Reflexión semanal: 3 er. Domingo después de Pentecostés. Mateo 10:24-39



1.     El texto en su contexto.

 

El relato evangélico de hoy es parte del sermón de Jesús en el relato de la elección y el envío de la comunidad apostólica.  Habla sobre el discipulado. En este capítulo, sobre el ser discípulo o discípula de Jesús, el Maestro deja establecidos varios aspectos que debemos de tener en cuenta:

1-    Jesús advierte a sus discípulos y discípulas que recorrerán su mismo camino: traición, persecución, cárcel y ahí justamente serán sus testigos (vv 24-25 cf. 16-20):

“Un estudiante no es más importante que su maestro, ni un esclavo más importante que su amo. Un estudiante debe estar satisfecho de ser como su maestro. Un esclavo debe estar satisfecho de ser como su amo. Si al jefe del hogar se atrevieron a llamarlo Beelzebú, ¿qué no le dirán al resto de la familia?”

 

2-    Enseña que deben temer a Dios y no a la gente que les rechaza o persigue, pues todo está bajo el cuidado y protección de Dios, aunque en su momento no entendamos lo que sucede o por qué sucede (vv 26-31):

“Así que no tengan miedo de ellos, pues no hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a darse a conocer. Lo que les digo en la oscuridad, repítanlo a pleno día; lo que les digo al oído, quiero que lo proclamen desde las azoteas. No les tengan miedo a los que matan el cuerpo pero no el alma. Más bien témanle a Dios que puede destruir tanto el cuerpo como el alma en el infierno. Se compran dos pajaritos con sólo una moneda, pero aun cuando son capturados no dejan de estar bajo el cuidado de su Padre. Dios les tiene contados a ustedes hasta sus cabellos. Así que no tengan miedo, ustedes valen más que muchos pajaritos”

 

3-    Que no deben sentir vergüenza de la fe que profesan (vv 32-33):

“Si ante la gente alguien está dispuesto a decir que cree en mí, yo también lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero al que me niegue ante los demás, yo también lo negaré ante mi Padre que está en el cielo

 

4-    Y la radicalidad del seguimiento con los respectivos costos de incomprensión, rechazo, conflicto (vv 34-39):

No crean que he venido para traer paz a la tierra. No he venido para traer paz, sino para traer desacuerdo y para  causar divisiones en la familia:

“El hijo estará en contra de su papá.

La hija estará en contra de su mamá.

La nuera estará en contra de su suegra.

Los enemigos de uno serán sus propios parientes”. 

El que ama a su papá o a su mamá más que a mí, no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no acepta la cruz que se le entrega al seguirme, no merece ser de los míos. El que se aferra a su vida, la perderá; pero el que dé su vida por mí, la encontrará

 

El evangelio de Mateo se escribió en un contexto difícil, entre los años 80 y 90, apenas una década después de la catástrofe en que Jerusalén fue arrasada y el Templo incendiado a manos de los soldados del imperio romano. A partir de ese momento la corriente farisea que busca unificar el judaísmo excluye cualquier pluralismo hasta que en la Asamblea de Yamnia (entre los años 85 y 90) se expulsa a la secta de los nazarenos del judaísmo. La secta de los nazarenos éramos nosotros y nosotras, el cristianismo.

 

Estas comunidades, integradas por judíos que aceptaron a Jesús como Mesías quedaron fuera de la sinagoga y por consecuencia, desprotegidos ante el imperio romano que les obligaba a rendir culto a sus divinidades; por lo tanto, triplemente perseguidos: por sus familiares que se mantenían dentro de la fe judía, por la sinagoga que era el sistema religioso judío y por el imperio romano pues quedaron sin la cobertura – protección de la sinagoga. A estas personas, se dirige el Evangelio de Mateo.

 

Un Evangelio, entonces, escrito en tiempos de vulnerabilidad y exclusión.

 

2.     El texto en nuestro contexto

 

Cabe preguntarse ¿qué sucede en nuestro tiempo y nuestro contexto con el discipulado?

 

Vivimos tiempos de pandemia, donde el aislamiento social y la cuarentena atentan contra las iniciativas de formar comunidad y vivir la solidaridad. Tiempos de individualismo, donde la competencia y la superación sobre el otro o la otra, en lugar de la superación de sí mismo, es un valor establecido. Tiempos de consumismo y comercialización donde todo es una oportunidad para ganar más dinero a costa de las necesidades humanas, incluso, a costa de la pandemia; desde los grandes laboratorios hasta las personas en los barrios que fabrican tapabocas para la comercialización.

 

En este contexto, recorrer el camino de Jesús significa optar por la ortopraxis y no por la ortodoxia. Sin lugar a dudas esto nos llevará a enfrentarnos a la nueva “normalidad” que se está estableciendo: parientes, amistades, gente conocida o compañera de trabajo, etc (vv 24-25); sin embargo, en este nuevo contexto, donde podríamos estar tomando el concepto de varios pensadores y afirmar que es la caída de la civilización que conocíamos hasta el momento; no deja de ser,  confiando en la providencia y protección de Dios (vv 26-31), una oportunidad para dar testimonio de nuestra fe (vv 32-33) que exige un amor y entrega radical (vv 34-39).

 

Tal vez, lo más difícil del discipulado es la radicalidad que exige Jesús. Una radicalidad que duele. Poner a los seres más queridos que tenemos en un segundo plano porque en primer lugar está Dios. ¿Quiénes estamos dispuestos o dispuestas a dejar de lado a nuestra madre, a nuestro padre, a nuestro esposo o esposa, a nuestros hijos o hijas para seguir a Jesús en una ortopraxis radical? Seguramente pondríamos en la balanza de nuestros sentimientos ¿qué es más importante, mi familia o esta persona en situación de calle; mis seres queridos o este alcohólico o adicto necesitado; renunciar a mis afectos por esto?

 

Justamente de esta elección se trata el seguimiento. Si no tenemos la disponibilidad de dejar que otros entierren a nuestros seres queridos para dedicarnos a la construcción de una nueva civilización, que se ajuste más al proyecto de Jesús, no somos parte de sus discípulos; Él dijo:

Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. (Mt. 8:22).

 

Podemos mantenernos en la ortodoxia, orar en nuestras casas, ir semanalmente al templo, dar limosna, leer la Biblia haciendo lo políticamente correcto y seres buenos ciudadanos y buenos cristianos pero no seremos discípulos de Jesús. Lo que nos identifica como tales es la ortopraxis, es decir, nuestra práctica cotidiana del discipuado, que no es otra cosa que hacer lo que Jesús hizo; y eso, seguramente, nos ganará muchísimos enemigos, incluso dentro de nuestros hermanos en la fe.

 

En nuestras manos está la decisión y en las manos de Dios, el otorgarnos la gracia para llevarla adelante:

Mi gracia te gasta (2 Cor. 12:19).

 

Buena semana para todos y todas.

+Julio.


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