos muestra unos a otros y nos muestra a Dios”. (2005: 56)

No se piense que él está hablando de eros en un sentido no-sexual: “Defraudamos la expresión sexual del eros si pensamos en él simplemente como la satisfacción del deseo físico. Es mucho más que eso. El deseo está enraizado tanto en el alma y en el espíritu, como en el cuerpo. Y se satisface en forma sublime, cuando permite una unión genuinamente trascendente con la persona amada, una unión que pertenece tanto al alma y al espíritu como al cuerpo.” (2005: 39-40)


Finalmente, y quizás sorprendente, incluso si debemos admitir la aparente indiferencia paulina a las palabras reales y el ejemplo de Jesús, aún en sus palabras en el Evangelio de Juan, “Un servidor no es más que su amo” (15.20)
Ahora bien, es verdad que el Jesús de los Evangelios en ningún lugar hace una afirmación explícita acerca de la homosexualidad en general, ni siquiera las específicas “prácticas” homosexuales que podrían haber sido reconocidas hoy en día. Y es casi siempre inadmisible inferir algo del silencio. En particular, nos equivocamos si asumimos que Jesús refrenda la herencia bíblica, debido a que en ningún lugar la contradice. En efecto, si hay alguna evidencia, apoya la afirmación de que Jesús era más afín a aceptar las prácticas homosexuales contemporáneas que lo era la tradición de la cual provenía, sin mencionar la tradición del mismo San Pablo, que parece perpetuar a pesar de sí mismo. Theodore Jennings ha – según mi parecer – argumentado en forma convincente que la carga de la evidencia lleva a la idea de que había al menos un hombre con el Jesús era homo-eróticamente – si no homosexualmente involucrado, el hombre que se refleja en el tíulo de este refrescante libro, llamado “El hombre al que Jesús amaba” (2003) Todavía tengo que ver su argumento efectivamente tomado en cuenta.

Dejo a un lado el argumento acerca de la propia sexualidad de Jesús. Sin embargo, la historia del centurión y su “muchacho” en Mateo 8.5-13 (Lucas 7.1-19), puede proporcionar un caso aún más fuerte para que abandonemos cualquier identificación paulina de la relación homosexual con el pecado. El centurión se acerca a Jesús quejándose de su “pais” está enfermo. Ahora bien, las traducciones usuales implican que este “pais” no era más ue uno de los esclavos o sirvientes del centurión. Pero, en ese caso, esperaríamos la palabra griega genérica para esclavo o sirviente, “doulos”.  En vez de esta, encontramos el término griego “muchacho”, cuya fuerza sugiere más bien un esclavo que es un favorito sexual (Horner 1978: 122; Jennings 2003: 132-4; Mader 1980). Esta idea podría traducirse hoy en día como “muchacho juguete”. Era totalmente aceptado en la sociedad romana, incluso para hombres casados, utilizar a sus esclavos jóvenes como compañeros sexuales. Era parte del “uso” de los ciudadanos varones o jóvenes que estaban destinados a ser parte de la ciudadanía adulta, que era prohibida para el romano, no para los varones en general. Mientras alguna relación amo-esclavo podría ser el tipo en el cual los amos simplemente “usaban” a un esclavo para su satisfacción sexual, sabemos por el ejemplo de Adrián y Antínoo que la implicancia emocional sí estaba presente en algunas de estas relaciones. De modo que la traducción de “pais” como “novio” parece justificada, quizás incluso preferible. (Aunque el relato paralelo en Lucas emplea la palabra “doulos” para el joven enfermo, en lugar de “pais”, va unida con el adjetivo “entimos” (querido, o valorado, una palabra que puede connotar una relación emocional) Además, igual que hoy en día, hablamos de una salida nocturna con los muchachos, el término “muchacho” no implica necesariamente algo relacionado con el edad del “muchacho” (Boswell 1980. 81) Lo realmente notable en este relato es que Jesús no se inmuta, sino que está muy contento con sanar desde la distancia al centurión “entimos pai”, algo que no era fácil haber esperado que hiciera, si hubiera tenido cualquier reserva acerca de la legitimación moral de la relación. La base textual es débil, pero puede de hecho ser suficiente para mostrar la contradicción con aquellos que argumentarían que el silencio de Jesús está de acuerdo con la tradición. No obstante, la preponderancia de la evidencia que tenemos, apoya la ruptura que Jesús hace con su tradición en el tema del sexo homosexual.

Más allá de esto, el texto dice que Jesús estaba “admirado” y dijo: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre (versículo 10) ¿Por qué dice esto? Si hay algún mérito en la interpretación se trata de alguien que está involucrado en un romance homosexual de algún tipo y alberga una fe ejemplar, ¡una fe que deja lejos a un piadoso judío cumplidor de la Torah!

¿Cuál es esta fe que Jesús parece admirar tanto? Jennings da en el clavo: “el centurión…deseaba, anhelaba la curación para su amado. Y haría cualquier cosa, arriesgar todo, para conseguirlo… Sabe que los judíos religiosos vilipendian la sola idea de la pederastia, no comprendiendo ni simpatizando con su tipo de amor; sin embargo, sale a la calle para buscar a un sanador judío y, arriesgando el rechazo y el ridículo, pide ayuda para su novio, a quien ama.” (2003: 142-3)

Y además: “el aspecto importante de este relato es la ansiedad que lleva a una persona a arriesgarse, a hacerse vulnerable en la esperanza de lograr el bienestar, de rechazar la enfermedad… en fin, suponer que el poder divino no está en el lugar de la calamidad, sino en el de la integridad: Jesús llama a esto “fe”.” (2003: 143)

La fe radica no en acomodar el ser a los reinantes modelos de respetabilidad, sea su fuente la religión o la sociedad, sino en la audacia para actuar por amor y una esperanza irrefrenable. En sus mejores momentos, incluso Pablo sabe esto y, presionado, probablemente admitiría que eso es lo que realmente quiere decir cuando habla de la conformidad de los gentiles con la Ley, en sus corazones. Naturalmente, no está aquí para ser presionado. Sin embargo, la moderna moral, cuyo programa debe inevitablemente distinguir lo esencial y salvable en la fe, de lo puramente determinado históricamente y accidental. ¡Y solo imaginemos!

En el Nuevo Testamento, podría decirse que estamos todos – cualquiera sea nuestra sexualidad – obligados a reconocer de qué se trata la fe.

Deseo concluir con una advertencia. Mientras la persona homosexual que está convencido/a de su propia integridad moral ante Dios, podría – y sin duda debería – argumentar con aquellos que usan la Biblia y la tradición para desacreditarlo/a in interés de la verdad, debería esta persona tener cuidado de no quedar atrapado/a en la auto-apología. Ser “gay” es reconocer ese abanico de personas con las cuales uno puede ser significativamente íntimo y rehusar complicidad en una práctica social que trataría el amor como algo menos importante que el de un heterosexual.

_________
Próxima semana: Génesis.

Comentarios

Entradas populares