Mensaje Pastoral en el Día Internacional de la Solidaridad 31 de agosto de 2017
“Tuve
hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve
como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la
dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a
verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y
te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te
vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O
cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ El Rey les
contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos
míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mt 25,35-40).
Introducción
La Comunión de Iglesias
de Tradición Católica y Apostólica, de la que la Iglesia Antigua – Diversidad
Cristiana forma parte, por resolución del 9º Sínodo realizado en San Cosme
(julio 2017), incluyó dentro de las Fiestas Litúrgicas el 31 de agosto como Día
Internacional de la Solidaridad, sumándose así a los organismos de Naciones
Unidas que buscan sensibilizar a la sociedad y la cultura, sobre el valor de la
solidaridad.
Ciertamente no se puede
comprender el Evangelio de Jesucristo sin el componente de la solidaridad.
Afirma Hechos de los Apóstoles que el Señor Jesús “pasó haciendo el bien y sanando” (10,38), dejándonos de esta
manera el ejemplo a seguir; en efecto, de la lectura de los Evangelios se
concluye que su ministerio fue esencialmente solidaridad con aquellas personas
que eran vulneradas en sus derechos y su dignidad (8,1-4; 5-13; 14-16; 28-32;
9,1-7; 10-13; 18-26; 27-31; 32; 11,4-6; 12,9-14; 14,13-21; 34-36; 15,21-28;
29-31; 32-39; 17,14-21; 20,29-34; 22,34-40). En esos gestos de solidaridad
contribuyó a la restitución de la dignidad y los derechos humanos, en
definitiva a la plena humanización que no es otra cosa que el proyecto de Dios.
1. Dios se solidariza con la humanidad.
“Aquel que es la Palabra se hizo
hombre y vivió entre nosotros” (Jn 1,14).
El mayor acto de
solidaridad en la historia de la salvación es la encarnación. Dios mismo asumió
la naturaleza humana haciéndose “uno de
tantos” (Fi 2,6-7) para que la humanidad participara de la vida divina
cuando “Dios sea todo en todos” (1Co.
15,28). En efecto, afirma el Evangelio de San Juan que “Dios amó tanto al mundo, que envió a su Hijo único, para que todo
aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Y la
vida eterna, no es otra cosa que la vida plena, la vida digna y la vida
abundante (Jn 10,10). Desde entonces queda sellado un pacto indisoluble entre
la Divinidad y la humanidad, ser partícipes uno de la vida y naturaleza del
otro.
2. Jesucristo nos pone como norma la
solidaridad.
“Ama al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el
primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a este; dice: ‘Ama a
tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y
los profetas” (Mt 22,37-40).
La solidaridad no es
otra cosa que el amor incondicional y Jesús nos dejó el ejemplo (Jn 15,13). El
mandamiento del amor necesariamente nos introduce en la dimensión de la
solidaridad. El amor a Dios se concreta en el acto solidario hacia las personas
vulneradas en sus derechos y su dignidad (Hch 3,6). Sin el gesto de la
solidaridad nuestro amor a Dios no deja de ser una mentira (1Jn 4,20).
En la parábola del buen
samaritano (Lc 10,25-37) Jesús nos enseña que el prójimo no siempre es quien
nosotros deseamos que sea. En efecto, podría ser alguien a quien rechazamos por
su origen, por su raza, por su color, por su situación económica, por su orientación
sexual. Sin embargo, la persona diferente, en su otredad nos manifiesta el
misterio escondido del Dios encarnado, del Dios que sale al encuentro para
darnos la oportunidad de humanizarnos en el acto solidario del compartir.
La práctica de la
solidaridad nos humaniza y en la medida que nos humanizamos nos liberamos de
los egoísmos, de los individualismos, de los consumimos, de todo lo que separa a
las otras personas.
La solidaridad es la
experiencia del Reino de Dios en forma anticipada.
3. Hacia la construcción de una
Iglesia solidaria.
“Si uno no ama a su hermano, a
quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve. Jesucristo nos ha dado este
mandamiento: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn
4,20-21).
La Iglesia, en cuanto continuadora
de la obra de Jesucristo, transitando entre la sociedad y la cultura, está
llamada a ser portadora y testigo de
solidaridad. No es posible anunciar el Evangelio sanador, liberador e inclusivo
de Jesucristo sin hacer las obras que Él hizo.
Peregrina en una
sociedad que se caracteriza por el individualismo y el consumismo, generando
inmensas diferencias entre quienes tienen todo y quienes no tienen nada; una
cultura patriarcal y machista, generando violencia a través de distintas
expresiones: de género y de orientación sexual; nosotros y nosotras, la
Iglesia, discípula de Jesucristo, sentimos la urgencia de entablar relaciones
solidarias con los colectivos vulnerados en sus derechos y su dignidad, en
nuestro tiempo y nuestros contextos.
Hoy más que nunca, la
sociedad y la cultura necesitan un testimonio claro y sólido de lo que significa
el seguimiento de Jesucristo, más con hechos que con palabras.
A
manera de conclusión
El próximo 31 de
agosto, estaremos celebrando el Día de la Solidaridad. Una celebración que debe
repetirse día a día, todo el año y todos los años hasta el fin de los tiempos.
Esta fecha, es solo para recordarnos que cada día encontraremos las
oportunidades para hacer de este mundo en un lugar de encuentro, de liberación
y de inclusión para todos y todas.
Pero la solidaridad no
termina en las relaciones entre las personas y entre los pueblos; en efecto, “la creación espera con gran impaciencia el
momento en que se manifieste claramente que somos hijos de Dios” afirma San
Pablo (Rm 8,19) y esa manifestación no es otra cosa que el establecimiento de
relaciones de solidaridad entre los seres humanos y con el resto de la
creación; el cuidado del planeta, la protección de los recursos naturales, el
respeto a la vida en todas sus formas, la descontaminación ambiental, la
generación de energías sustentables, la reforestación y tantas otras acciones
similares, son expresión de esa misma solidaridad. La humanidad entera fue
creada para vivir en armonía con el resto de la creación de la que forma parte.
Les invito, a todos y
todas, a que estos días previos trabajemos especialmente en generar esta
conciencia solidaria en nuestros contextos y el 31 de agosto celebremos,
reconociendo todas aquellas acciones que hacen de este mundo un mundo mejor.
Uruguay, 27 de agosto
de 2017.
+Julio, Obispo de la
Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana.
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