Derechos Humanos y misión de la Iglesia.

10 de diciembre de 2010
Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos es un logro que debemos celebrar, pero sobre todo, un desafío que debemos mantener. En un mundo donde tantas humanas y tantos humanos tienen sus derechos limitados, vulnerados, violados, la sociedad planetaria está llamada a redoblar el esfuerzo para alcanzar la igualdad plena en esta materia.

En esta construcción y sostenimiento de los Derechos Humanos para todas las personas sin exclusión, las comunidades cristianas no podemos ni debemos detenernos. Las palabras y los hechos de Jesús de Nazaret nos marcan el camino. Un camino donde permanentemente e incansablemente las personas discriminadas, excluidas, oprimidas, encontraron restitución de dignidad y de derechos.

La Iglesia es portadora del mandato evangélico, de levantar la voz ante tantas situaciones de injusticia, que aún quedan por transformar. Nuestra realidad uruguaya, nos urge a ser voz:

- de las trabajadoras sexuales para que accedan al preservativo femenino y protejan su salud,
- de las mujeres que son vícitmas de violencia doméstica y permanecen invisibilizadas y silenciadas,
- de las personas con VIH y SIDA, que están esperando los procesos burocráticos de juntas médicas, para el acceso a la medicación que necesitan,
- de las personas que son discriminadas y excluidas por su orientación sexual,
- de las mujeres que abortan en situaciones insalubres arriesgando su salud y sus vidas,
- de los niños y las niñas, cuyas madres murieron en situaciones de violencia doméstica, porque el sistema fracasó una y otra vez, aunque existían los mecanismos para protegerlas y asistirlas,
- de las jóvenes y los jóvenes que enfrentan embarzos no deseados, infecciones de transmisión sexual, porque no tuvieron acceso, por diversas razones, a medios adecuados de salud sexual y reproductiva,
- de las personas que están hacinadas en las cárceles sin programas de rehabilitación y reeducación,
- de las personas en situación de calle, de las usuarias de los refugios nocturnos, de quienes se alimentan con sobras de los contenedores de basura, de quienes encuentran en esos contenedores el sustento de cada día,
- de los niños y las niñas que son explotados laboralmente, especialmente en esta temporada veraniega que comienza, tanto en el campo como en lugares turísticos ...

y a esta lista, podemos seguir agregando situaciones de limitación, vulnerabilidad y violación a los Derechos Humanos.

¿Qué estamos esperando, como Iglesia, para dejar de ser cómplices y asumir la voz profética y la acción solidaria que nos encomendó Jesús? ¿Acaso olvidamos, aquello que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: "misericordia quiero y no sacrificios"? ¿O el mandato de construir solidaridad: "todo lo que hicieron con una de estas personas lo hicieron conmigo"?

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