Reflexión semanal - 2° Domingo después de Pentecostés: Mt. 9:35-10:8


 


1.     El texto en su contexto:

La liturgia cristiana es muy rica y variada según las tradiciones de cada denominación. La ortodoxia conmemora hoy a Todos los Santos; en occidente, bajo la influencia romana, se conmemora Corpus Christi; otras denominaciones que nos regimos por el Leccionario Ecuménico, por entender que contribuye a la unidad de la Iglesia de Jesucristo, conmemoramos el segundo domingo después de Pentecostés, donde se nos propone el Evangelio de Mateo, capítulo 9, versículo 35 al capítulo 10, versículo 8.

Este relato, generalmente lo leemos fraccionado, por una parte el texto de 9:35-38 donde Jesús siente compasión de la multitud que le sigue y por otra 10:1-8 el llamado y envío de los Doce, cuando en realidad podemos afirmar que es un único relato en secuencia. 

ü  Primera parte de la secuencia: Jesús ve la gente que le sigue y siente compasión (vv 36). El texto bíblico es claro: “Cuando Jesús veía a todos los que lo seguían, sentía compasión por ellos, pues estaban agobiados e indefensos. Eran como ovejas que no tienen pastor”.

Quienes le seguían era el pueblo sencillo, los pobres, las viudas, los enfermos, las prostitutas, los leprosos, los endemoniados … la gente excluida de la sociedad judía, aquel sector que era considerado por la clase política y religiosa como pecadores y por lo tanto, marginados del pueblo de Dios, desheredados de las promesas divinas, infieles a la Alianza de Dios con su pueblo. De esta gente es de quien Jesús se compadece porque a ellas había venido:

 “Entonces Jesús regresó a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Como de costumbre, fue a la sinagoga en el día de descanso y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron el libro del profeta Isaías, lo abrió y encontró la parte donde está escrito: «El Señor ha puesto su Espíritu en mí, porque me eligió para anunciar las buenas noticias a los pobres. Me envió a contarles a los prisioneros que serán liberados. A contarles a los ciegos que verán de nuevo, y a liberar a los oprimidos; para anunciar que este año el Señor mostrará su bondad». Luego Jesús enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga le ponían mucha atención. Entonces Jesús les dijo: —Lo que acabo de leerles se ha cumplido hoy ante ustedes” (Lc. 4:16-21).

Con Jesús, inicia el Año de Gracia del Señor, el Tiempo de Jubileo, “Dios que es rico en misericordia” (Ef. 2:4),  amó tanto al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3:16) y la vida eterna, comienza en este mundo con vida digna, vida plena, vida abundante (cf. Jn. 10:10). Con Jesús inician los tiempos mesiánicos, los tiempos de la paz con justicia, los tiempos de la inclusión y la fraternidad porque nos revela que Dios es Padre y nosotros somos hermanos y hermanas.

Esta gente se contrapone a aquellos que se consideran herederos de la fe, observantes de los mandamientos, justos por cumplir con todos los preceptos; como si por practicar determinada religión ya Dios les hubiera justificado. De ellos Jesús dice:

 “¡Pobres de ustedes maestros de la ley y fariseos! ¡Hipócritas! Ustedes dan a Dios la décima parte de todo lo que cosechan, incluso de la menta, del anís y del comino. Pero se olvidan de las enseñanzas más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad a Dios. Eso es lo que deberían hacer sin dejar de hacer lo otro. ¡Ustedes son guías ciegos! Son como el que saca un mosquito de su bebida y luego se traga un camello.

 ¡Pobres de ustedes maestros de la ley y fariseos! ¡Hipócritas! Ustedes son como los vasos y los tazones que se lavan sólo por fuera. Por dentro, siguen llenos de codicia y egoísmo. Fariseos ciegos, limpien el vaso primero por dentro para que quede limpio por dentro y por fuera.

 ¡Pobres de ustedes, maestros de la ley y fariseos! ¡Hipócritas! Ustedes son como los sepulcros pintados de blanco. Se ven muy bonitos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y toda clase de suciedad. Lo mismo pasa con ustedes, parecen buenos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.

 ¡Pobres de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Porque edifican los sepulcros de los profetas y adornan los monumentos de los justos. Ustedes dicen: “Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros antepasados, no hubiéramos sido sus cómplices en el asesinato de los profetas”. Por lo tanto, están reconociendo que ustedes son descendientes de los que mataron a los profetas. ¡Entonces sigan y terminen lo que sus padres empezaron!

 ¡Serpientes! ¡Partida de víboras! ¿Cómo creen que se van a salvar de ser echados al infierno? Por eso les digo esto: les enviaré profetas, hombres sabios y maestros. Ustedes matarán a unos de ellos y a otros los colgarán en la cruz para matarlos. A otros los golpearán en sus sinagogas y los perseguirán de pueblo en pueblo. Como resultado, ustedes pagarán por la muerte de todos los justos del mundo que han sido asesinados desde el asesinato de Abel, quien hacía la voluntad de Dios, hasta el asesinato de Zacarías, hijo de Berequías. A Zacarías ustedes lo asesinaron entre el santuario del templo y el altar. Les digo la verdad: Esta generación será castigada por todo esto. (Mt. 23:23-36).

  Segunda parte de la secuencia: frente a la realidad que conmueve a Jesús, constatando que el trabajo que queda por delante para establecer el Reinado de Dios es grande, llama colaboradores (9:37 - 10:1). De entre todos los seguidores elige a Doce (10:1). Un número muy significativo, pues doce eran los hijos de Jacob que dieron origen a las tribus de Israel, el pueblo de Dios, cuya misión era ser luz para todos los pueblos de la tierra (Is. 60.3). Con esta elección Jesús está poniendo los cimientos del nuevo pueblo de Dios, un pueblo diverso puesto que había pescadores, cobradores de impuestos (colaboracionistas con el imperio), integrantes del partido revolucionario (zelotes), entre otros. E inmediatamente realizada la elección se produce el envío. 

  Tercera parte de la secuencia: Al igual que en otros tiempos, el pueblo de Dios recibió la misión de ser luz (Is. 60:3): “los pueblos caminarán a tu luz”, y bendición (Gn. 12:3): “serás bendición para todos los pueblos de la tierra”; el nuevo pueblo recibe una primer misión:

“Jesús envió a los doce y les dio estas instrucciones: «No vayan a la gente que no es judía y tampoco a ningún pueblo donde vivan los samaritanos. En vez de eso, vayan a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Vayan allá y díganles: “El reino de Dios está cerca”. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, sanen a los leprosos y expulsen demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, así que también den gratuitamente. No lleven nada de dinero consigo: ni oro, ni plata, ni cobre. No lleven provisiones para el camino, ni ropa para cambiarse, ni otro par de sandalias, ni un bastón, porque los que trabajan merecen recibir su sustento.

»Cuando entren a una ciudad o a un pueblo, busquen a alguien que sea digno de confianza y quédense en su casa hasta que ustedes se vayan. Cuando entren a esa casa, digan: “La paz sea con ustedes”. Si esa familia les da la bienvenida, entonces ellos son dignos de su bendición de paz y esa bendición se quedará con ellos. Pero si la gente de allí no les da la bienvenida, entonces llévense consigo la bendición de paz que les desearon, porque no la merecen. Si en una casa o pueblo no les dan la bienvenida ni los escuchan, salgan de ahí y sacúdanse el polvo de los pies. Les digo la verdad: en el día del juicio le irá mejor a Sodoma y Gomorra que a la gente de ese pueblo (Mt. 10:5-15).

Misión que más adelante se ampliará a toda la humanidad:

“Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Así que vayan y hagan seguidores en todas las naciones. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que yo les he mandado” (Mt. 28:19-20).

El contenido de la misión es claro:

Anunciar una civilización de paz con justicia, eso significa “la cercanía del Reinado de Dios”.

Sanar las heridas de la humanidad, eso significa “sanar a los enfermos”.

Restablecer la esperanza en la gente, eso significa “resucitar a los muertos”.

Incluir a quienes están fuera del sistema político y religiosos, eso significa “sanar a los leprosos”.

No demonizar aquello que desconocemos o no aceptamos, eso significa “expulsar a los demonios”.

 

2.     El texto en nuestro contexto:

El siglo XXI presenta grandes desafíos al cristianismo. Problemas como desigualdad de género, violencia de género y generaciones, racismo, fobias a las personas de la diversidad sexual; sumado a otros como:

ü la creciente desigualdad entre los países ricos y los países pobres, desigualdad que produce desempleo, situaciones de calle, hambre, enfermedades, migraciones masivas;

ü la explotación salvaje de los recursos naturales, patrimonio de toda la humanidad pero expropiados por unos pocos; explotación que produce deforestación y quemas indiscriminadas; industrialización irresponsable, contaminación del suelo, el aire y el agua; extinción de especies animales y vegetales; afectando a grandes sectores de la humanidad;

ü la falta de ética en el uso de las tecnologías, produciendo manipulación genética en semillas y especies animales, generando desempleo al reemplazar desmedidamente el trabajo humano, la carrera armamentista, la manipulación y control de la información a través de las redes sociales y los grandes medios masivos de comunicación.

En fin, grandes desafíos que como integrantes del nuevo pueblo de Dios debemos contribuir a resolver, llevando esperanza a estos sectores de  la humanidad, de los cuales, Jesús siente compasión.

Como cristianos tenemos dos opciones:

La primera, sentirnos salvados porque somos cristianos, porque cumplimos con los mandamientos de Dios y las prácticas de nuestra denominación cristiana, porque vamos al templo y oramos, damos limosna … igual que los fariseos, escribas y maestros de la ley.

La segunda, identificarnos con los grupos que seguían a Jesús, experimentar el llamado, en primer lugar para formar parte  de la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica como la identificaron los Padres de la Iglesia y los grandes Concilios Ecuménicos; una única iglesia, presente en todas las culturas que se manifiesta a través  de muchas denominaciones que creen en Jesús y se comprometen en el anuncio de su Buena Noticia, en primer lugar al cristianismo que ha dejado de ser “luz” y “bendición” para la humanidad y en segundo lugar, a toda la humanidad.

Jesús es radical. Su llamada es radical. Su misión es radical. No existen terceras opciones, dice Jesús: “Como eres tibio, no frío ni caliente, te voy a escupir de mi boca” (Ap. 3:16).

 

Tengan todos y todas una bendecida semana.

Unidos en la oración y el testimonio.

Julio.

 


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