Teología Queer (apuntes desde la práctica)

¿Una Divinidad Queer para una eclesiología queer?
Autor: Julio Vallarino




Presentación.

Inicio este trabajo de reflexión, con la expectativa de profundizar aspectos que enriquezcan mi práctica pastoral, en la comunidad ecuménica e inclusiva en la que me desempeño como pastor. Para ello inicié un período de lectura e investigación de diversos materiales, tuve un primer acercamiento a la teología indecente que ignoraba, instancias de profundización en aspectos de la teología queer en los que había incurrido años atrás, la posibilidad de compartir con otras personas la reflexión teológica y la práctica pastoral. Descubrí que sabía menos de lo que creía saber sobre teología queer, siento la necesidad de continuar explorando en este camino teológico, experimento el desafío de revisar mi práctica pastoral a la luz de este camino teológico.

Al ir confrontando mi práctica pastoral, con los materiales teóricos a los que me fui acercando, descubrí que habíamos implementado una eclesiología queer y una pastoral queer casi sin darnos cuenta; donde no desarrollamos acciones alternativas a los modelos propuestos desde el macrosistema cultural normativo, sino que, algunas de nuestras acciones eran alterativas, habiendo corrompido los mandatos y levantado propuestas escandalosamente revolucionarias[1].

Me propuse, en estas páginas realizar una integración de los principales elementos teóricos recogidos, buscando enfatizar la síntesis de los conocimientos adquiridos. El escenario para ello es Uruguay y los ejes de reflexión: el misterio divino y la eclesiología.



1. Uruguay: el misterio divino a la luz del cristianismo del siglo XXI


“nos hallamos en un momento en que debemos reevaluar nuestro entendimiento del misterio de Dios en torno a nuevas situaciones sociales y humanas que antes no podíamos comprender”  (Hugo Córdova Quero. “Sexualizando la Trinidad: aportes desde una teología de la liberación queer a la comprensión del misterio divino).

Uruguay se caracteriza por un laicismo predominante donde subsisten un número grande de comunidades de fe, con diversas concepciones de la Divinidad y por lo tanto, de la vida, donde se legitima desde cada creencia las diversas prácticas. Sin lugar a dudas, el cristianismo es la comunidad de fe más numerosa y con mayor influencia y dentro de éste, el catolicismo romano.

Si bien las comunidades de fe cristianas, creen en un Ser Indecible Espiritual, en su lenguaje aparece como Dios y no Diosa, tampoco se busca un neutro como Divinidad, que como afirma Loreto Fernández Martínez en su trabajo “Tortilleras, colas, trans ¿se puede ser quien se es al interior de las comunidades cristianas?”, Dios “es lo masculino imaginado, identificado y representado como varón, al que además, asumimos como blanco y heterosexual”. Ciertamente se agregan atributos masculinos como padre, juez, rey, maestro, vengador, novio, esposo …[2]

Reevaluar nuestro entendimiento de la Divinidad me recuerda la obra de Rogger Lenaers “Otro Dios es posible”, donde plantea que la dificultad está en el lenguaje. Si bien el autor se limita a establecer una diferencia entre el lenguaje de la tradición eclesiástica y el lenguaje de la modernidad, afirmando que la Iglesia habla sin darse a entender (Otro Dios es posible: Introducción y capítulo 1), sin llegar a cuestionar la cultura y el sistema de valores donde se genera ese lenguaje que afecta la construcción de identidades, la vida cotidiana, y como afirma Hugo Córdova Quero en Sexualizando la Trinidad, “la teología no ha sido inmune a esta colonización heterosexista”.

En efecto, nuestro sistema teológico y la concepción de la Divinidad que propone, es producto del macrosistema cultural que se caracteriza por ser patriarcal, machista y heterosexista, erigiéndose como una frágil estatua de pies de barro abajo (cf Daniel 2,28-35), a la que hay que proteger para mantener los privilegios del poder.

El primer desafío que me deja planteado este trabajo, es tratar de decodificar la influencia de la cultura en los postulados teológicos, y una herramienta para ello, es establecer, como decía Juan Luis Segundo, la sospecha hermenéutica como clave de interpretación. El segundo desafío, es tratar de responder a la pregunta ¿cómo entiendo yo el misterio divino? Para luego poder dar testimonio de ello.



2. Uruguay: una eclesiología en permanente revisión.


El Uruguay del siglo XXI avanzó en materia de derechos reivindicados durante años por la comunidad GLTBQ: las personas gays y lesbianas acceden a la unión de parejas y la adpción, las personas trans acceden a cambio de nombre y documentación reinscribiéndose en el Registro Civil. Esto sucede mientras las Iglesias cristinas permanecen en el más absoluto silencio al respecto. No hay un pronunciamiento de los liderazgos cristianos, si bien, la práctica pastoral demuestra, en algunas iglesias, una adaptación a los nuevos escenarios socio culturales. Este silencio institucional no es casual.

La sociedad uruguaya avanza en materia de inclusión social y de equidad para las personas y colectivos cuyos derechos y dignidad se encuentran vulnerados, sin embargo, no ha podido consolidar una nueva matriz cultural, por lo que coexisten fuertes núcleos de resistencia que se oponen a estos cambios; otros núcleos de discurso inclusivo pero de práctica excluyente, donde se continúa llamando a las personas gays: “trolos” o “putos”, a las personas lesbianas tortas” y a las personas trans “los traba”; otros núcleos de doble moral, donde se condena la práctica de la homosexualidad pero no la homosexualidad, como si las personas heterosexuales fueran las únicas en tener derecho al ejercicio del deseo y el placer sexual, mientras tienen prácticas homosexuales, reafirmando que mientras que no se sepa no existe.

Las Iglesias son producto de la sociedad y la cultura, están constituidas por las mismas personas que integran los núcleos antes mencionados, por lo tanto, no escapan a esta realidad, impregnada por el poder heteropatriarcal y sexista, reproduciendo a su interior, realidades similares a las que se dan en la sociedad y la cultura; en algunos casos, agravadas por los fundamentalismos religiosos, sustentados en los textos de terror de las Sagradas Escrituras que dan vigencia a prejuicios que sostienen “a la heterosexualidad como normativa para juzgar todas las formas de sexualidad” (cf. Robert E. Goss: La homosexualidad, la Biblia y la Práctica de Textos Seguros).

Un tercer desafío que me plantea este trabajo es tratar de responder a la pregunta ¿qué Iglesia para el siglo XXI?



Algunas conclusiones.

El primer desafío: decodificar la influencia de la cultura en los postulados teológicos, exige una permanente crítica y autocrítica, pues el sistema cultural heteropatriarcal está instalado y permea todos los espacios socio culturales. A manera de ejemplo, en la comunidad eclesial que lidero, que se denomina inclusiva, una de las miembros pidió que a ella se le diera de beber de la copa de la comunión antes que a otra mujer que tenía VIH porque temía hacerlo después que ella; otra miembro que es heterosexual estaba hablando con tres mujeres lesbianas y cuando una de ellas dijo en plural “nosotras las lesbianas”, la primera me pidió que aclarara en la comunidad que ella era heterosexual.

Las comunidades de fe inclusivas, tenemos el inmenso desafío de revisar, evaluar, reformular nuestro cuerpo doctrinal para que este sea realmente inclusivo de la diversidad humana que no es solo heterosexual y por supuesto no es heteropatriarcal, pues las identidades se van construyendo a partir de matrices culturales diversas.

El segundo desafío: responder a la pregunta ¿cómo entiendo yo el misterio divino? A partir de mi vinculación a comunidades de fe inclusivas, incorporé el término “Dios, Padre y Madre”, sin embargo en la actualidad no logra convencerme. En primer lugar sigue siendo masculino: Dios. En segundo lugar, no importa el orden “Padre y Madre” o “Madre y Padre”, sigue proponiendo un modelo de pareja y/o familia, producto del macrosistema heteropatriarcal; aunque la realidad nos dice que hay familias donde son padre – padre, madre – madre, padres solos, madres solas. Estas realidades no se ven contempladas.

En los escritos utilizo el término Divinidad, pero en la práctica pastoral, en la liturgia, resulta un término duro, distante; entonces vuelvo a replantearme nuevamente ¿cómo entiendo el misterio divino? A lo que se agrega ¿cómo puedo transmitirlo a una comunidad diversa como la que lidero, con mayoría de personas GLTBQ pero también con presencia heterosexual, para hacerles entendible el misterio divino?. Entonces, el lenguaje y los moldes culturales funcionan como los grandes obstáculos.

Un aspecto importante a tener en cuenta en las posibles respuestas, es que naturalicemos “lo sagrado presente en las personas reales y no en estereotipos deshumanizantes” atreviéndonos a decir “Dios marica, dios loca, dios lesbiana, dios mujer …” (cf. Marcella Althaus-Ried: “La teología indecente”. Loreto Fernández Martínez: “Tortilleras, colas, trans ¿Se puede ser quien se es al interior de las comunidades crisitanas?”).

El tercer desafío: responder a la pregunta ¿qué Iglesia para el siglo XXI?

El siglo XXI, los nuevos escenarios por los que transita la humanidad, el logro en cuanto a derechos de grupos vulnerados por el macrosistema heteropatriarcal y otros aspectos, nos desafían a una revisión eclesiológica. Para unas comunidades de fe será muy difícil dada la rigidez de sus estructuras, para otras tal vez más fácil por la flexibilidad en las estructuras y la dirigencia, para otras, como la comunidad que lidero, es un proceso de aprendizaje continuo, donde todo está sujeto a revisión.

En todos los casos, algunos elementos que no pueden faltar son: la democratización de las estructuras de poder, que el liderazgo pueda rotarse; la apertura al diálogo con la sociedad y la cultura; la igualdad de oportunidades y acceso de todas las personas, sin importar sexo y orientación sexual; una liturgia inclusiva que exprese la experiencia que las personas y la comunidad tienen de la Divinidad; la generación de espacios de encuentro personal y comunitario que vitalicen la experiencia de fe; la integración en la experiencia litúrgica de elementos que sean referentes para quienes participan; la revisión de los espacios sagrados y de los signos y gestos utilizados.

Finalmente, considero que lo vertido en estas páginas apenas son un esbozo del movimiento interno que me generaron los diversos materiales teóricos del curso, que seguramente serán leídos y releídos para alimentar una práctica pastoral, que como mencionaba al principio, era más queer de lo que creía, aunque siempre con el riesgo de estar contaminada por el macrosistema normativo heteropatriarcal.




[1] Por ejemplo: integrar Ágape y Eucaristía en un único espacio y tiempo, realizándolos en simultáneo, a veces en el salón comunitario, a veces en el templo; renunciar al uso de ornamentos litúrgicos vinculados a una iglesia monárquica y patriarcal que resultan anacrónicos; real ejercicio del sacerdocio universal liderando y presidiendo las celebraciones diversos miembros de la comunidad.
[2] Estos atributos aparecen tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Comentarios

Entradas populares