10º Domingo después de Pentecostés: El Padre nuestro, una oración que nos compromete a transformar la Iglesia y la sociedad





10º Domingo después de Pentecostés – el Tiempo de la Iglesia
Lc 11,1-13


1.    El texto en su contexto:

Jesús era un hombre de acción pero sin lugar a dudas también de oración (versículo 1). Seguramente sus seguidores y seguidoras lo habían visto orar varias veces durante el ministerio y esta vez, uno de ellos le pidió que les enseñara a orar (versículo 1).

Jesús, como buen judío, recurre a su tradición religiosa, siguiendo el modelo de varias oraciones del Antiguo Testamento y de la tradición judía, les enseña lo que hoy conocemos como el “Padre nuestro”; las dos primeras palabra de la oración que Jesús transmite a sus discípulos y discípulas. Una oración que consta de una invocación y siete peticiones, las tres primeras se refieren a Dios y las cuatro siguientes a las personas en forma comunitaria.

Padre nuestro. Muy pocas veces encontramos en el Antiguo Testamento la referencia a Dios como Padre. Una de esas pocas veces es Is 63,16 y 64,8. Jesús toma ese concepto y lo hace uno de los dos fundamentos de su predicación: Dios es Padre y su Reinado está cerca. Esta invocación deja en evidencia la íntima relación entre Jesús y Dios; el término arameo Abbá (Rom 8,15) con que Jesús se dirigía a Dios, queda estrechamente vinculado a la oración cristiana.

Santificado sea tu Nombre. La primera petición pide a Dios que manifieste su santidad y poder en medio de la humanidad, de manera que sea reconocido como Dios (Ez 36,22-23; Jn 12,28).

Venga tu Reino. La segunda petición pide a Dios que su reinado se establezca en la humanidad. Este es el otro gran eje de la predicación de Jesús (Mc 1,15 cf Ga 4,4). Por eso Jesús dedica toda su vida ministerial a restaurar la dignidad humana.

Realiza tu voluntad en la tierra y en el cielo. La realización de la voluntad divina es la presencia de Dios en todas partes (1Co 15,28), lo que algunos santos han llamado la divinización de la humanidad (San Simeón el Nuevo Teólogo).

Danos hoy el pan que necesitamos. Estrictamente estamos pidiendo la providencia divina para nuestra alimentación (Prov 30,8-9) y la de toda la humanidad. El término es complejo, podría traducirse también por el pan nuestro de cada día, o también el pan de mañana; es una clara referencia a la estadía en el desierto, Dios proveía el maná y las codornices para saciar el hambre del pueblo (Ex 16,4).

Perdónanos el mal que hemos hecho así como nosotros hemos perdonamos a los que nos han hecho mal. Literalmente el texto dice nuestras deudas, una expresión que era familiar en la cultura judía que significaba culpas o pecados (Mt 18,23-25; Mc 11,25; Ef 4,32; Col 3,13 cf Eclo 28,2-5).

Y no nos expongas a la tentación sino líbranos del maligno. Jesús nos enseña a pedir a Dios que nos libre de aquella tentación que hace peligrar nuestra fidelidad (Mt 26,41; 1Co 10,13 cf Sant 1,12-14).

Jesús finaliza la enseñanza de la oración hablando de Dios como un Padre Bueno que cede ante la insistencia de sus hijos e hijas (versículos 5-7) y estimulando a pedir (versículos 8-10 cf Dt 4,29; Is 55,6; Jer 29,13). Culmina esta enseñanza estimulando a pedir el Espíritu Santo (Jn 14,13-14; 15,7; 16,23-24; 1Jn 3,21-22; 5,14-15), en definitiva, quien ora en nosotros y nosotras y por nosotros y nosotras (Rom  8,26).


2.    El texto en nuestro contexto:

El discipulado es un camino de oración y de acción, la una alimenta a la otra. Quien solo hace y no ora no sigue las enseñanzas del Maestro. Quien solo ora y no hace nada tampoco. La oración del Padre nuestro nos invita a la adoración y la confianza esperándolo todo de la providencia divina; pero también nos invita a construir el Reino que Jesús anunció, a trabajar con solidaridad y justicia para que todas las personas tengan alimento diario.

Es inconcebible que la riqueza del planeta sea concentrada en unas pocas personas mientras la gran mayoría carece de agua y comida para sobrevivir. Es nuestra obligación como discípulos y discípulas de Jesús, pedir el pan de cada día pero también trabajar y luchar para que ese pan llegue a toda la humanidad, especialmente a quienes más lo necesitan.

No puede haber reinado de Dios en la tierra si no hay justicia y solidaridad entre los seres humanos. Tampoco puede haber reinado de Dios en la tierra si algunos seres humanos destruyen el planeta saqueando los recursos que no les pertenecen porque son patrimonio de toda la humanidad. Tenemos la obligación ética de levantar nuestra voz contra aquellas personas, organizaciones, empresas, naciones que explotan de forma indiscriminada los recursos naturales, que contaminan el agua, el aire y la tierra.

El cristianismo tiene una deuda inmensa con la humanidad y debe pedir perdón. Perdón por ser cómplices del sistema que oprime a tantas personas. Perdón por haber participado en los sistemas represores de nuestro continente. Perdón por someter a la fuerza a los pueblos originarios. Perdón por silenciar e invisibilizar a quienes pensaron o creyeron diferente. Perdón por perseguir, torturar y asesinar durante la época de la Santa Inquisición. Perdón por sembrar el odio hacia el judaísmo y el islám. Perdón por no aceptar las diferencias a la interna produciendo tantas divisiones. Pero además de pedir perdón tiene necesariamente que reparar. Esta es una tarea colectiva, las Iglesias como instituciones pero también sus miembros, como discípulas y discípulos de Jesús. Sin esta acción de pedir perdón y de reparar es inútil rezar el Padre nuestro.

El discipulado nos enfrenta a la tentación. La tentación de creer sin hacer. La tentación de sólo cumplir con la vida litúrgica eclesial. La tentación de sentirnos salvados. La tentación de juzgar y condenar a otras personas cuando recibimos de Jesús el mandamiento de amar y el ejemplo de Jesús de servir. La tentación de olvidar nuestros orígenes: una iglesia de mujeres, de personas excluidas, de personas esclavas quienes llevaron la fe a todas partes del mundo conocido.

La oración que Jesús nos enseñó nos desafía a trabajar por la transformación de la Iglesia y de la Sociedad, cuando oremos, no lo hagamos mecánicamente, preguntemos al texto ¿Qué sentido tiene hoy cada petición? ¿cuál es su alcance? ¿hasta dónde nos obliga?; pero sobre todo, dejemos que el Espíritu Santo conduzca nuestra oración y nuestra acción.

Buena semana para todos y todas +Julio.


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