La solidaridad es el cimiento sobre el que se construye el Reino de Dios.

18º Domingo del Tiempo de la Iglesia.
Reflexión semanal.

La solidaridad es el cimiento sobre la que se construye el Reino de Dios.


“Jesús … se fue de allí él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban.

Como ya se hacía de noche, los discípulos se le acercaron y le dijeron: —Ya es tarde, y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida. Jesús les contestó: —No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer. Ellos respondieron: —No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados. Jesús les dijo: —Tráiganmelos aquí.

Entonces mandó a la multitud que se sentara sobre la hierba. Luego tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos; recogieron los pedazos sobrantes, y con ellos llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.” (Mt. 14,13-21 versión Biblia de Estudio Dios Habla Hoy).


Jesús manifiesta el amor incondicional de Dios

La gente va en busca de Jesús. Pero no son  todas las gentes. Ahí no están los partidarios de Herodes y su gobierno injusto, ni los maestros de la Ley que oprimían a la mayoría del pueblo sencillo, ni los sacerdotes del templo que exigían diezmos y sacrificios. Quienes van en busca de Jesús es la gente de las aldeas, personas que cultivan sus pequeñas parcelas o asalariadas de grandes terratenientes, personas que viven de la pesca y de trabajos artesanales, personas enfermas y empobrecidas, mujeres y seguramente muchos niños y niñas. Todas tienen algo en común: sus derechos y su dignidad fueron vulnerados.

Jesús ve a esa gente y siente compasión. No les habló del Reino. No les preguntó si eran personas piadosas y practicantes de su religión. No les puso condiciones ni les pidió nada a cambio. Jesús sintió compasión y sanó a quienes tenían enfermedades. El no sólo anuncia el Reino con sus palabras, sino fundamentalmente con sus gestos: restituye derechos y dignidad. Esto significa sanar.

En tiempos de Jesús la enfermedad estaba asociada al pecado y al castigo. Una persona enferma cargaba con el estigma de la culpa, personal o familiar. Su permanencia en la vida comunitaria y en la vida cúltica religiosa, estaba condicionada por la enfermedad. Esta situación conmueve a Jesús, que en el acto de sanar, les manifiesta todo el amor incondicional e inclusivo de un Dios que es Amor y que quiere vida plena, digna y abundante para todos los hombres y todas las mujeres, de todos los tiempos, en este mundo.

La Iglesia, enviada a manifestar el amor incondicional de Dios

La gente se encontraba a campo abierto. Se hacía la noche y los discípulos no tenían alimentos para todas las personas. Ellos proponen despedir a la gente para que vaya por comida pero Jesús les desconcierta y desafía: “denles ustedes de comer”.

Esas personas son destinatarias del amor incondicional de Dios y de la acción de la Iglesia, no por lo que son o lo qué hacen, sino y fundamentalmente, por la situación en que se encuentran: vulnerables, estigmatizadas, discriminadas, excluidas.

Las realidades que viven muchas personas, clama a Dios por justicia e interpelan a la Iglesia sobre su misión. Nuestra tarea es continuar la obra iniciada por Jesús: manifestar con palabras pero fundamentalmente con hechos, el amor incondicional de Dios a la Humanidad.

La Iglesia está llamada a ser un signo de encuentro, sanación, liberación e inclusión en la sociedad y la cultura. Si nuestras comunidades transitan por el camino de la solidaridad seguramente, están continuando la obra de Jesús en el mundo: la construcción del Reino de Dios en la historia humana.

Buena semana para todos y todas.
Obispo Julio.

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