La revelación de Dios (primera parte)






Aportes desde una perspectiva bíblica - primera parte

Autor: Julio Vallarino

La palabra revelación proviene del latín re-velare y su significado es descubrir algo. Estudiando la etimología de esta palabra se pueden realizar varias distinciones: 
a)    entre revelación activa, es decir, la palabra pronunciada por Dios y revelación pasiva el contenido, de esa palabra pronunciada;
b)    según el medio, es decir, puede ser revelación inmediata o revelación mediata;
c)    según el receptor, es decir, revelación pública o revelación particular;
d)    y finalmente la revelación puede ser natural o sobrenatural.

En las Escrituras Hebreas se entiende por revelación, la palabra dabar de Dios, dirigida a su pueblo Israel a través de la historia. Esta palabra está cargada de dinamicidad y reclama obediencia, conduciendo a la persona que la recibe a la acción (Gn. 12,1-3; Ex. 3,1-6; 1Sam. 3,4-10; Is. 6,1-9; Jr. 1,1-10). Para el pueblo hebreo, destinatario de las promesas, el punto central de la revelación es la Alianza (Ex 19), la cual se convierte en la Palabra de Dios por excelencia, plasmada en la Ley y meditada como Sabiduría; siguiendo a algunos autores y autoras, cuando uso este término, Escrituras Hebreas, me refiero al Antiguo Testamento y cuando utilizo Escrituras Cristianas me refiero al Nuevo Testamento, pues considero el término Antiguo Testamento algo despectivo, como superado y de alguna forma este concepto no se enmarca dentro de una relación de diálogo y respeto por el judaísmo.

La revelación es producto de la gratuidad de Dios (Gn. 12,1-3; Ex. 3,1-6; 1Sam. 3,4-10; Is. 6,1-9; Jr. 1,1-10), de una decisión libre, anterior a toda otra acción del mismo Dios: “nos ha elegido en El antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado” (Ef. 1,4-6 cf Jn. 17,24; 1Pe. 1,20; Hch. 1,7-8; 5,27; 1Cor. 1,8-9; 1Jn. 3,1; Rm. 8,29; Jn. 1,12). Es la manifestación libre de Dios a la humanidad y a la historia y en la historia. Manifestación gratuita y nueva que llama a la humanidad y la invita a la fe.

Se revela porque así lo quiere: “Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre el haz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramente hecho a vuestros padres…” (Dt. 7,6-8 cf Ex. 19,6-8; Dt. 14,2; Is. 62,12; Jr. 2,3; Am. 3,2; Jn 15,16; 1Cor 1,26-29; 1Jn. 4,10.19). Toma la iniciativa por amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo…” (1Jn.4,10 cf 1Jn 4,19; Gal 4,4-5). Se entrega en su ser más íntimo y personal, autocomunicándose en la creación y en la historia: “lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver  a la inteligencia a través de sus obras…” (Rm. 1,19-20 cf Sab 13,1-9; Si 17,8; 1Co 1,21).

La revelación es palabra, encuentro y presencia de Dios que se comunica en el cosmos. En cuanto palabra, la revelación es acción por la que una Persona que es Dios, se dirige a otra u otras: la Humanidad, abierta a la comunicación. Por esto la revelación tiene contenido, es decir un mensaje, es interpelación que provoca una respuesta y es autocomunicación que descubre la actitud interna de quien emite el mensaje y provoca la respuesta. Esta es la categoría principal que reflejan las Sagradas Escrituras, para explicar la palabra de Dios (Gn. 12,1-3; Ex. 3,1-6; 1Sam. 3,4-10; Is. 6,1-9; Jr. 1,1-10). Por ello la revelación es dinámica, revela y enseña, es personal.

En cuanto encuentro, exige un yo y un tú; una relación interpersonal donde actúan dos libertades, la de Dios y la de la humanidad y, por ello, la reciprocidad es mutua: puro diálogo. Esta relación interpersonal entre Dios y la humanidad se da en la intimidad, lugar en donde experimentamos la amistad y el amor de Dios.

En cuanto presencia se establece una relación de Alianza construida sobre la elección libre y  gratuita, el contrato y la promesa: “Así habla Yahveh, tu creador Jacob, tu plasmador Israel, no temas que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Si pasa por el agua yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de Israel tu salvador” (Is 43,1-3).

En cuanto comunicación es una comunicación viva, que interpela, requiere de la presencia de Dios y de la humanidad: Dios revela su plan a la humanidad, “el misterio de su voluntad” (Ef. 1,9), “mantenido en secreto durante siglos” (Rm. 16,25), “escondido en Dios” (Ef. 3,9), “en el cual estaban ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col. 2,2-3), destinado “desde antes de los siglos para gloria nuestra” (1 Co. 2,7), un plan que se va construyendo y revelando en la historia. Una historia que es creada por Dios (Gn 2,4). Que es construida y escrita por la Humanidad y por Dios: con promesas (Gn 12,1-9), liberaciones (Ex 13,17-22; 14,15-31), infidelidades (Ex 32; Dt 9,17), alianzas (Ex 34; Jos 24), conquistas (Jos 6), dificultades y derrotas (2Cro 36), esperanzas (Esd 1). Una historia que no es la Palabra de Dios, pero sí palabra de Dios a la Humanidad. Donde Dios utiliza el lenguaje humano. Donde todo lo hace Dios y todo lo hace la Humanidad. En la que Dios irrumpe mediante la encarnación porque la historia es el lugar de la revelación de Dios a la humanidad.  Esta historia necesita ser interpretada y la clave hermenéutica es la Encarnación: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1,14; Ga 4,4-5).

La revelación cristiana se entiende solamente dentro de la historia entendida como Historia de la Salvación. Por lo tanto, la historia es teleológica. Parte de un origen que es la creación (Gn 1) y  tiende a un fin o consumación que es el señorío de Cristo (Fi 2,10-11) y por lo tanto cristocéntrica, pues Jesucristo es “el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap 22,13).

Para el cristianismo la revelación es Jesucristo, verdadero Dios: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn. 1,1) y verdadero Hombre: “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga. 4,4); afirmación que más adelante realizarán los concilios de Calcedonia (año 451) y Constantinopla II (año 381) y III (año 680).

Jesucristo es la revelación del Padre: “revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen” (Rm. 16,25-26) que nos comunica el designio divino, que la humanidad participe de la divinidad (Ef 1,3-10; 2,18.22; 2Pe 1,4; Jn 1,12; 14,20; 1Co 1,9; 1Jn 1,3).

La participación de la humanidad en la vida divina (Sab 2,23; 6,18 ss; Hch 17,28; 2P2 1,3-4) requería la encarnación: “Cristo ha sido predestinado desde toda la eternidad a esta divinización. La encarnación, pues, no es debida al pecado. Así como Dios es inmutable, del mismo modo la predestinación de Cristo es inmutable. Era, pues, necesario que aquél se encarnara para que el hombre pudiese ser deificado” (Honorio de Autún citado por J. Bórmida, 1999, p. 217).

La revelación es un encuentro entre personas. Dios sale al encuentro de la Humanidad (Gn. 12,1-3; Ex. 3,1-6; 1Sam. 3,4-10; Is. 6,1-9; Jr. 1,1-10), siempre toma la iniciativa. Este es un encuentro siempre progresivo y siempre limitado: “Ahora vemos como en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (1 Cor. 13,12).

La revelación es diálogo. En esta relación dialogal se encuentran dos misterios: el misterio de Dios y el misterio de la humanidad. En este diálogo Dios sigue siendo Dios y la humanidad sigue siendo humanidad: “Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex. 33,11; Num 12,8; Dt 34,10; Jn 15,15). Dios habla y su hablar es eficaz, crea la realidad que pronuncia: “Dijo Dios: -Haya luz-, y hubo luz (Gn. 1,3). Todo el relato de la creación presenta la eficacia de la Palabra de Dios: Gn. 1,6 (el firmamento); 1,9 (la tierra y los mares); 1,11 (la vegetación); 1,14 (las estrellas y los astros); 1,20 (animales marinos y voladores); 1,24 (animales terresrtres); 1,26 (la humanidad). En el diálogo con la humanidad su Palabra es eficaz, fecunda, fructífera: “Como baja la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que de semilla al sembrador y pan al que come; así será la Palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is. 55,10-11). Todas las Sagradas Escrituras nos muestra a Dios hablando y actuando a la manera humana.

En la Escrituras Hebreas se revela Dios junto a su pueblo: “Yahveh iba al frente de ellos…” (Ex. 13,21-22; Ex. 40,36 ss; Dt. 1,33; Sal. 78,14; 105,39; Ne. 9,19; Sab. 10,17-18; 18,3; Is. 4,5; Jn. 8,12; 10,4). El pueblo experimenta que el obrar de Dios va construyendo la historia: liberación de los opresores (Ex 14,15-31), alimento y agua en el desierto (Ex 16 – 17),  presencia a través de la Tienda del Encuentro (Ex 33,7-11), promesa de la tierra (Dt 1,8); entrada en la tierra prometida (Dt3,14-17), conquista de las ciudades existentes en la tierra de la promesa ratificación de la alianza (Jos 6,1-18; 8,14-25; 10,28-43; 11,5-14; 12-13). La experiencia de la cercanía y presencia de Dios junto al pueblo llega al punto de que el mismo Dios abandona la ciudad santa y el Templo para estar junto a su pueblo en el destierro (Ez 10,18-22; 11,22-24).

En las Escrituras Cristianas se revela Dios encarnado: Jesucristo; sus dichos y hechos son la revelación que finalizará cuando “todo tenga a Cristo por Cabeza” (Ef. 1,10). Cristo, tiene la primacía en el orden de la creación natural por su preexistencia junto a Dios (Col 1,15-17 cf Rom 8,29; Heb 1,3; Jn 1,3) y en el orden de la recreación sobrenatural por su resurrección y glorificación (Col 1,18-20). Encarnado en la persona histórica de Jesús de Nazaret es la visible “Imagen de Dios invisible” (Col. 1,15) en quien “reside toda la plenitud de la Divinidad” (Col. 2,9), por quien tenemos acceso al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn. 16,6).

Jesucristo une lo divino, preexistente y glorificado, con lo creado, la humanidad y el cosmos por medio de su Encarnación y Resurrección (Mt 11,27; Jn 1,14; 17,1-3). 
A manera de conclusión, podemos afirmar que libre y gratuitamente, Dios se revela a la Humanidad, lo único que lo mueve es el amor. Se manifiesta en la historia comunicándose a Sí mismo en forma progresiva de manera que la humanidad pudiera ir descubriendo su presencia.  La máxima expresión de su revelación es Jesucristo: “el cual siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Fil. 2,6-7).

Bibliografía

Vallarino, Julio: “Ensayo sobre Teología Fundamental” (2005).
Bórmida, Jerónimo: “Teología Fundamental” (1999)
E.F. Harrison: Diccionario de Teología (2002)
Holman: Diccionario Bíblico (2003)
Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación (1965)





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