La Iglesia, discípula de Jesús, manifiesta al Padre.
5º Domingo del tiempo
de la Manifestación de Dios a todos los pueblos
Ciclo A – Mt 5,13-16
1. El texto en su contexto:
El escenario es el
Sermón del Monte (Mt 5-7) reflexionábamos la semana pasada sobre la ética del
discipulado (5,1-12). Esta semana se nos propone otro desafío: manifestar el
amor incondicional de Dios (Jn 3,16) a toda la humanidad (Hch 10,34), no solo a
quienes piensan como pensamos nosotros y nosotras, no solo a quienes hacen lo
que nosotros y nosotras esperamos que hagan; el desafío es seguir a Jesús en el
discipulado, pensar como pensó Jesús, decir lo que dijo Jesús, hacer lo que
hizo Jesús, pero en nuestro contexto no en el suyo, asumiendo los desafíos del
mundo actual.
Los ejemplos de la sal
y de la luz, propuestos por Mateo, están presente en los sinópticos, es decir
en Marcos y Lucas. Sin lugar a dudas era un tema central para la iglesia
apostólica. La sal transforma los sabores y fue utilizada durante miles de años
para conservar los alimentos, pero si se desvirtúa ya no sirve para su uso
(versículo 13). La luz puesta en alto alumbra a todas las personas en un
determinado espacio, pero si en lugar de colocarse en alto se esconde, dentro
de un baúl, bajo una mesa … deja de cumplir su función (versículo 14) ya no
alumbra a todas las personas. Cada vez que el Antiguo Testamento presenta el
tema de la luz hace referencia a la salvación (Sal 27,1; Is 9,2[1]; 58,8.10;
60,1-3) que en algunos pasajes se identifica con el mismo Dios (Is 60,19-20 cf
Ap 21,23).
Jesús, encomienda a las
comunidades discipulares, transformar como lo hace la sal; mostrar, manifestar
como lo hace la luz. No con palabras sino con acciones manifestando a Dios
(versículo 16).
2. El texto en nuestro contexto:
El profeta Isaías dice
que la “oscuridad cubre la tierra y la noche envuelve a las naciones” (Is
60,2).
Vivimos en una sociedad
y una cultura que ha prescindido de Dios. Sin lugar a dudas, las comunidades
eclesiales no hemos sabido ser sal y ser luz. Perdimos la capacidad de
transformar y comenzamos a repetir; hicimos de la tradición recibida una
doctrina fundamentalista y dogmática, sin capacidad de adaptarla a los nuevos
escenarios de la humanidad, sin dialogar con los hombres y las mujeres de cada
tiempo, sin hacer de la tradición: memoria y proyección. El individualismo, el
prejuicio, la falta de solidaridad, el consumismo, la intolerancia se han ido
instalando y afianzando en nuestra civilización. Jesús nos confió construir una
civilización de la solidaridad y hemos creado una civilización del terror:
juzgando, condenando, discriminando, excluyendo. Perdimos la capacidad de
manifestar a un Dios rico en misericordia (Ef 2,4) que sale al encuentro de la
humanidad (Lc 15,20) y en su lugar presentamos a un “dios” sanguinario y cruel
que reclama, que juzga y condena implacablemente; sin lugar a dudas, un ídolo a
imagen de los poderosos de este mundo, bien sean políticos o religiosos.
Jesús, la luz del mundo
(Jn 8,12)
comparte esta cualidad, con sus discípulas y discípulos. Las comunidades
eclesiales hemos recibido la luz de Jesucristo no para mantenerla escondida en
los recintos sagrados, sino para comunicarla a la sociedad y la cultura en que
nos ha tocado vivir; al comunicarla a través de nuestras palabras y obras,
siguiendo el ejemplo del Maestro (Hch 10,38), manifestamos al Dios que nos
salva (Lc 1,47), estableciendo justicia (Lc 1,51-54) y cumpliendo su promesa de
misericordia para todas las personas, en todos los tiempos y en todos los
lugares (Lc 1,50).
Una comunidad, que se
denomina cristiana, no puede ni debe excluir a nadie, porque recibe de su Señor
el mandato de convocar e incluir a todas las personas en la fiesta de la vida
(Mt 22,9-10). Su misión en la sociedad y la cultura es transformar aquellas
situaciones de injusticia, opresión y exclusión en situaciones de justicia,
liberación e inclusión, mostrando que otro mundo es posible y está próximo (Mt 4,7);
y manifestar el amor incondicional de Jesucristo a la humanidad (Jn 12,47),
amor incondicional que también es del Padre (Jn 14,9; 10,30) a la humanidad.
Únicamente, tomando
como guía el Evangelio, seremos verdaderamente la Iglesia de Jesucristo que
revela al verdadero Dios (1Jn 4,8) a todos y todas.
Tengan una bendecida
semana, llena de luz +Julio.
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