Domingo de la vigésima cuarta semana del Tiempo de Misión en la Diversidad: La Iglesia llamada a amar sin preocuparse de raza, etnia, situación económica, ideología política, género u orientación sexual
Mc 12,28-34
1.
El
texto en su contexto:
Marcos nos relata la
historia de un Maestro de la Ley, que se incorpora a la Iglesia, transitando de
la soberanía absoluta de Dios confesada en el judaísmo al reinado de Dios
manifestado en Jesucristo.
La Biblia Hebrea
contenía decálogos, preceptos, códigos, listados de decisiones de
jurisprudencia, tantos que la tradición consideraba 613 preceptos. El Maestro
de la Ley pregunta sobre el más importante (vv28) a lo que Jesús responde no
con uno, sino con dos mandamientos, ambos están estrechamente unidos. El más
importante es el amor a Dios (vv 29-30). Los judíos piadosos estaban
acostumbrados a recitarlo varias veces al día a través del Shemá Israel, ese
mandamiento estaba enraizado en la vida y la historia del pueblo; pero amar a
Dios sin amar a quienes son su imagen y semejanza (Gn 1,27) no se puede, por
eso, Jesús liga dos preceptos de la Biblia Hebrea: el amor a Dios (Dt 6,5) y el
amor al prójimo (Lv 19,18), finalizando con una sentencia categórica “no hay
mandamiento mayor que éstos (vv 31b); por lo tanto, todo queda sometido a estos
dos.
El Maestro de la Ley
que ha reconocido en Jesús al Mesías ratifica lo expuesto por Jesús (vv 32-33) haciendo
referencia a otros textos de la Biblia Hebrea (Dt 4,35; Is 45,21) y aporta una
clave fundamental para regular la relación con Dios y con la humanidad: amar a
Dios y al prójimo es más importante que todos los actos de culto (vv 31), una
doctrina que tampoco era extraña a los judíos piadosos (Is 1,10-20; Sal 50;
Eclo 34-35).
2. El texto en nuestro contexto:
El cristianismo no es
ajeno a establecer mandamientos, preceptos, dogmas, constituciones, documentos
eclesiales, códigos de derecho canónico … sin lugar a dudas, hemos superado con
creces los 613 preceptos del judaísmo olvidándonos de la enseñanza de Jesús.
Solo dos mandamientos
son importantes: amar a Dios y amar al prójimo, más importantes que ir a misa,
más importantes que celebrar los sacramentos, más importantes que rezar las
novenas y rosarios, más importantes que las exposiciones del Santísimo, más
importante que las misas de sanación, más importantes que los cultos de
liberación y exorcismo, más importante que los diezmos y limosnas, más
importantes que obedecer las enseñanzas de la Iglesia, más importantes que cualquier
concilio; afirma Jesús: “no hay mandamiento mayor que éstos (Mc 12,31) y quien
pretenda lo contario miente. El apóstol Juan lo expresa claramente: “si alguno
dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama
a su hermano a quien ha visto; Como puede amar a Dios a quien no ha visto? (1Jn
4,20).
No es posible amar a
Dios si no se ama al prójimo, y ¿cómo amar al prójimo cuando juzgamos,
discriminamos, condenamos, excluimos? ¿cómo predicar el amor a Dios cuándo se
manifiesta tanto odio en las iglesias? ¿cómo dar un testimonio coherente al
mundo cuándo las iglesias no son capaces de cumplir los únicos dos mandamientos
que Jesucristo nos confió? Habrá quien diga “amo a Dios y amo al prójimo pero
odio el pecado”. Son mentirosos. Sus discursos son de odio. Sus enseñanzas no
provienen del Evangelio. En nombre del amor al prójimo y el odio al pecado, la
Iglesia ha cometido las mayores atrocidades de la historia y las sigue
cometiendo; solo basta recordar las miles de personas perseguidas, detenidas,
torturadas y ejecutadas por la Santa Inquisición. Echemos una mirada a nuestro
contexto: condena a personas divorciadas, a gays y lesbianas, a trans; basta
constatar las campañas de odio del fundamentalismo cristiano.
El relato evangélico de
hoy nos invita a la conversión. A redescubrir el mensaje liberador, sanador e inclusivo
de Jesucristo a la luz de Lc 10,25-37: prójimo es quien ejerce la solidaridad
sin preocuparse de raza, etnia, situación económica, ideología política, género
u orientación sexual (Hch 10,34).
Hoy, las Iglesias
debemos detenernos a identificar a nuestros prójimos que seguramente no les
encontraremos en el Templo sino en lugares de dudosa reputación (Mc 16,7 cf Mt
4,15), en lugares y situaciones que comprometen nuestra tradición cristiana.
Sin embargo, es ahí donde debemos estar, junto a los migrantes: cubanos,
peruanos, bolivianos, venezolanos; junto a las personas con uso problemático de
drogas; junto a las personas GLTBI; junto a las personas que viven en la calle;
junto a las mujeres que han abortado; junto a las personas divorciadas y las
divorciadas vueltas a casar; junto a las trabajadoras y trabajadores sexuales …
junto a todas las personas que el cristianismo ha victimizado durante siglos
mediante doctrinas fundamentalistas alejadas de los dos mandamientos dejados
por Jesús.
De nada sirve la
participación en la Eucaristía de hoy, si hoy no salimos al encuentro de
nuestros prójimos.
Buena semana para todos
y todas
+Julio, Obispo de la
IADC.
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