Reflexión semanal. Tercer Domingo del Tiempo de la Iglesia.

Jesús inicia la misión y envía a la iglesia a continuarla.
 

“Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.”

Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: —Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él.

Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús” (Marcos 1,14-20).



En el relato evangélico de hoy, Marcos presenta a Jesús iniciando su misión profética. Para entender el mensaje es necesario analizar el contexto y lugar en que surge la actividad profética de Jesús y el contenido de sus palabras.

1.    En relación al contexto:

Anteriormente (1,4-14 a), Marcos nos describe cuatro acontecimientos que son el preámbulo de esta misión:

Juan estaba en el desierto al noroeste del Mar Muerto y al norte de Jericó y bautizaba en el río Jordán (Marcos 1,4-8); nada más ni nada menos, que el sitio por el que según la tradición, Josué habría guiado al pueblo hebreo en su entrada a la tierra prometida por Dios (Jueces 3,15-17).

Jesús, al ser bautizado experimenta la elección divina (Marcos 1, 10-11) al igual que en otros grandes momentos de la historia del pueblo hebreo, la predilección de Dios se hace sentir (Gn 22,2; Sal 2,7; Is 42,1).

E inmediatamente se dirige al desierto donde pasa cuarenta días (Marcos 1,12) haciendo una alusión directa a los cuarenta años en que Moisés y el pueblo hebreo se prepararon en el desierto para ingresar a la tierra prometida (Ex. 24,18; 34,28; Dt 8,2-4; Nm 14,33-34; 32,13; 1Re 19,8).

Juan fue encarcelado (Marcos 1,14) por orden del rey Herodes Antipas (Mt 4,12; Mc 6,17-18).

Este es el escenario previo a la manifestación de Jesús como profeta en Israel. Un contexto que nos remite a la gesta de liberación de las tribus hebreas, de consolidación como pueblo elegido y de cumplimiento de las promesas de Dios, que se concretan en su instalación en la tierra de Canaán.

2.    En relación al lugar:

Marcos ubica a Jesús retornando a Galilea, tierra donde inicia su actividad profética.

Como hemos comentado en varias reflexiones anteriores, el poder político y religioso de Israel, consideraba a la población galilea como una tierra de gentiles y paganos, una población impura; por su historia, por su cercanía e intercambio con pueblos paganos, por la presencia del movimiento revolucionario los zelotas, por la situación de pobreza en que se encontraba parte del campesinado, por su falta de religiosidad al no cumplir con las peregrinaciones anuales al Templo de Jerusalén.

Este es el lugar geográfico donde Jesús inicia la actividad profética. Un lugar que nos remite a una población discriminada, excluida, vulnerada en sus derechos y dignidad.

3.    El contenido del mensaje: 

“Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias” (Marcos 1,15)

Es un contenido más que significativo.

El tiempo de espera finalizó y comenzó el reinado de Dios en la historia humana. Aceptar ese reinado exige un acto de fe: cambiar de formas violentas a no violentas, de formas excluyentes a formas inclusivas, de estilos de inequidad a estilos de equidad, de estilos individualistas a estilos solidarios, en las relaciones humanas. El inicio del reinado de Dios, significa la irrupción de la justicia divina en medio a la injusticia humana (Lv 25; Mt 25,31-46).

El reinado de Dios es la certeza de que otro mundo es posible, con paz entre los pueblos (Is 2,4), en armonía con la naturaleza (Is 11,6-9), con inclusión para todas las personas excluidas (Marcos: 1,30-31.32-34.40-45; 2,1.12.13-17; 3,1-6; 5,1-15.25-34.35-43; 7,24-30.31-37; 8,22-26; 10,46-52).

A manera de conclusión:

El reinado de Dios que Jesús comenzó a anunciar en Galilea, es el cumplimiento de las promesas de Dios, de que otro mundo es posible, donde su soberanía todo la gobierna. El tiempo de la espera ya finalizó. Las personas empobrecidas, discriminadas, excluidas, oprimidas, marginadas, invisibilizadas, vulneradas en sus derechos y su dignidad son las destinatarias privilegiadas de esa buena noticia.

Todas y todos somos invitados a formar parte del pueblo de Dios. Jesús puso una sólo condición: tener fe. Nadie puede poner otras condiciones porque no tienen autoridad sobre el Reino y porque tampoco el Reino les pertenece.

La continuación del relato evangélico (Marcos 1,16-20) nos sugiere la actitud que debe de tener la Iglesia como continuadora de la misión de Jesús: escuchar la invitación del Maestro, dejar todo lo que puede obstaculizar la misión y ponerse en camino.

La Iglesia de Jesús, continúa su misión en medio de la sociedad y la cultura, de la política y la economía, de la religión y las diversas actividades humanas, anunciando que el reinado de Dios ya está instalado en medio de la humanidad y que el único requisito para acceder es tener creer y esa fe, es la que hace posible el compromiso en los diversos procesos de liberación e inclusión.

En el relato evangélico de hoy, el evangelista Marcos nos está proporcionando para este tiempo, que como Iglesia, comunidad de discípulas y discípulos de Jesús, estamos dedicando a la oración y el discernimiento, para proyectar la misión 2012, pistas sumamente importantes. Que el Espíritu de Jesús Resucitado –su memoria entre nosotros y nosotras- nos guíe en el camino misionero que tiene proyectado para Diversidad Cristiana.

+ Julio.
22 de enero de 2012.
Tercer domingo del Tiempo de la Iglesia.

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