Tercer Domingo de Pascua
III domingo de Pascua
Apocalipsis 6,1-17
La celebración de la
Eucaristía
San Justino
I Apología en defensa
de los cristianos 66-67
A nadie es lícito
participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos,
y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la
regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos
estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que,
así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo
carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido
que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las
palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra
carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se
encarno.
Los apóstoles, en
efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue
mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en
conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en
sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a
ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas
cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y
permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al
Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
El día llamado del
sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los
que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles
y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.
Luego, cuando el
lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de
exhortación, a la imitación de cosas tan admirables. Después nos levantamos
todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez
que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside
pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo
responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha
pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de
llevárselo a los ausentes.
Los que poseen bienes
de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo
que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de
repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra
causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan
de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los
necesitados.
Y nos reunimos todos
el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación,
cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque
es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos.
Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente
del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos
y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.
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