5 - Opción por los pobres: ¿preferencial y no excluyente? Por José María VIGIL



En el marco del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, realizamos una nueva entrega de la obra "Sobre la Opción por los Pobres".



Al principio se habló de «opción por los pobres». Pronto hicieron algunos una matización: opción «preferencial» por los pobres. Otros matizaron aún más y dijeron: opción «preferencial y no excluyente» por los pobres. Hay incluso quien habla simplemente de «amor preferencial por los pobres», diciendo que es lo mismo que la OP. Quien así piensa tiene razón, en algún sentido al menos: efectivamente, una OP que fuera entendida estrictamente como «preferencial» y totalmente como «no excluyente» (que no excluyera a nada ni a nadie), acabaría siendo un simple «amor preferencial» que en nada se diferenciaría del que tuvo la Iglesia hacia los pobres en la Edad Media. Así, la opción por los pobres, «preferencial y no excluyente», no sería pues más que un bello nombre de moda para significar lo mismo de siempre. Un nombre vacío, e inútil, en definitiva.

Pero, ¿se puede aceptar sin más discernimiento que se use el término «opción por los pobres» como sinónimo de un simple «amor preferencial»? ¿No hay ahí una clara equivocidad? ¿No se trata de una domesticación de las palabras? Y la pregunta central: ¿estamos seguros de que la OP es, sin más, «preferencial y no excluyente»?

Damos por supuesto que la OP, en algún sentido, indica o implica una «preferencia» y que no quiere excluir a nadie de la Salvación. Pero también creemos que, en su sentido más profundo, la OP no es simplemente «preferencial», y que, en algún otro aspecto, la OP es intransigentemente «excluyente» (de actitudes, no de personas). Pensamos que esto pertenece a la esencia misma de la OP, de tal forma que ocultar estos aspectos y subrayar hasta la saciedad los contrarios (una OP siempre y sólo «preferencial y no excluyente») acaba convirtiendo a la OP simplemente en ese «amor preferencial» tradicional del que hablábamos o, lo que es lo mismo, acaba negando la misma OP -si es que por tal nos es lícito entender algo más que lo que en la Edad Media se pudiera entender por «amor preferencial»-.

En este sentido pretendemos reivindicar lo que creemos más genuino de la OP. No negamos –lo decimos ya de entrada- que la OP sea en algún aspecto preferencial y no excluyente, pero reivindicamos que, en otro sentido -el más genuino y esencial-, no lo es. Comencemos por el principio.

Los orígenes.

De OP se comienza a hablar seriamente en las Iglesias a partir de América Latina, en los años inmediatamente anteriores a Puebla. Un clamor unánime surge por esos años en grupos y comunidades que están haciendo la experiencia espiritual que después hemos llamado «espiritualidad de la liberación». Estos grupos perciben cada vez más claramente que el llamado a la conversión que Dios hace a la Iglesia latinoamericana en esa hora histórica tiene un nombre, y que ese nombre es «opción por los pobres».

El tema crece con tal evidencia, con tal fuerza evangélica y espiritual, que no tarda en constituirse por sí mismo en uno de los pilares centrales de esa espiritualidad de la liberación. Se da una conciencia mayoritaria de que ante la OP estamos ante algo nuevo, ante un salto cualitativo, ante una etapa nueva de la historia de los cristianos, ante una auténtica bomba de tiempo que en su
momento va a desatar tensiones y conflictos no sólo a nivel latinoamericano sino a nivel de la Iglesia universal. Se descubre también que la OP, aun sin ese nombre, estaba presente en la Iglesia latinoamericana desde años antes, tal como lo testimoniaba su ya fecundo martirologio. La OP acababa de estallar definitivamente en la conciencia espiritual de América Latina.

La reacción no se hizo esperar. Puebla iba a ser el primer examen público, eclesiástico, oficial que iba a sufrir la OP. Identificándola ya certeramente con la teología de la liberación, allí acudió, a Puebla, con toda su artillería, la resistencia ideológica a la OP. Era la primera vez en la historia moderna que una concreta teología hacía vibrar y conmoverse a los diversos sectores de la sociedad hasta el punto de suscitar polémicas en la prensa o manifestaciones en las calles. La OP había sido –ya antes con el documento de Rockefeller, y lo iba a ser después con el documento de Santa Fe- la preocupación dominante de la administración estadounidense frente a la teología de la liberación.

La OP pasó por Puebla con muchas dificultades. Fue aprobada oficialmente, pero no fue aprobada tal como la presentaba la base eclesial latinoamericana. Se le introdujo alguna modificación que a muchos desapercibidos pareció una «ligera matización» o incluso un «enriquecimiento»: la OP es «preferencial» (1134ss) y «no excluyente» (1165, 1145, etc.). En realidad se trataba de un intento de corrección.

La situación era demasiado tensa en aquellos momentos como para insistir en el problema. Pareció a muchos teólogos que era mejor adoptar una actitud posibilista y no discutir los matices introducidos. Quizá fuera entonces lo mejor. Pero no cabe duda de que ahí se introdujo una confusión, que después se ha ido manifestando cuando sectores eclesiásticos reaccionarios se autoproclaman defensores de la OP, pero de una OP «preferencial y no excluyente» en la que pronto se advierte que ha sido reducida a un «amor preferencial».

¿Cuál es la diferencia esencial entre las dos formas de entender la OP? ¿Cuál es el mensaje subliminal que se trasmite en esa OP «preferencial y no excluyente»? ¿Qué podemos o debemos hacer los cristianos que sentimos como imperativo de conciencia hacer nuestra la OP en toda su exigencia evangélica? Vamos a tratar de responder a estas interrogantes.

¿Preferencial?

Basta oír explicar a los que la defienden en qué consiste la OP «preferencial no excluyente» para darse cuenta de que dicha opción está enmarcada dentro de un determinado análisis de la realidad que suele llamarse «funcionalista». Es decir, un análisis de la realidad con el cual se percibe la realidad social del siguiente modo: «el mundo que hemos organizado los hombres está bien hecho, no hay fallas esenciales en él, sino solamente abusos o defectos corregibles. Todos cumplimos en la sociedad nuestra función, y todas las funciones son buenas (también la función del capital y la de los ricos), aunque alguna función (la de los pobres, por ejemplo), sea muy desagradable. Por eso debemos hacer hacia ellos una opción preferencial (concederles alguna ventaja). Pero el sistema es bueno y hay que mantenerlo; incluso hay que fortalecerlo».

Para los que adoptan este análisis de la realidad, optar por los pobres no significa optar por otra cosa que por una preferencia. «Ciertamente -piensan-, no se puede hacer todo a la vez ni se puede atender a todos por igual. Hay que establecer un orden de preferencia. Nadie va a ver mal que demos preferencia a alguien. Y dado que los pobres han sido tan maltratados por la vida, es seguro que los ricos –que tienen tantos medios y nos necesitan mucho menos- no van a ver mal que demos preferencia -no excluyente, ciertamente- a los pobres. Es una cuestión sólo accidental: cuestión de orden, de prioridad, de preferencia. Sirve para suavizar las asperezas del sistema. No significa nada más: el mundo sigue como está y nosotros donde estábamos».

La OP preferencial no excluyente no transforma nada. Ahí queda ya la OP domesticada y privada de su más profundo sentido. Hacer o no hacer la OP no significa ya ninguna diferencia real. Quienes tienen ese análisis funcionalista de la realidad lo ven como lo más natural del mundo. Hay quienes llegan a pensar que tal análisis se desprende directamente del evangelio. Más frecuentemente, ni siquiera son conscientes de que entre el creyente y el evangelio se da la mediación de un análisis. El análisis funcionalista corresponde normalmente a las clases adineradas y burguesas, a las clases dominantes, al capitalismo, y a muchos pobres -los pobres alienados- en quienes el sistema ha sabido introyectar la visión y los intereses de los ricos, con la colaboración tantas veces de una religión que solamente da «preferencia» a los pobres.

Existe otra forma de entender la OP que depende de otros análisis de la realidad, de otra forma de mirar el mundo. Es el análisis que se suele llamar «dialéctico». Este análisis mira la realidad con otra perspectiva: «El mundo no está bien. El sistema mundial no funciona y no puede funcionar. No es que esté enfermo, sino que es malo radicalmente y no sirve. No es que en el mundo hay pobres “y” ricos, sino que hay pobres “porque” hay ricos. Hay -para hablar más exactamente- “empobrecidos y enriquecidos”. Entre la pobreza y la riqueza hay una relación causal, (no casual, ni fatalista, ni providencial, sino estructural, histórica, fruto de la voluntad del hombre, transformable). Lo que hay en el mundo es “explotados y explotadores”. Y, por eso, esta ordenación del mundo debe ser transformada y superada».

En el actual sistema de desigualdad social a los poderosos les va bien. Por eso, es lógico que juzguen que el sistema es bueno, y que traten de consolidarlo. A los explotados les va mal en ese sistema, y es lógico que quieran cambiarlo, porque consideran que es malo. Sólo los explotados y los que se ponen en su lugar social pueden ver la perversidad del sistema. Fuera de ese «lugar social» no es posible darse cuenta: la maldad del sistema -que es malo pero muy inteligente- está muy bien disimulada. Sólo en el lugar de los pobres se logra la perspectiva que deja ver su maldad, su injusticia, su negación radical de la voluntad de Dios.

Este tipo de análisis llamado dialéctico es el de los pobres, el de los explotados, el de las clases dominadas, y el de todos aquellos que aunque no pertenezcan al bloque social de los pobres se han puesto en su lugar, solidarizado con ellos y miran la realidad desde ese lugar.

Teniendo en cuenta estos dos tipos de análisis, estas dos formas de entender la sociedad y de situarse frente a ella, estamos en condiciones para explicitar más concretamente las exigencias que al respecto conlleva una genuina OP.

Optar por los pobres significa que de entre esas dos perspectivas contrarias e incompatibles, de entre esas dos formas de entender la sociedad, de entre esos dos lugares para mirar la sociedad y para participar en ella, quien hace la OP escoge la perspectiva y el lugar social de los pobres, la forma que éstos tienen de entender la sociedad.

Optar por los pobres significa también (por implicación) la renuncia o el rechazo a la perspectiva de los ricos (que ven el sistema como bueno y desean que permanezca y se consolide, y lo defienden incluso a costa de los pobres).

La OP tiene implicaciones ideológicas, tanto como la opción por los ricos, en cuanto que, tanto una como la otra, incluyen la opción por un modelo de análisis de la realidad social y la opción por un modelo de sociedad, por una utopía social.

Optar por los pobres significa escoger el lugar social de los pobres y mirar la vida, la sociedad, la historia, la libertad, las propias posibilidades, la propia vida... todo, desde ese lugar, desde esa perspectiva de los pobres, en función de sus intereses de cambio de la sociedad, y no en función de los intereses de mantenimiento y consolidación del sistema que beneficia a los que tienen intereses contrarios a los de los pobres.

Optar por los pobres no es pues cuestión de «preferencia» (opto preferencialmente por los pobres, aunque no dejo de optar por los ricos, aunque menos preferencialmennte), sino una cuestión de alternativa excluyente: quien opta por la perspectiva y el lugar social de los oprimidos no puede compartir a la vez la perspectiva y el lugar social de los opresores. Son opciones alternativas, incompatibles, autoexcluyentes.

Cuando se tiene la visión y el análisis propios de la OP, normalmente se tiene mentalidad crítica, es decir, se es consciente de que hay otros que tienen otro análisis, el análisis funcionalista, análisis que hace que no vean tan claramente las estructuras de injusticia del mundo. Los partidarios de la OP normalmente (por la propia naturaleza de la OP) han hecho un recorrido intelectual en el que se han hecho conscientes de que el evangelio no nos da instrumentos de análisis de la realidad. Han descubierto que cualquier análisis de la sociedad es una herramienta metodológica, una mediación entre nosotros y el evangelio.

«No se piensa igual ni se lee de igual modo el evangelio desde una choza que desde un palacio». La vida, nuestra situación en ella, nuestro lugar social... influyen en nuestra forma de pensar y de leer la realidad y el evangelio. Leyendo el evangelio con un análisis funcionalista se deducen unas consecuencias, y leyéndolo con otro análisis se deducen otras consecuencias, distintas.

Si yo leo el evangelio con un análisis de la realidad funcionalista, diré que hay pobres y ricos, que eso es así «porque sí» (porque Dios lo quiere, por fatalidad, porque es irremediable, por subdesarrollo social...) y por tanto diré que lo máximo que yo puedo hacer es ser muy «caritativo» y hacer todo lo que pueda por los pobres, siempre dentro de lo que el sistema da de sí (es decir, en la línea asistencial o reformista): ésta es la OP preferencial no excluyente.

Si, por el contrario, leo el evangelio con el otro análisis, diré que hay «pobres porque hay ricos»; más aún, diré que en realidad lo que hay es «enriquecidos a costa de empobrecidos», explotados y explotadores; que eso no es fatal; que no es lo que Dios quiere, sino algo que depende del hombre, algo histórico y estructural que hay que cambiar radicalmente en la línea de la fraternidad y del amor, y que ésa es la voluntad de Dios. En esta perspectiva, la única actitud coherente con mi fe cristiana será optar por los pobres, lo cual significará mirar el mundo desde su óptica, rechazar la óptica de los intereses de los poderosos y juntarme a la lucha liberadora de los pobres por cambiar la sociedad.

Muchas formas de hablar de la OP «preferencial no excluyente» se evidencian deudoras de un tipo de análisis funcionalista. Si se lee el evangelio desde un análisis funcionalista se le priva de todo su mordiente profético y transformador y no se logra deducir de él más que actitudes de asistencialismo o de reformismo, es decir, actitudes que sólo sirven para paliar o corregir los «abusos» del sistema, dejándolo intacto en su injusticia esencial. En esa situación lo que se consigue en definitiva es convertir el evangelio en legitimador de un sistema social injusto. Con ello se convierte a Dios y a la religión en opio para los pobres.

¿No excluyente?

El calificativo de «no excluyente» que se aplica a la OP va en la misma línea que el calificativo de «preferencial», y es mucho más equívoco. Hay una evidencia aparente que suele razonar así: «Es claro que Dios no excluye a nadie, ni siquiera a sus enemigos. Jesús mismo tampoco excluyó a los ricos: ahí está el caso de Zaqueo. Luego es claro que la OP no puede excluir a nadie. No se puede optar por los pobres y no optar por los ricos.

Hay que optar por todos; lo más que se podría hacer sería optar por los pobres preferencialmente...» Pero esto es un sofisma. No por lo que dice explícitamente, sino por lo que se da a entender implícitamente.

La OP, en efecto, no puede ser excluyente de nadie, y nadie ha querido hacerla excluyente de personas, ni de ricos ni de pobres. La OP planteada en América Latina no quiere decidir a quién vamos a admitir y a quién vamos a excluir de la Salvación. La Salvación es de Dios y es él quien quiere salvar a todos. Que unos cristianos hagan la OP no significa que quieran entender que Dios excluye de su Salvación a una parte de la humanidad.

Optar por los pobres no significa optar por sus personas ni excluir a las personas de los ricos. Optar por los pobres no es optar por sus personas, sino optar por su causa, por su perspectiva, por sus intereses, por su forma de ver la sociedad, por hacerse solidario con ellos, por participar en sus luchas, por compartir la utopía que les anima en su compromiso liberador. Por tanto, optar por los pobres significa -esto sí- excluir la perspectiva de los ricos, excluir sus intereses de clase, su forma de ver la sociedad, sus intereses privados y privatizantes, sus proyectos de consolidación del actual sistema que les favorece a base de explotar a los pobres.

La OP es pues ciertamente excluyente, pero no de personas. No se excluye a nadie. Pero sí se excluye algo. La OP no excluye nunca a las personas de los ricos, porque la Salvación es ofrecida a todos y a todos se debe la Iglesia en su ministerio, pero sí se excluye el modo de vida de los ricos, verdadero insulto a la miseria de los pobres, y se excluye su sistema de acumulación y de privilegio, que necesariamente expolia y margina a la inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes enteros.

Jesús no excluyó a los ricos, no rechazó a Zaqueo, pero sí excluyó su pecado de opresión de los pobres. Jesús aceptó al Zaqueo explotador, pero al precio de convertirlo a los pobres. Invitó al joven rico a seguirle, pero con la condición de dejar de ser rico. Fue el joven el que por preferir las riquezas se autoexcluyó. La OP de Jesús por los pobres fue «excluyente» no en el sentido de que excluyera a los ricos de su oferta de salvación, sino en el sentido de que excluyó radicalmente del Reino las actitudes de poder y de explotación. La OP de Jesús no fue «preferencial» en el sentido de que, abierto y dedicado a todos, indiscriminadamente, simplemente se dedicara un poco más a los pobres, les dierauna cierta preferencia.

La OP de Jesús no fue preferencial, sino alternativa: escogió uno de los dos modos alternativos y mutuamente excluyentes de situarse ante la realidad, eligió el estar definido inequívocamente al lado de los pobres, a favor de la justicia, a favor del cambio estructural que Dios mismo va a traer en favor de los pobres.

Jesús no sintió necesidad alguna de matizar la parcialidad del texto de Isaías 61, 1-2: «He sido enviado a dar la Buena Noticia -preferencialmente, aunque no de un modo exclusivo- a los pobres». Ni Lc 7, 18ss ni Mt 25, 31ss reflejan una actitud hacia los pobres precisamente «sólo preferencial y no excluyente»... Por eso él ya nos previno ante posibles conflictos y escándalos por su OP cuando dijo: «dichoso aquel que no se escandaliza de mí» (Lc 7, 22-23). Y exultó en el Espíritu dando gracias al Padre por haber revelado estas cosas (del Reino) a los pequeños y los pobres (Lc 11, 21).

A la luz de estas explicaciones puede quedar claro que cuando en el discurso teológico se quiere introducir esta matización de la OP «preferencia y no excluyente» que aparenta ser «universales, evidentemente evangélicas y muy neutrales y equilibradoras», en realidad se está haciendo otra cosa: -se está llevando la OP del plano de una opción vital ante la realidad (opción por la perspectiva y los intereses y las luchas de los pobres) a otro plano desvirtuado que consistiría simplemente en dar una cierta preferencia de atención a los necesitados (prioridad de tiempo y de dedicación). Son dos planos totalmente distintos; -se está introduciendo bajo apariencias puramente religiosas un análisis funcionalista. Sin ser consciente de ello quizá, se está introyectando al análisis de la realidad de los grupos poderosos, el instrumental socioanalítico de las clases dominantes. Es decir: como un nuevo caballo de Troya, se emplea la OP «preferencial no excluyente» para introducir e introyectar de forma oculta la opción contraria, la opción de los poderosos; -en algún sentido se puede decir que hacer de la OP algo «preferencial y no excluyente» no es una de tantas deformaciones que la OP pueda sufrir, sino su misma negación;
-es cierto lo que se afirma, que «la OP no es excluyente de los ricos», pero es falso lo que se quiere dar a entender sin decirlo explícitamente: «que la OP no excluye la perspectiva de los poderosos», o que «la OP se reduce a un amor preferencial».

Concluyendo.

Las dos formas de concebir la OP dependen de dos análisis de la realidad: el de los ricos y el de los pobres. Ninguno de los dos son dogmas de fe. Ninguno se deriva directamente del evangelio. Entran más bien dentro del ámbito ideológico de lo socio-político-económico. Por ello, quien lo desee puede adoptar el análisis de los poderosos y puede seguir hablando de OP «preferencial no excluyente». Pero los cristianos que tienen visión crítica y detectan lo que esa OP oculta, los cristianos que han optado por el análisis de la realidad de los pobres, saben que tienen todo el derecho del mundo a optar por él y a que nadie les imponga otro, sobre todo a que nadie se lo quiera imponer de forma oculta, por vía de discurso religioso o de autoridad eclesiástica.

El magisterio eclesiástico no tiene facultad para imponer un análisis de la realidad concreto (como no puede imponer un modelo biológico o astronómico). Se trata más bien de una opción que cada cristiano ha de tomar con su propio discernimiento cristiano, a partir de su propia experiencia de la realidad.

Los cristianos de América Latina, después de un atento discernimiento que han supuesto estos últimos años, optamos por el método de análisis tradicional de los pobres porque: -da razón de sí mismo a nivel racional; -es el que mejor ayuda a analizar la realidad desde los intereses de los pobres; -es el que más ayuda a desenmascarar las injusticias de la realidad y a transformar el mundo;
-es el que mejor cuadra con Jesús y con el Dios de los pobres; -y es el de los pobres.

Tenemos por tanto todo el derecho del mundo a rechazar la OP «preferencial no excluyente» con el análisis que conlleva, a denunciarlo públicamente para despertar a los desapercibidos. Tenemos todo el derecho a proclamar nuestra OP, aclarando que somos conscientes de que la opción que hacemos lo es entre dos términos alternativos, mutuamente incompatibles, y que por eso no es preferencial, y que así mismo nuestra OP no es excluyente de los ricos, pero sí lo es de sus actitudes y de su modo de vida -y hasta de su teología y de «su opción preferencial y no excluyente por los pobres»-.

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