El Tiempo de la Iglesia
El
Tiempo de la Iglesia
La gran comisión: “Vayan, a las gentes de todas las naciones,
y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo” (Mt 28,19); el envío a evangelizar va seguido de la gran
promesa: “Yo estaré con ustedes todos los
días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
1. Tiempos de una nueva
evangelización.
Jesús envió a la
comunidad apostólica a evangelizar, es decir, llevar la buena noticia de la
liberación (Lc 4,18-19) a todas las naciones. Un mensaje liberador e inclusivo
para toda la gente sin excepción (Hch 10,34).
La Iglesia en el siglo
XXI también es enviada a la sociedad y la cultura contemporáneas a una nueva
evangelización. El mensaje es el mismo. Sin embargo los contextos han cambiado,
las realidades humanas han cambiado, los destinatarios del mensaje han
cambiado. Hay un nuevo auditorio, nuevos opresores y nuevos oprimidos. En esta
nueva evangelización, sentimos la necesidad de denunciar a los nuevos
opresores, ya no es el imperio romano y la religión judía. En estos nuevos
contextos el poder político, que podríamos identificarlo con el gobierno de los
EEUU y sus aliados, al igual que el antiguo imperio romano, genera guerras,
opresiones, destierros, empobrecimiento, injusticia, dominación. Pero también
sentimos la necesidad de denunciar el poder religioso, que ahora podríamos
identificarlo con los fundamentalismos, literalismos y dogmatismos religiosos,
donde sectores cristianos son parte activa, generando nuevos excluidos, nuevos
pecadores, nuevos oprimidos.
En estos nuevos
contextos, la Iglesia debe anunciar con fidelidad creativa, el mensaje
liberador, sanador e inclusivo de Jesucristo que es buena noticia para todas
las personas, invitadas al discipulado (Mt 28,20). Siguiendo el ejemplo de su
Maestro y Señor (Jn 13,13) necesita vaciarse, despojarse de todo aquello que
pueda identificarla con los poderosos (Fi 2,6-7) y encarnarse en las nuevas
realidades (Jn 1,14; Fi 2,7) que hoy enfrentan la sociedad y la cultura: las
personas migrantes, las desempleadas, las afrodescendientes, las trans, las
trabajadoras sexuales, las que tienen consumo problemático de drogas, las que
viven en situación de calle, las víctimas de las guerras químicas… Únicamente,
encarnada en estas realidades de opresión y de dolor podrá sanar y sanarse,
liberar y liberarse, humanizar y humanizarse, tocando el dolor humano más
terrible, más rechazado, más aborrecido, más abominable como el leproso sanado
(Mc 1,20-45).
La nueva evangelización
nos exige desinstalarnos. Dejar nuestras cátedras, nuestros templos, nuestros
santuarios y dirigirnos al lugar de lo profano, del pecado, del dolor humano; para
liberar a la humanidad, el Hijo de Dios se hizo humano.
2. Presencia sacramental.
Jesús nos aseguró su
presencia en medio nuestro. Tres realidades sacramentes fuertemente ligadas a
la presencia real de Jesucristo en medio de la Iglesia y de la humanidad son: la
comunidad reunida en oración (Mt 1,,20), las personas excluidas (Mt 25,34-40) y
la Eucaristía (Mt 26,26-28).
Jesús está
sacramentalmente presente en la oración comunitaria. Una oración que no aliena
a las personas sino que las prepara para el encuentro con Dios en la misión (Mt
10,5-8).
Jesús está
sacramentalmente presente en las
personas excluidas. Jesús eligió quedarse especialmente entre nosotros y
nosotras en quienes sufren injustamente (Is 53,4). Basta echar un vistazo a
nuestro alrededor para identificar a las víctimas del sistema político
capitalista neoliberal y de los sistemas fundamentalistas religiosos, incluido
aunque nos duela, sectores de cristianismo y del catolicismo.
Jesús está
sacramentalmente presente en la Eucaristía. Ésta ha sido la fe de la Iglesia
desde sus comienzos (1Cor 11,23-25; Mc 14,12-16; Mt 26,26-28; Lc 22,14-23).
Algunos hermanos consideran que la doctrina de la transubstanciación es la
única posible que asegura la presencia real dentro del catolicismo, pero esto
no es cierto. La doctrina de la transubstanciación se comenzó a gestar en el
siglo IX y se oficializó en el Concilio de Trento en el siglo XVII y la
catolicidad ha mantenido todos los siglos anteriores la creencia de la
presencia real. La transubstanciación es una forma, entre otras, de explicar
desde la filosofía un misterio de fe. Perfectamente podemos explicar este
misterio desde la teología y desde la razón afirmando que la presencia real es
un Misterio y como tal, si lo explicamos mediante la forma que sea, deja de
serlo.
Estas tres presencias
sacramentales dan cumplimiento a la promesa de Jesús, de permanecer en la
Iglesia hasta el fin (Mt 28,20).
3. La humanidad divinizada
La solemnidad de la
Ascensión de Jesús, nos confirma que la humanidad está destinada por designio
divino a participar de la vida divina (1Cor 15,28). El Hijo Eterno del Padre
que asumió la naturaleza humana, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, como
nos enseña el Concilio de Calcedonia (451) ahora está en el seno de Dios (Jn
13,13).
La humanidad entera,
está destinada a ser divinizada según nos enseñan los Padres de la Iglesia.
Ireneo (130-202) afirma: "Porque tal
es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del
hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así
la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios"; y Atanasio
(296-373): "Porque el Hijo de Dios
se hizo hombre para hacernos Dios". Enseñanza que retomó y profundizó
Simeón el nuevo teólogo (949-1022).
La Ascensión es la
certeza de esa verdad. Dios, en su infinita misericordia nos tiene preparado un
destino divino, haciéndonos partícipes de la vida trinitaria. Por eso, la vida
humana es tan digna, tan preciada, tan importante. No solo porque es imagen y
semejanza de Dios (Gn 1,26), sino porque Dios en su misterioso designio (Rom
11,33-34) quiso que la humanidad fuera partícipe de la vida divina. De ahí, la
necesidad que tiene la Iglesia de comunicar esta buena noticia a todas las
personas. De ahí, el compromiso que tiene la Iglesia de una nueva
evangelización, trabajando por la liberación integral de las mujeres y los
hombres. De ahí, el deber ético de denunciar toda injusticia e insolidaridad
que menoscabe la dignidad y los derechos de las mujeres y los hombres.
Tengan todos y todas
una bendecida semana, en oración expectante, preparándonos a Pentecostés
+Julio.
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