Quinto Domingo de Pascua: Quienes dicen que aman al pecador pero odian al pecado, son unos mentirosos



5º Domingo de Pascua
Ciclo C – Juan 13,31-35



1.    El texto en su contexto:

A lo largo de su Evangelio, Juan da testimonio de la gloria de Jesucristo (versículos 31-32 cf 1,14; 12,23).

En este discurso de despedida, Jesús mantiene el estilo enigmático que ya se revela en Jn 3,3-4 dando un sentido a sus palabras que la audiencia no capta. A través de este estilo de enseñanza algunas personas alcanzan la fe (2,21-22; 4,10-15.32-34; 11,11-13; 13,6-15.33-38; 14,2-9). Sin embargo, otras rechazan las enseñanzas y se cierran en la incredulidad (6,32-35.52-58; 7,33-36; 8,21-24.31-33.51-53.56-59). Jesús recorrerá el camino de la Pascua, muerte y resurrección, siendo glorificado junto al Padre, este camino no es aún el de la comunidad discipular que debe continuar la tarea evangelizadora (cf 7,34; 8,21).

Jesús va junto al Padre (Jn 16,28; 20,17), pero antes de la partida entrega el nuevo mandamiento, el que libera de las pesadas cargas de la ley religiosa (Mt 11,28-30), el que identifica a las discípulas y los discípulos (versículo 35). El mandamiento del amor al prójimo estaba en las Escrituras (Lv 18.19) y era el broche de oro de una serie de artículos destinados a promover la práctica de la honestidad, de la solidaridad y de la justicia al interior de la comunidad judía. Jesús y la comunidad discipular dan a este mandamiento un alcance universal (Mt 22,39; Mc 12,31.33; Lc 10,27; Rom 13,9; Gal 5,14; Sant 2,8).

La medida de ese amor es la propia vida de Jesús (15,13), entregada al servicio incondicional de todos y todas, pero muy especialmente, de aquellas personas vulneradas por el sistema religioso: los ciegos, los paralíticos, los leprosos, las mujeres, los niños, los pobres, los paganos. Amar como Jesús amó y a quienes Jesús amó, ese es el mandamiento (versículo 34).


2.    El texto en nuestro contexto:

El centro del Evangelio de hoy es el mandamiento nuevo. No es un mandamiento que se suma a la infinidad de preceptos bíblicos y eclesiásticos. Es el mandamiento que nos libera de todos ellos (Mt 11,28-30). Es el único mandamiento que nos obliga. Es el que nos identifica con Jesús, con su vida, con sus enseñanzas, con sus acciones. Es el que hace que la comunidad eclesial sea identificada como discípula,  no porque va a celebrar la Eucaristía, no porque reza la Liturgia de las Horas, no porque predica el Evangelio, no porque practica la infinidad de leyes religiosas, no porque cree en los dogmas y las doctrinas eclesiales.

La comunidad eclesial es identificada como discípula por su capacidad de amar (versículo 35 cf 1Jn 3,14; Hch 4,32-35).

En este quinto domingo de Pascua, el Evangelio nos interpela. Únicamente cuando amemos incondicionalmente, seremos discípulas y discípulos de Jesús. Esto significa que no corresponde a la comunidad eclesial juzgar, condenar, culpabilizar, discriminar. Los cristianos y las cristianas que en nombre de Dios hacen estas cosas son unos mentirosos (1Jn 4,20). Quienes dicen que aman al pecador pero odian al pecado, son unos mentirosos, porque en la práctica juzgaron y condenaron las acciones de determinada persona o grupo, culpabilizaron y excluyeron. El juicio es de Dios no de la Iglesia y pobre de aquella iglesia que se atribuya el juzgar porque no ha entendido el Evangelio de Jesucristo, porque no ha entrado en la novedad del Reinado de Dios, porque sigue atada a las costumbres y las tradiciones humanas.

Renovemos nuestro compromiso como discípulas y discípulos de Jesús, asumiendo radicalmente el amor como instrumento de transformación de nuestras vidas y de nuestros espacios vitales (familia, amistades, vecindario, lugar de trabajo, lugar de estudio, lugar de militancia).


Buena semana para todos y todas +Julio.

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