Domingo de la décima octava semana del tiempo de Misión en la Diversidad - Una iglesia corrompida por el poder




23 de septiembre
Mc 9,30-37


1.     El texto en su contexto

Jesús recorría el país enseñando y sanando (Mt 4,23), sin embargo, esta vez, quiere preparar especialmente a la comunidad apostólica, a las mujeres y los hombre que lo acompañaban en la misión (vv 30-31), para un futuro cercano desolador. Jesús sería traicionado, negado, abandonado por los suyos, por quienes le acompañaron durante la misión; sería detenido, juzgado, condenado, torturado y ejecutado por el poder político y religioso, sin embargo, la promesa del triunfo divino sobre la injusticia humana se reafirma (vv 31); la resurrección es el indicador de que Dios no abandona a los suyos.

Los apóstoles no escuchaban ni entendían a Jesús. La fantasía de la irrupción de un reinado mesiánico donde el poder romano sería desplazado y ellos asumirían puestos destacados en cuanto que eran próximos al Mesías, era lo que primaba en aquellos hombres (vv 32-33). Ya se había instalado en el seno de la comunidad apostólica la lucha por el poder y el honor (vv 34).

Pero Jesús los enfrenta a esa realidad. El Reinado de Dios no va por esos carriles del honor y del poder. El Reinado de Dios no estará en los tronos, en los palacios, en los atuendos destacados, en los títulos honoríficos. Nada de eso pertenece al Reino. Todo eso pertenece al mundo (vv 35). Entonces pone el ejemplo del niño invitado a esos hombres luchando por el poder a hacerse frágiles, indefensos, insignificantes, sin valor como ese niño que en la cultura judía era inferior hasta que cumpliera la mayoría de edad si era varón o para siempre si era mujer.


2.     El texto en nuestro contexto:

¿En qué parte de los Evangelios encontramos la justificación para la construcción de grandes templos, para la instalación de cátedras o tronos, para la designación de títulos de honor: “monseñor”, “excelencia”, “eminencia”, “beatitud”, “santidad”? ¿Acaso Mateo 23,28-29 no está en todas las biblias? Nada de esto pertenece al Reino. Todo esto pertenece al mundo. Se instaló en la Iglesia con la paz constantineana y desde allí por más de mil quinientos años se ha ido reforzando y transmitiendo.

Muchos que defienden esa posición argumentan  que no es a los hombres a quienes se venera con esos títulos sino a quien representa. Ahora bien ¿si a quien representan les mandó ser como niños (Mc 9,36-37), les mandó servir siguiendo su ejemplo (Mt 20,28), les mandó humillarse lavando los pies, no el jueves santo, sino todos los días, como una actitud de vida (Jn 13,13-15), de dónde saca esta gente fundamentos para mantenerse en una iglesia imperial? Jesús no pidió ese lugar de poder. Jesús fue uno de tantos (Fil 2,6). Jesús no ocupó los primeros lugares, no usó ropa señorial, no usó títulos ninguno salvo “Hijo del Hombre”, es decir “hombre” “humano”, uno de tantos.
En realidad, desde la comunidad apostólica hasta nuestros días se ha mantenido la tentación por el poder corrompiendo el Evangelio de Jesucristo. Hemos idolatrado a los líderes eclesiales asignándoles un lugar que no tienen y que no les corresponde. El liderazgo eclesial debe servir como lo hizo Jesús. Servir a las personas empobrecidas, a las excluidas, a las oprimidas, a las invisibilizadas y silenciadas.

Estos señores que ostentan esos títulos debieran leer los Evangelios y rasgarse las vestiduras, pidiendo perdón a Dios y a la Iglesia por haber desvirtuado el ministerio. Urge la construcción de otra Iglesia, que se caracterice por ser profética, solidarida y servidora; con un liderazgo comprometido en seguir las palabras y enseñanzas de Jesucristo, dando el ejemplo como Él lo dio.

Les invito esta semana, a orar por la conversión del liderazgo eclesial, pidiendo que el Espíritu Santo haga de ellos, verdaderos discípulos de Jesucristo, maestros de la Palabra, líderes en el servicio a las personas vulneradas en sus derechos y su dignidad.

Buena semana para todos y todas
+Julio, Obispo de la IADC

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