EPÍSTOLA A DIOGNETO
I. El documento:
I. Como veo, muy
excelente Diogneto, que tienes gran interés
en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los
mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y
cómo le adoran, y que no tienen en consideración el mundo y desprecian la
muerte, y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los
griegos, ni observan la superstición de los judíos, y en cuanto a la naturaleza
del afecto que se tienen los unos por los otros, y de este nuevo desarrollo o
interés, que ha entrado en las vidas de los hombres ahora, y no antes: te doy
el parabién por este celo, y pido a Dios, que nos proporciona tanto el hablar
como el oír, que a mí me sea concedido el hablar de tal forma que tú puedas ser
hecho mejor por el ofr, y a ti que puedas escuchar de modo que el que habla no
se vea decepcionado.
II. Así pues, despréndete
de todas las opiniones preconcebidas que ocupan tu mente, y descarta el hábito
que te extravía, y pasa a ser un nuevo hombre, por así decirlo, desde el
principio, como uno que escucha una historia nueva, tal como tú has dicho de ti
mismo. Mira no sólo con tus ojos, sino con tu intelecto también, de qué
sustancia o de qué forma resultan ser estos a quienes llamáis dioses y a los
que consideráis como tales. ¿No es uno de ellos de piedra, como la que hollamos
bajo los pies, y otro de bronce, no mejor
que las vasijas que se forjan para ser usadas, y otro de madera, que ya empieza
a ser presa de la carcoma, y otro de
plata, que necesita que alguien lo guarde para que no lo roben, y otro de
hierro, corroído por la herrumbre, y otro de arcilla, material no mejor que el
que se utiliza para cubrir los servicios menos honrosos? ¿No son de materia
perecedera? ¿No están forjados con hierro y fuego? ¿No hizo uno el escultor, y
otro el fundidor de bronce, y otro el platero, y el alfarero otro? Antes de
darles esta forma la destreza de estos varios artesanos, ¿no le habría sido
posible a cada uno de ellos cambiarles la forma y hacer que resultaran
utensilios diversos? ¿No sería posible que las que ahora son vasijas hechas del
mismo material, puestas en las manos de los mismos artífices, llegaran a ser
como ellos? ¿No podrían estas cosas que ahora tú adoras ser hechas de nuevo
vasijas como las demás por medio de manos de hombre? ¿No son todos ellos sordos
y ciegos, no son sin alma, sin sentido, sin movimiento? ¿No se corroen y pudren
todos ellos? A estas cosas llamáis dioses, de ellas sois esclavos, y las
adoráis; y acabáis siendo lo mismo que ellos. Y por ello aborrecéis a los
cristianos, porque no consideran que éstos sean dioses. Porque, ¿no los
despreciáis mucho más vosotros, que en un momento dado les tenéis respeto y los
adoráis? ¿No os mofáis de ellos y los insultáis en realidad, adorando a los que
son de piedra y arcilla sin protegerlos, pero encerrando a los que son de plata
y oro durante la noche, y poniendo guardas sobre ellos de día, para impedir que
os los roben? Y, por lo que se refiere a los honores que creéis que les ofrecéis,
si son sensibles a ellos, más bien los castigáis con ello, en tanto que si son
insensibles les reprocháis al propiciarles con la sangre y sebo de las
víctimas. Que se someta uno de vosotros a este tratamiento, y que sufra las
cosas que se le hacen a él. Sí, ni un solo individuo se someterá de buen grado
a un castigo así, puesto que tiene sensibilidad y razón; pero una piedra se
somete, porque es insensible. Por tanto, desmentís su sensibilidad. Bien;
podría decir mucho más respecto a que los cristianos no son esclavos de dioses
así; pero aunque alguno crea que lo que ya he dicho no es suficiente, me parece
que es superfluo decir más.
III. Luego, me imagino
que estás principalmente deseoso de oír acerca del hecho de que no practican su
religión de la misma manera que los judíos. Los judíos,
pues, en cuanto se abstienen del modo de culto antes descrito, hacen bien
exigiendo reverencia a un Dios del universo y al considerarle como Señor, pero
en cuanto le ofrecen este culto con métodos similares a los ya descritos, están
por completo en el error. Porque en tanto que los griegos, al ofrecer estas
cosas a imágenes insensibles y sordas, hacen una ostentación de necedad, los
judíos, considerando que están ofreciéndolas a Dios, como si El estuviera en
necesidad de ellas, deberían en razón considerarlo locura y no adoración
religiosa. Porque el que hizo los cielos y la tierra y todas las cosas que hay
en ellos, y nos proporciona todo lo que necesitamos, no puede Él mismo necesitar ninguna de estas
cosas que El mismo proporciona a aquellos que se imaginan que están dándoselas
a Él. Pero los que creen que le ofrecen
sacrificios con sangre y sebo y holocaustos, y le honran con estos honores, me
parece a mí que no son en nada distintos de los que muestran el mismo respeto
hacia las imágenes sordas; porque los de una clase creen apropiado hacer
ofrendas a cosas incapaces de participar en el honor, la otra clase a uno que
no tiene necesidad de nada.
IV. Pero, además, sus
escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al
sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas
nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son
ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar
algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas,
pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra
Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es
esto blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una
muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por
Dios, ¿no es esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y
guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y
los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas
festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto
como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos
tengan razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común
de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo
en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio
de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.
V. Porque los cristianos
no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla,
ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas
propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida
extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la
inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma
humano como son algunos. Pero si bien residen en ciudades de griegos y
bárbaros, según ha dispuesto la suene de cada uno, y siguen las costumbres
nativas en cuanto a alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo,
la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa
(paradójica), y evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus
propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en
todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los
forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se
desembarazan de su descendencia (abortos). Celebran las comidas en común, pero
cada uno tiene su esposa. Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la
carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas.
Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos,
y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de
vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y,
pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así
son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos
respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados
se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra
ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los
aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.
VI. En una palabra, lo
que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo. El alma se
desparrama por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos por las
diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el cuerpo, y, con
todo, no es del cuerpo. Así que los cristianos tienen su morada en el mundo, y
aun así no son del mundo. El alma que es invisible es guardada en el cuerpo que
es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del mundo, y, pese a
ello, su religión permanece invisible. La carne aborrece al alma y está en
guerra con ella, aunque no recibe ningún daño, porque le es prohibido
permitirse placeres; así el mundo aborrece a los cristianos, aunque no recibe
ningún daño de ellos, porque están en contra de sus placeres. El alma ama la
carne, que le aborrece y (ama también) a sus miembros; así los cristianos aman
a los que les aborrecen. El alma está aprisionada en el cuerpo, y, con todo, es
la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos son guardados en el mundo
como en una casa de prisión, y, pese a todo, ellos mismos preservan el mundo.
El alma, aunque en sí inmortal, reside en un tabernáculo mortal; así los
cristianos residen en medio de cosas perecederas, en tanto que esperan lo
imperecedero que está en los cielos. El alma, cuando es tratada duramente en la
cuestión de carnes y bebidas, es mejorada; y lo mismo los cristianos cuando son
castigados aumentan en número cada día. Tan grande es el cargo al que Dios los
ha nombrado, y que miles es legítimo declinar.
VII. Porque no fue una
invención terrenal, como dije, lo que les fue encomendado, ni se preocupan de
guardar tan cuidadosamente ningún sistema de opinión mortal, ni se les ha
confiado la dispensación de misterios humanos. Sino que, verdaderamente, el
Creador Todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó
entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación
de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría
pensar, enviando (a la humanidad) a un subalterno, o a un ángel, o un
gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de
aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo
Artífice y creador del universo, por quien Él hizo
los cielos, y por quien Él retuvo el mar en sus propios límites, cuyos
misterios (ordenanzas) observan todos los elementos fielmente, de quien [el
sol] ha recibido incluso la medida de su curso diario para guardarlo, a quien
la luna obedece cuando Él le manda que brille de noche, a quien las estrellas
obedecen siguiendo el curso de la luna, por el cual fueron ordenadas todas las
cosas y establecidos y puestos en sujeción, los cielos y las cosas que hay en
los cielos, la tierra y las cosas que hay en la tierra, el mar y las cosas que
hay en el mar, fuego, aire, abismo, las cosas que hay en las alturas, las cosas
que hay en lo profundo, las cosas que hay entre los dos. A éste les envió Dios.
¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su
soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y
humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le
envió como enviando a Diós; le envió a El como [un hombre] a los hombres; le
envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es
atributo de Dios. El le envió como mvitándonos, no persiguiéndonos; Él le envió
como amándonos, no juzgándonos. Porque Él enviará en juicio, y ¿quién podrá
resistir su presencia?... ¿[No ves] que los echan a las fieras para que nieguen
al Señor, y, con todo, no lo consiguen? ¿No ves que cuanto más los castigan,
tanto más abundan? Estas no son las obras del hombre; son el poder de Dios; son
pruebas de su presencia.
VIII. Porque, ¿qué hombre
tenía algún conocimiento de lo que Dios es, antes de que Él viniera? ¿O aceptas
tú las afirmaciones vacías y sin sentido de los filósofos presuntuosos, de los
cuales, algunos dijeron que Dios era fuego (invocan como Dios a aquello a lo
cual irán ellos mismos), y otros agua, y otros algún otro de los elementos que
fueron creados por Dios? Y, pese a todo, si alguna de estas afirmaciones es
digna de aceptación, cualquier otra cosa creada podría lo mismo ser hecha Dios.
Sí, todo esto es charlatanería y engaño de los magos; y ningún hombre ha visto
o reconocido a Dios, sino que El se ha revelado a sí mismo. Y El se reveló (a
sí mismo) por fe, sólo por la cual es dado el ver a Dios. Porque Dios, el Señor
y Creador del universo, que hizo todas las cosas y las puso en orden, demostró
no sólo que era propicio al hombre, sino también paciente. Y así lo ha sido
siempre, y lo es, y lo será, bondadoso y bueno y justo y verdadero, y El sólo
es bueno. Y habiendo concebido un plan grande e inefable, lo comunicó sólo a su
Hijo. Porque en tanto que El había mantenido y guardado este plan sabio como un
misterio, parecía descuidarnos y no tener interés en nosotros. Pero cuando Él lo reveló por medio de su amado Hijo, y
manifestó el propósito que había preparado desde el principio, Él nos dio todos
estos dones a la vez, participación en sus beneficios y vista y entendimiento
de (misterios) que ninguno de nosotros habría podido esperar.
IX. Habiéndolo, pues,
planeado ya todo en su mente con su Hijo, permitió durante el tiempo antiguo
que fuéramos arrastrados por impulsos desordenados según deseábamos,
descarriados por placeres y concupiscencias, no porque Él se deleitara en
nuestros pecados en absoluto, sino porque Él tenía paciencia con nosotros; no
porque aprobara este período pasado de iniquidad, sino porque Él estaba creando
la presente sazón de justicia, para que, redargüidos del tiempo pasado por
nuestros propios actos como indignos de vida, pudiéramos ahora ser hechos
merecedores de la bondad de Dios, y habiendo dejado establecida nuestra
incapacidad para entrar en el reino de Dios por nuestra cuenta, hacerlo posible
por la çapacidad de Dios. Y cuando nuestra iniquidad había sido colmada
plenamente, y se había hecho perfectamente manifiesto que el castigo y la
muerte eran de esperar como su recompensa, y hubo llegado la sazón que Dios
había ordenado, cuando a partir de entonces Él manifestaría su bondad y poder
(oh la bondad y amor de Dios sobremanera grande), Él no nos aborreció, ni nos
rechazó, ni nos guardó rencor, sino que fue longánimo y paciente, y por
compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros pecados, y El mismo se separó
de su propio Hijo como rescate por nosotros, el santo por el transgresor, el inocente
por el malo, el justo por los injustos,
lo incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal.
Porque, ¿qué otra cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En
quién era posible que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados,
salvo en el Hijo de Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh
beneficios inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo,
y la justicia de uno justificara a muchos que eran inicuos! Habiéndose, pues,
en el tiempo antiguo demostrado la incapacidad de nuestra naturaleza para
obtener vida, y habiéndose ahora revelado un Salvador poderoso para salvar
incluso a las criaturas que no tienen capacidad para ello, Él quiso que, por
las dos razones, nosotros creyéramos en su bondad y le consideráramos como
cuidador, padre, maestro, consejero, médico, mente, luz, honor, gloria, fuerza
y vida.
X. Si deseas poseer esta
fe, has de recibir primero un conocimiento pleno del Padre. Porque Dios amó
a los hombres, por amor a los
cuales había hecho el mundo, a los cuales sometió todas las cosas que hay en la
tierra, a los cuales dio razón y mente, a los cuales solamente permitió que
levantaran los ojos al cielo, a quienes creó según su propia imagen, a quienes envió
a su Hijo unigénito, a quienes
Él prometió el reino que hay en el cielo, y lo dará a los que le hayan amado. Y
cuando hayas conseguido este pleno conocimiento, ¿de qué gozo piensas que serás
llenado, o cómo amarás a Aquel que te amó a ti antes? Y amándole serás un
imitador de su bondad. Y no te maravilles de que un hombre pueda ser un
imitador de Dios. Puede serlo si Dios quiere. Porque la felicidad no consiste
en enseñorearse del prójimo, ni en desear tener más que el débil, ni en poseer
riqueza y usar fuerza sobre los inferiores; ni puede nadie imitar a Dios
haciendo estas cosas; sí, estas cosas se hallan fuera de su majestad. Pero todo
el que toma sobre sí la carga de su prójimo, todo el que desea beneficiar a uno
que es peor en algo en lo cual él es superior, todo el que provee a los que
tienen necesidad las posesiones que ha recibido de Dios, pasa a ser un dios
para aquellos que lo reciben de él, es un imitador de Dios. Luego, aunque tú
estás colocado en la tierra, verás que Dios reside en el cielo; entonces
empezarás a declarar los misterios de Dios; entonces amarás y admirarás a los
que son castigados porque no quieren negar a Dios; entonces condenarás el
engaño y el error en el mundo; cuando te des cuenta que la vida verdadera está
en el cielo, cuando desprecies la muerte aparente que hay en la tierra, cuando
temas la muerte real, que está reservada para aquellos que seran condenados al
fuego eterno que castigará hasta el fin a los que sean entregados al mismo.
Entonces admirarás a los que soportan, por amor a la justicia, el fuego
temporal, y los tendrás por bienaventurados cuando veas que el fuego...
Epílogo
XI. Mis discursos no son extraños ni son perversas
lucubraciones, sino que habiendo sido un discípulo de los apóstoles, me ofrecí
como maestro de los gentiles, ministrando dignamente, a aquellos que se
presentan como discípulos de la verdad, las lecciones que han sido
transmitidas. Porque el que ha sido enseñado rectamente y ha entrado en amistad
con el Verbo, ¿no busca aprender claramente las lecciones reveladas abiertamente
por el Verbo a los discípulos; a quienes el Verbo se apareció y se las declaró,
hablando con ellos de modo sencillo, no percibidas por los que no son
creyentes, pero sí referidas por Él a los discípulos a quienes consideró fieles
y les enseñó los misterios del Padre? Por cuya causa Él envió al Verbo, para
que Él pudiera aparecer al mundo, el cual, siendo despreciado por el pueblo
(judío), y predicado por los apóstoles, fue creído por los gentiles. Este
Verbo, que era desde el principio, apareció ahora y, con todo, se probé que era
antiguo, y es engendrado siempre de nuevo en los corazones de los santos. Este
Verbo, digo, que es eterno, es el que hoy es contado como Hijo, a través del
cual la Iglesia es enriquecida y la gracia es desplegada y multiplicada entre
los santos, gracia que confiere entendimiento, que revela misterios, que
anuncia sazones, que se regocija sobre los fieles, que es concedida a los que
la buscan, a aquellos por los cuales no son quebrantadas las promesas de la fe,
ni son sobrepasados los límites de los padres. Con lo que es cantado el temor
de la ley, y la gracia de los profetas es reconocida, y la fe de los evangelios
es establecida, y es preservada la tradición de los apóstoles, y exulta el gozo
de la Iglesia. Si tú no contristas esta gracia, entenderás los discursos que el
Verbo pone en la boca de aquellos que desea cuando Él quiere. Porque de todas
las cosas que por la voluntad imperativa del Verbo fuimos impulsados a expresar
con muchos dolores, de ellas os hicimos partícipes, por amor a las cosas que
nos fueron reveladas.
XII. Confrontados con
estas verdades y escuchándolas con atención, sabréis cuánto concede Dios a
aquellos que (le) aman rectamente, que pasan a ser un Paraíso de deleite, un
árbol que lleva toda clase de frutos y que florece, creciendo en sí mismos y
adornados con vanos frutos. Porque en este jardín han sido plantados un árbol
de conoçimiento y un árbol de vida; con todo, el árbol de conocimiento no mata,
pero la desobediencia mata; porque las escrituras dicen claramente que Dios
desde el comienzo plantó un árbol [de conocimiento y un árbol] de vida en medio
del Paraíso, revelando vida por medio del conocimiento; y como nuestros
primeros padres no lo usaron de modo genuino, fueron despojados por el engaño de
la serpiente. Porque ni hay vida sin conocimiento, ni conocimiento sano sin
verdadera vida; por tanto, los (árboles) están plantados el uno junto al otro.
Discerniendo la fuerza de esto y culpando al conocimiento que es ejercido
aparte de la verdad de la influencia (dominio) que tiene sobre la vida, el
apóstol dice: El conocimiento engríe, pero la caridad edifica. Porque el hombre que supone que sabe
algo sin el verdadero conocimiento que es testificado por la vida, es
ignorante, es engañado por la serpiente, porque no amó la vida; en tanto que el
que con temor reconoce y desea la vida, planta en esperanza, esperando fruto.
Que vuestro corazón sea conocimiento, y vuestra vida verdadera razón,
debidamente comprendida. Por lo que si te allegas al árbol y tomas el fruto,
recogerás la cosecha que Dios espera, que ninguna serpiente toca, ni engaño
infecta, ni Eva es entonces corrompida, sino que es creída como una virgen, y
la salvación es establecida, y los apóstoles son llenados de entendimiento, y
la pascua del Señor prospera, y las congregaciones son juntadas, y [todas las
cosas] son puestas en orden, y como El enseña a los santos el Verbo se alegra,
por medio del cual el Padre es glorificado, a quien sea la gloria para siempre
jamás. Amén.
Fuente: Los
Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE
II. Información sobre el Documento:
La epístola o discurso A Diogneto (Ἐπιστολὴ πρὸς Διόγνητον; en latín, Epistula ad Diognetum) es una obra de la apologética cristiana, escrita, quizás, en las postrimerías del siglo II. Esta pequeña obra, de apenas doce capítulos, es una pieza singular de la literatura cristiana. Es singular por su catalogación, por su origen incierto, por su chocante descubrimiento, por la fatídica destrucción del único códice que la contenía. Es singular también por su autoría, por los enigmas que plantea, por la originalidad de las teorías de que es objeto. Sobre todo es singular por su belleza y elegancia que discurre lejos de la crudeza de Taciano, la franqueza de Justino, los escarnios de Hermias, la simplicidad de Arístides, el fideísmo de Teófilo o las filosóficas legaciones de Atenágoras. Por su estilo, aunque no tanto por su contenido, A Diogneto se eleva muy por encima de otros escritos de la apologética cristiana.
Lo más incomprensible de esta obra es que nadie la conociese antes de su descubrimiento en el siglo XV. No existe mención alguna, explícita o implícita, que permita suponer que alguno de los Padres de la Iglesia la leyera, siquiera que tuviese noticia de su existencia. Tampoco en las fuentes griegas, judías, gnósticas o en cualquier otro lugar se ha encontrado indicio alguno de su paso por la historia.
¿Cómo es posible —se pregunta todavía hoy la crítica— que esta notable obra pasase desapercibida durante mil doscientos años, teniendo como se tienen noticias de infinidad de autores menores y fragmentos sueltos de casi todos ellos? ¿Cómo pudo ocurrir que no la conociese Eusebio de Cesarea, que recogía todas las noticias que llegaban a sus oídos? ¿Cómo es posible que nadie sepa nada de su autor o su destinatario? Y si por fin fuese cierto que nadie la conocía y nadie la leyó ¿cómo es posible que haya llegado a nosotros? Estas preguntas son únicas en el ámbito de la patrologíapues A Diogneto tiene el raro privilegio de ser una de las pocas obras de la literatura antenicena cristiana no mencionadas por Eusebio. Tampoco por otros historiadores de la Iglesia como Jerónimo, Genadio de Marsella, o Focioen el siglo IX.
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/A_Diogneto
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