La inseguridad y el miedo son parte del proceso de fe - 5º Domingo después de Pentecostés




Marcos 4,35-41

1.    El texto en su contexto:

El capítulo 4 versículo 1 nos ubica en el contexto. Jesús estaba a la orilla del lago de Galilea y como se reunió mucha gente a su alrededor se subió a una barca para enseñarles, mientras la gente quedó en la orilla escuchando. Habló en parábolas sobre la realidad del Reino (4,3-34).

Al finalizar la jornada Jesús propone a sus discípulos cruzar el lago de Galilea (versículo 35). En la travesía le acompañaron otras barcas (versículo 36). Mientras cruzaban el lago se desató una tormenta que puso en riesgo la vida de la tripulación y tuvieron miedo entonces recurrieron a Jesús que descansaba de la jornada que había tenido, enseñando a la gente (versículos 37-38).

Jesús se levanta, calma la tormenta, y reprocha a aquellos hombres que pretendía seguirle en el discipulado, su poca fe (versículos 39-40), los cuales quedan admirados y sorprendidos preguntándose ¿quién sería este hombre? (versículo 41).



2.    El texto en nuestro contexto:

Muchas veces en nuestras vidas, como discípulos y discípulas de Jesús, e incluso como comunidades, desesperamos frente a situaciones que ponen en riesgo nuestros proyectos, nuestros afectos, nuestra existencia. Pareciera que todo acaba ahí. Nos aterramos, nos deprimimos, nos enojamos, nos angustiamos porque las cosas no salen como las planificamos, como esperábamos que fueses.

La inseguridad es parte del proceso de fe. Pero si ese proceso de fe se queda en la inseguridad, en el fatalismo, en la depresión, en el enojo, en la angustia, en el miedo, estamos perdidos y perdidas. Las cristianas y los cristianos nos caracterizamos por creer aún cuando todo esté perdido, porque tenemos la certeza de que Dios conduce los destinos de la historia; la experiencia pascual es justamente eso, cuando todo estaba perdido en el juicio, cuando el fracaso había triunfado en la cruz, cuando todo estaba acabado al tapar el sepulcro, cuando el miedo había ganado a los discípulos, la pascua se hace realidad.

Como en el relato evangélico es Jesús quien nos da serenidad y la paz, pero para ello es necesario creer dejando atrás lo que nos detiene: familia, trabajo, casa, seguridades; seguramente cualquiera de nosotros y nosotras puede prever a corto y mediano plazo su vida si se mantiene como hasta ahora haciendo lo que hace. Sin embargo al subirnos a la barca para protagonizar la aventura de la vida, nuestro destino ya no está en nuestras manos. Avanzamos junto a otros y otras a un destino incierto, porque no está escrito, no está dicho, está en construcción; y en ese proceso el miedo, la crisis, la inseguridad es parte integrante del mismo.

Sin lugar a dudas, quienes hemos tenido la experiencia de desinstalarnos para subir a la barca, sabemos con certeza con quien viajamos y a donde llegaremos. La presencia del Señor y la seguridad en el destino nos acompañan en el camino que es incierto, que lo vamos construyendo. No solo, Dios, conduce los destinos de la historia, sino que nos invita a ser protagonistas de esa construcción histórica, a la que llamamos historia de salvación, donde la Divinidad y la humanidad caminan juntas.

Al igual que las personas que escucharon a Jesús a orilla del lago, unas se quedaron y continuaron sus vidas, pero otras subieron a las barcas y emprendieron la construcción de una arrasadora utopía a la que Jesús llamó Reino. Al igual que esas personas, nosotros y nosotras, podemos optar por quedarnos y continuar nuestras vidas, o subir a las barcas arriesgándolo todo, porque sabemos que hay algo mayor que nuestras pequeñas cosas,  que nos espera al final del trayecto.

Buena semana para todos y todas. +Julio.







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